‘La luz entre los océanos’: Entre la costa y el naufragio

El asunto de las contraposiciones en las relaciones de pareja es una de las constantes exploradas por el realizador Derek Cianfrance, en las que su cruda aproximación a la dinámica romántica en sus crisis, los buenos momentos y en el cuestionamiento de la fortaleza ante la turbulencia se presentan en la dificultad de Triste San Valentín (Blue Valentine, 2010) y en la destacada El lugar donde todo termina (The Place Beyond the Pines, 2012).

Con La luz entre los océanos (The Light Between Oceans, 2016), Cianfrance aborda de nueva cuenta un romance con vertientes oscuras, esta vez fuera de su imaginario personal para adaptar la obra literaria de la escritora australiana M.L Stedman.

El veterano de guerra Tom Sherbourne (Michael Fassbender) y su esposa Isabel (Alicia Vikander) atraviesan por una crisis matrimonial ante la incapacidad de tener hijos. Su suerte cambiará cuando en la isla remota del faro en la que viven llega un bote con un bebé que adoptarán, sin notificar a las autoridades sobre el hallazgo. Al encontrar años después a Hannah (Rachel Weisz), la madre biológica de la criatura, su relación estará a prueba, además de acarrear consecuencias inesperadas tanto para ellos como las personas a su alrededor.

Cianfrance toma mucha calma en el relato para presentar la evolución de Tom e Isabel como pareja, utilizando una sutil y un tanto contemplativa técnica visual, en la que la isla y el pueblo también son el vehículo indicado para representar las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, el rechazo a los alemanes como vestigio de las cicatrices bélicas y los dilemas en los actos humanos.

La marcada sensibilidad en el crecimiento del romance, desde el enamoramiento y el respetuoso cortejo hasta la disyuntiva en su toma de decisiones, saca provecho de los confines del escenario para crear los detonantes psicológicos en las tragedias personales de los enamorados en cuestión. Él, con su habitual estoicismo en el cumplimiento de reglas y la culpa que lo embarga por sus acciones, ella con la frustración por los abortos sufridos en su intento por convertirse en madre y el egoísmo que la lleva al borde de la locura.

Como parte del conflictivo segundo acto, se encuentra la perspectiva de Hannah en el fracasado intento por ofrecer un contexto sólido, integrando oscuridad y amargura en el personaje, además de un sobrado pasado romántico, intercalando predecibles herramientas que restan misterio e impacto al avance de la trama. Las funestas consecuencias para el matrimonio Sherbourne y el drama en el que viven nunca alcanzan una detonación en el amor que profesa, las tribulaciones por las que atraviesan y a la complicada circunstancia de la “hija” adoptada, juego de decisiones que pecan de falta de credibilidad.

Entre paisajes bellos y un melodrama convencional y sensitivo que funciona únicamente en la primera parte, La luz entre los océanos es imperceptible y queda a deber por el desperdiciado esfuerzo histriónico de Michael Fassbender y Alicia Vikander, la lentitud en su ritmo y lo predecible que resulta la conclusión del intercambio de cartas, del valle de lágrimas y de la tragedia en sí misma.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)

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