The Killer: El asesinato de lo excepcional

Controlar la precisión. Ser yo mismo un instrumento de precisión
Robert Bresson. Notas sobre el cinematógrafo

En Notas sobre el cinematografo, el cineasta francés Robert Bresson dejó por escrito una serie de principios surgidos tras años de cavilación realizando películas que le permitieron llegar a un punto tan prolijo que éstas gozaban de una transparencia tal, que se confunde fácilmente con simpleza, pero destila complejidad y son capaces de sintetizar una inabarcable visión del mundo en apenas una toma. La disciplina y el rigor, ciertamente distante y ascético, despedido por los trabajos de Bresson no pretende ser emulado por el cineasta estadounidense David Fincher en El asesino (The Killer, 2023), aún si se trata de un prolijo y magro ejercicio de estilo, sería aventurado –por no decir irresponsable– apuntar que se trata de una película bressoniana. Lo que se comparte es la exposición de un método de trabajo, de un ethos muy particular y los asomos de un ejercicio que ya genera más fatiga y desinterés en sí mismo, aunque no deja de ejercer sobre el espectador una curiosa fascinación.

La secuencia de apertura de la película, en la que el asesino interpretado por Michael Fassbender –un vehículo ideal para ese garbo estilizado y distante que tienen los proyectos de Fincher– observa a través de las ventanas de una oficina abandonada de “Wework” la actividad de distintas personas mientras juega con la mira de su arma y espera diligentemente la aparición de su objetivo. Se podría pensar que esa “aparición” no dista mucho de aquellos momentos en los que un cineasta espera la imagen justa para capturarla después de un largo tiempo de paciente observación, en el caso del asesino sólo existe una visión que concibe “aburrimiento” y “redundancia”, una tarea que drena el alma y cuyo vacío encuentra resonancia en la música de Los Smiths, presente a lo largo de la narración casi en la misma proporción que el silencio.

David Fincher, ampliamente conocido por su meticulosidad y perfeccionismo técnico, está haciendo una suerte de declaración sobre su propio oficio en The Killer: una labor que antes implicaba un nivel de artesanía, elegancia y singular ascetismo –como dejan ver las películas del francés Jean Pierre Melville, en especial Le Samourai (1967)– que ahora se ha hecho simple, lineal y hasta insulso gracias a las múltiples ventajas tecnológicas. Así como el prolífico Steven Soderberg, quien fungió como asesor en la película y cuya influencia es evidente en una brutalmente seca escena de pelea que parece salida de Agentes secretos (Haywire, 2011). Fincher es un cineasta más técnico que artístico, uno que persigue la eficacia antes que la belleza y la precisión más que la profundidad. Quizás inadvertidamente, tanto Fincher como Soderberg, aplican una de las notas que Bresson nos legó:

La facultad de aprovechar bien mis recursos disminuye cuando su número aumenta.

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En ese sentido, la película de Fincher es probablemente la más pragmática y austera dentro de su filmografía, una que usa sus recursos con una operatividad similar a la de un contador y no a la de un artista. Después del sobrado cinismo –y absoluta carencia de nostalgia– contra el cine mostrada en Mank (2020), Fincher, nuevamente auspiciado por Netflix, destila en cada secuencia de la cacería emprendida por su protagonista contra varios de sus jefes un implacable ejercicio anti-cinematográfico: plano, vacío y sin ningún tipo de ornamento visual ni distracción narrativa, ofreciendo una reflexión superficial sobre su propia redundancia, pero no por ello menos meritorio. La sobriedad hace parecer a Zodiac (2007), del mismo Fincher, una película excesiva, incluso, desbordada, en la que las intrincaciones narrativas y psicológicas presentes, así como todo el misterio y ambigüedad que la rodea, se disipan completamente en The Killer, y aquí cabe citar nuevamente a Bresson:

Un conjunto de buenas imágenes puede ser detestable.

La simpleza de la película, más que un despliegue de estilo, se desprende del discurso del protagonista, uno en el que se cuestiona la idea de excepcionalidad o singularidad en una época en la que todos la buscan desesperadamente. Fincher ya no busca un cine de “buenas imágenes”, el cine se ha vuelto algo detestable, carente de toda excepcionalidad, algo que, quizá, nunca ha entendido del todo y ni siquiera ha apreciado aún si lo ejecuta con brillante precisión. Si el asesino de la película comienza una revuelta contra sus empleadores, ¿contra quien se rebela Fincher? Más que una reflexión sobre los dilemas éticos a los que se enfrenta un asesino, The Killer lleva encriptada una letal consigna contra el ejercicio cinematográfico contemporáneo, particularmente quienes buscan en él excepcionalidad, unicidad o meramente, validación. Tanto quienes lo hacen, como quienes lo ven, son, somos, simplemente unos de tantos.

Fincher decía después de la presentación de la película en Venecia, que quería dejar la sensación en el espectador de que la persona que estaba detrás de ellos en la fila del supermercado podría ser un asesino… quizá es más probable encontrarse en esa vulgar fila a un cineasta.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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