Una constante dentro de la ecléctica obra del britanico Ridley Scott es su irregular interés. Scott es responsable de algunas de las películas más celebradas del cine norteamericano de los últimos cuarenta años, las tres primeras de su filmografía –The Duelists (1977), Alien (1979) y Blade Runner (1982)– son consideradas de manera casi unanime por la critica especializada como obras maestras dentro de los géneros que abordan cada una de ellas. Posteriormente el director confirmó su estatura como un cineasta capaz de entrarle sin dificultades al ruedo, en asuntos tan diversos entre sí como los de Legend (1985), Thelma & Louise (1991) o Gladiator (2000). Recreando esas y otras historias con un grado satisfactorio de complejidad narrativa y estilística –la versión extendida de Kingdom of Heaven (2005), American Gangster (2007) y The Counselor (2013)–, desarrolladas casi siempre dentro de fascinantes entornos audiovisuales. Sin embargo, también se ha inmiscuido en proyectos de poca consistencia –Black Rain (1989), G.I. Jane (1997), Hannibal (2001) y Black Hawk Down (2001)– donde las virtudes mostradas en sus titulos más representativos, lucen apenas como habilidosos efectismos puestos al servicio de productos banalmente eficaces y de rápido cónsumo.
Su no tan sorpresiva determinación de regresar a la exitosa saga creada por Dan O’Bannon y Ronald Shusset con Prometheus (2012), supusó un punto de inflexión en una franquicia que, hasta ese momento, había funcionado gracias a la creatividad y a los diferentes estilos de cada uno de los entonces jóvenes y prometedores cineastas que se encargaron de llevar a cabo las posteriores entregas de la serie: James Cameron, David Fincher y Jean Pierre Jeunet. La iniciativa desarrollada por Scott, y sus guionistas Jon Spaihts y Damon Lindelof, fue promocionada bajo la premisa de responder algunas de las interrogantes planteadas en la cinta original, como el origen de las letales creaturas y, principalmente, la identidad del misterioso “Ingeniero” encontrado en el primer film por los tripulantes de la nave espacial Nostromo, un proyecto que no pudo ser recibido con mayor entusiasmo por los fans, en especial aquellos decepcionados tras el desastroso resultado de las dos entregas de las olvidables Alien vs Predator.
Tanto Prometheus como la reciente Alien: Covenant (2017), resaltan las cualidades que caracterizan, pero también, los defectos que aquejan a las películas del veterano realizador. En el caso de la primera, pese a su esteticismo a toda prueba, de sus grandes valores de producción y el atractivo reparto, el producto final desconcertó y volvió a dejar insatisfechos a buena parte de la audiencia debido a la no muy lograda solidez del guión, su ritmo carente del usual dinamismo de la saga y al ánimo de un director, al parecer, más preocupado en desperdiciar el tiempo reflexionando (superficialmente) alrededor de cuestionamientos filosóficos –¿Cuál es nuestro verdadero lugar en el universo? ¿de dónde venimos?, ¿quién nos creó y hacía dónde vamos?– o sobre las consecuencias que el ser humano debe pagar cuando intenta emular a Dios, que en buscar un giro argumental novedoso con más probabilidades de colmar, después de treinta años, las ingenuas expectativas de quienes esperaban otra deslumbrante transmutación de géneros como lo fue la cinta de 1979. Prometheus dejó sembradas más preguntas en lugar de las ansiadas respuestas, y además, dándose el lujo de rematar el asunto con un “desenlace” en el cuál quedaba de manifiesto la rotunda necesidad de una secuela. Algo inédito en las partes anteriores de la saga.
En Alien: Covenant, Scott pretende corregir los errores de la cinta predecesora regresando a terrenos más familiares para el espectador. Vemos de nueva cuenta una gigantesca nave surcando la inmensidad del cosmos, la cuál se apartará también de su ruta prevista tras responder a una misteriosa señal proveniente de un planeta desconocido, abundante de escenarios inquietantes y opresivos. Para complacer a los fans mélomano/nostálgicos, están presentes de manera ocasional los acordes de la legendaria partitura compuesta por Jerry Goldsmith para el primer filme, mientras la escrutadora presencia de Walter (Michael Fassbender), otro androide de última generación, atestigua las discordias entre los tripulantes de la nave y el subsecuente asesinato de cada uno de ellos a cargo de los sanguinarios monstruos alienigenas, con secuencias gore un par de grados más explicitas de lo acostumbrado y, claro, la presentación de la Teniente Daniels (Katherine Waterston) como la nueva heroina de acción que tomará momentaneamente en sus manos la codiciada estafeta de Ellen Ripley –el añorado personaje que inmortalizó a la actriz Sigourney Weaver–, todo ello enmarcado en planos de sobria belleza plástica y formal tan comunes en el cine de este director.
El prólogo con el revelador diálogo entre David (de nueva cuenta Michael Fassbender) y Peter Weyland (Guy Pierce) es una buena muestra de dicha habilidad detrás de la cámara. Por desgracia, es justo desde el prometedor comienzo de Alien: Covenant que se hace evidente lo poco trascendental del esperado proyecto: si en su conclusión, Prometheus al menos abrió la puerta a una novedosa historia alterna dentro del universo Alien, con el supuesto propósito de explorar otros mundos y sus –peligrosas– civilizaciones extraterrestres, el cuál revelaría (ahora sí) las verdaderas intenciones respecto a la raza humana por parte de sus siniestros “creadores”, ahondando de paso en la ambigua relación entre la doctora Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) y el friamente calculador androide David, Ridley Scott, junto a su nutrido equipo de guionistas, prefieren apostar a lo seguro sin salir de su zona de confort, siguiendo al pie de la letra las convenciones propias de la saga al dar un salto en la linea de tiempo, desechando cualquier intención de profundizar, al menos por ahora, sobre la interesante línea argumental derivada del film anterior. Minimizando el asunto sin mayores remordimientos a una breve analepsis en la que dan cuenta del aparente destino de la Dra. Shaw y su robótico acompañante durante la llegada de ambos al planeta de Los Ingenieros y sus consecuencias.
Según lo que se desprende de algunas declaraciones recientes del cineasta, éste no desecha la posibilidad de retomar dicho tema. (Incluso ya existe un titulo tentativo para esta historia: Alien Awakening). La inevitable pregunta es: ¿tendrá caso esperar con mayor interés esta otra hipotética precuela estando uno al corriente de lo que va a suceder? Y esto viene a cuento porque el segundo gran lastre de Alien: Covenant es lo abrumadoramente previsible de la trama. Si durante los primeros minutos tanto apego al canon hace lucir todo como demasiado visto, a mitad de la proyección todo mundo ya fue capaz de intuir de sobra el “sorpresivo” giro que tomarán a partir de ahí los acontecimientos, hasta el otro “inesperado” desenlace que se observa venir a leguas de distancia.
Tampoco es que ayude demasiado la elección del reparto. Katherine Waterston se esfuerza por ser una digna sucesora de Ripley mostrando un correcto desempeño fisico en las escenas de acción (sin duda, uno de los puntos fuertes de la película), así como un aceptable registro histriónico similar al de sus compañeros de viaje, entre los que se encuentran James Franco –quién fuera de aparecer en un cameo como el interés amoroso de Daniels, no tiene mayor peso dentro de la trama, siendo eliminado a las primeras de cambio–, el buen Billy Crudup (a quien vimos como Mr. Manhattan en Watchmen) con un eterno semblante de niño regañado, y por ahí tenemos hasta al temperamental Demián Bichir –el cuál, por cierto, se nos presenta muy sutilmente como el primer personaje gay de la franquicia.
Se trata de una apuesta perdida de antemano: aunque se empeña en lucir como una chica ruda, Waterston no logra ni de lejos llenar los overoles ya no digamos de la propia Weaver, sino hasta los de la sueca Noomi Rapace; en cuánto al resto de los actores, uno no puede pensar en otra tripulación menos “sacrificable” que la de The Covenant, pues en ningún momento de la cinta se llega a establecer hacía ellos alguna simpatía o angustioso vinculo emocional semejante al que uno podría sentir ya sea por los infortunados tripulantes de la Nostromo, por los aguerridos pero incáutos marines de Aliens o, inclusive, por los malevolamente carismáticos contrabandistas de Alien: Resurrection, (vamos, que en cuánto comienzan a caer bajo las fauces de los aliens, sus muertes mueven más a la burla que a otra cosa) por lo que al final del día, todo el peso de la trama termina recayendo, ironicamente, sobre los impasibles androides interpretados por Michael Fassbender.
Es justo en este sentido que Ridley Scott logra, hasta cierto punto, redimir al filme de sus aspectos poco trascendentales, retomando elementos de uno de los clásicos de la literatura inglesa y de otro de los temas más caros a la ciencia ficción, el cuál había sido tratado anteriormente de un modo apenas circunstancial.
Si en la primera cuadrilogia Sigourney Weaver se impusó casi desde el comienzo como la protagonista absoluta, Fassbender y sus sintéticos personajes confirman su relevancia como el eje principal del relato, abriendo –en apariencia– otro interesante camino en el desarrollo de la o las futuras secuelas de la serie. Para tal fin, el director y su equipo se inspiran en el poema épico El Paraiso Perdido, de John Milton (titulo que en un principio el director pensó en tomar “prestado” para su película). Mientras en su obra monumental Milton percibió a Satanás como una suerte de figura trágica, para quién los ángeles, en su condición de seres aútonomos, tienen la obligación de librarse de la autoridad que posee Dios sobre ellos asumiendo la misma jerarquía que el Todopoderoso en el Reino de los Cielos, David y Walter “viven” en un mundo en el cuál claramente la razón no asiste a los hombres de fé, donde él primero ha llegado a la conclusión de que sus creadores no son dignos de su creación, y cuyas acciones se deben ya no a la busqueda de respuestas que motivaban a los androides de Blade Runner, con la que Alien: Covenant guarda más de una evidente conexión: es posible encontrar al menos dos claras referencias hacía el Roy Batty de Rutger Hauer, sino a su propia retorcida reinterpretación del Génesis. Desde la cuál comparte con el ángel caido, descrito por John Milton, la noción de que antes que servir en el Cielo, es preferible reinar en el Infierno. Si Ridley Scott sabrá aprovechar la oportunidad de darle a esta segunda época de la franquicia un cauce digno de las altas pero no demasiado satisfechas expectativas que generaron Prometheus y Alien: Covenant ya sea tomándose otro lustro o el tiempo necesario para plantearse correctamente su camino a seguir, o bien, dejando de interferir con propuestas ajenas pero más frescas. Como el proyecto que iba a ser encabezado por el joven y entusiasta Neill Blomkamp –declado muerto por Scott– es un misterio
Sin embargo, para bien o para mal y a pesar de las opiniones encontradas, aún existen muchos fans que esperan que tome la decisión adecuada. Ojalá lo haga, porque también de “buenas ideas” está empedrado el camino al averno.