‘Jurassic Park’: Prehistórica mercadotecnia

“God creates dinosaurs. God destroys dinosaurs. God creates man. Man destroys God. Man creates dinosaurs.”
Ian Malcom

Para las vacaciones de verano de 1993 contaba con apenas 4 años. Gracias a mis padres, que tenían como ritual ir al cine todos los sábados sin falta, ya había asistido a muchas funciones de cine aunque no recuerdo ninguna. Mi primer recuerdo de una sala de cine está ligado a Jurassic Park y sus dinosaurios.

Quedé tan marcado que mi cuarto –mi vida– se llenó de criaturas prehistóricas. Con fervor esperé cada una de las películas que me regresaban a ese cálido recuerdo de mi infancia, cuando creí que era posible que los dinosaurios caminaran de nuevo en alguna isla perdida de Costa Rica.

La trilogía de Jurassic Park la componen Parque Jurásico (Jurassic Park, 1993), El mundo perdido (The Lost World: Jurassic Park, 1997) y Parque Jurásico III (Jurassic Park III, 2001). Las primeras dos cintas fueron dirigidas por Steven Spielberg, la tercera por Joe Johnston (Jumanji, Querida, encogí a los niños).

Spielberg es considerado uno de los grandes directores en la historia del cine estadounidense. Sin su presencia no podríamos comprender el verano cinematográfico que Hollywood prepara cada año con la esperanza de captar el interé$ del público. No es que antes de Jurassic Park no hubiera blockbusters veraniegos, sino que nadie había explotado la mercadotecnia a esa escala –tal vez sólo Star Wars y Los Beatles, pero ni así– y le mostró a los grandes estudios cuál era el modelo a seguir: hacer productos lo suficientemente llamativos para que los niños no sólo quieran ir al cine y extorsionen a sus papás por obtener un juguetito.

La trama de la película que abre la trilogía nos introducía a un par de paleontólogos –Sam Neil y Laura Dern portando esas inolvidables bermudas caqui–, quienes eran invitados por un excéntrico millonario –John Hammond interpretado por Richard Attenborough (El gran escape)– a avalar su parque de diversiones lleno de dinosaurios a cambio de patrocinar por varios años sus excavaciones. Aceptan y viajan a Costa Rica, donde descubren que no era un timo la resurrección de los dinosaurios.

En el viaje de prueba los acompañarán los dos nietos del millonario (Joseph Mazzello y Ariana Richards), el matemático Ian Malcom (Jeff Godblum) y un abogado de la compañía de seguros (Donald Gennaro). La mayor parte del recorrido resulta un fiasco y cuando regresan a las oficinas una tormenta genera desperfectos en los sistemas de seguridad de la isla, provocando que los dinosaurios escapen y amaguen con desarrollar gusto por la carne humana.

Muchos han acusado a Parque Jurásico y a su director de caer en lo convencional, de desaprovechar subtramas y no atreverse a romper con lo establecido. Ante todo, no olvidemos que estamos frente a un trabajo de Steven Spielberg, alguien que ha demostrado durante toda su carrera que la aventura se filtra por una mirada infantil donde todo es posible. De ahí que los niños sean casi inmortales o que la segunda mitad de la trama devenga en una serie de persecuciones.

Su impacto cultural recae en la posibilidad de hacernos creer, aunque sea por un momento, que esos reptiles extintos hace millones de años han vuelto. Sin eso, no podríamos comprender el legado mercadológico y las dos entregas que vinieron después. Esos efectos especiales son lo que llamamos la magia del cine y sin ellos, los niños no pedirían una cajita feliz sólo por tener el muñequito.

Esto no sucedió en 1925 con The Lost World de Harry O. Hoyt. Basada en una novela de Sir Arthur Conan Doyle, la trama nos llevaba a una montaña donde habitaban los dinosaurios. A pesar de tener efectos especiales muy novedosos para la época, es imposible pensar que esas criaturas están vivas. El avance tecnológico también juega en el impacto que se causa en el público.

Al convertir su propia novela en guión, Michael Crichton –director del clásico Oestelandia– vislumbró la posibilidad de regresar otra vez a Jurassic Park cambiando el final. En el texto original se bombardeaba la isla para que los dinosaurios no pudiesen esparcirse.

A Spielberg le gusta el dinero y nunca lo ha ocultado, los billetes constantes y sonantes permiten seguir haciendo películas y es por eso que visitamos otras dos ocasiones –pronto una cuarta– esas islas en Costa Rica.

En la secuela vemos Ian Malcom tratar de salvar a su novia de su visita a una de las islas, mientras los herederos del señor Hammond buscan poner una sucursal del parque en San Diego. Para la tercera parte, Sam Neil regresa para repetir su papel, sólo que en esta ocasión tratará de ayudar a unos padres a encontrar a su hijo que se perdió en otra de las islas.

La calidad fue bajando con cada entrega, al igual que los números en taquilla. Según el sitio web Box Office Mojo, el primer largometraje recaudó más de 350 millones de dólares; el segundo, 229 mdd; y el tercero, 181 mdd. Al revisar las cifras podemos deducir que las secuelas no tuvieron la capacidad de repetir las virtudes de la primera parte y no lograron llevar a las salas de cine a otro público que no fuera el cautivo.

Las segundas y terceras partes siempre son bienvenidas cuando se supera la calidad del producto original, algo atípico cuando sólo se persiguen los dólares. Si algo podemos reprocharle a Steven Spielberg es eso, en el ímpetu por obtener la mayor cantidad posible de dinero se descuidan otros apartados que hacen exitosa a una producción, como el guión. Algunos de los grandes estudios piensan que tienen bajo control al público, pero como dice el personaje de Laura Dern “nunca tuvieron el control, ésa es la ilusión.”

Jurassic Park es una trilogía trascendente gracias a su impacto cultural y mercadológico, a su espíritu de aventura, a la oportunidad de evasión. El escape, ésa es la magia del cine, no llenar de juguetes las repisas.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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