El tres es un número rodeado de una pesada simbología. Ya sean los tres ejes de un triángulo, las tres divisiones de nuestro señor Diosito, los tres chiflados o los tres puntos de la narrativa tradicional: desarrollo, clímax y desenlace. Las trilogías han perdido su sentido desde el momento en que una historia sencilla se expande por los motivos innecesarios, el nacimiento del concepto de ‘franquicias narrativas’ a raíz de la rentabilidad de las series de TV (auge de HBO a finales de los 90) el cual cobra hoy una pesada factura a los estudios y las audiencias, que ahora miran las películas como un episodio de su serie de TV, dependiendo vacuamente de los cliffhangers, explorando innecesarias líneas narrativas o simplemente haciendo una vomitiva regurgitación de ideas y temas.
Y es que hay de utilidades a utilidades, existe, en este contexto post-capitalista, la explotación comercial de una historia simple que se hace rentable y por lo tanto, cumplirá su destino fatal de ser violada por intereses empresariales y ejecutivos y alimentada por la voraz audiencia en busca de la seguridad y el confort narrativo con vehemencia.
La primera es la utilidad económica, en la que sólo tenemos derivados que pocas veces funcionan como historias en sí mismas y que están diseñadas bajo la lógica del mercado y vendidas como producto recién salido de una sucia fábrica. Ejemplos recientes de esta imbécilmente voraz tendencia se encuentran en The Hangover, Ice Age, la división de últimas partes en dos (casi arrancándole la ubre a la vaca) de cintas como Twilight, The Hunger Games y Harry Potter, así como cada vez menos inspiradas y repetitivas o derivativas historias de los febriles delirios de Disney o Marvel.
Sin embargo, hay contadas excepciones en la que esa expansión propone una vasta mejoría sobre una primera historia, haciendo la continuación necesaria e incluso justificando su existencia, a la manera de los seriales clásicos como Fantomes de Louis de Feouillade, en los que la historia estaba concebida de esa manera desde el principio, independientemente si la secuela o la tercera parte eran rentables.
Existía una unidad coherente, un eje temático común a todas las cintas en cuestión, es sumamente alcanzar ese balance pero hay sonados casos de éxito en casos que van desde el arthouse tradicional (la trilogía del espectáculo de Renoir, la trilogía de la vida de Pasolini, la trilogía de la guerra de Rossellini o la trilogía de colores de Kieslowski) hasta rotundos éxitos comerciales (Back to the Future, The Dark Knight) o medianamente exitosos, desbalanceados por una terrible tercera parte (The Godfather, Spider Man, X-Men).
Hoy las trilogías se presentan como un servilismo comercial antes que como una necesaria exploración y ejercicio narrativo. Ambas partes no necesitan estar en franco conflicto si existe un maridaje hábil, propuesta arriesgada, sacar a los personajes de su cómodo entorno, utilizar la plataforma comercial para llevar al público más que vomitada creativa, preparar un completo menú de tres tiempos, en el que cada platillo le es indispensable al anterior y al siguiente.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)
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