Pintura roja y mucha piel: In Memóriam de Herschell Gordon Lewis

La primera vez que escuché el nombre de Herschell Gordon Lewis fue en una comedia americana para adolescentes. En una de las escenas claves de Juno: crecer, correr y tropezar (Juno, 2007), la homónima protagonista (Ellen Page) es adentrada al mundo de Herschell Gordon Lewis gracias a la escena del torno de El mago del gore (The Wizard of Gore, 1970), en la que una mujer es perforada en el estomago. Ese breve clip se presenta con el único objetivo de dotar al personaje principal de cierta aura irónica/postmoderna/cool/underground, como la mayoría de las referencias culturales en Juno, sin embargo significó el primer encuentro para muchos, incluyéndome, con el mundo del “Padrino del gore”.

Herschell Gordon Lewis (1929 – 2016) estudió periodismo en la Universidad del Noroeste en Evanston, Illinois, impartió cátedra de literatura inglesa en el Colegio Estatal de Mississippi, administró una estación de radio y dirigió comerciales antes de debutar como realizador en 1961 con Living Venus (1961), sobre un hombre que funda una revista para caballeros y termina casándose con su modelo estrella.

Cuenta la leyenda que para el 63, el novel cineasta había agotado la fórmula básica de las “nudie cuties”, cintas bastante ingenuas filmadas con el único propósito de mostrar algo de carne femenina, con las que dio sus primeros pasos y buscaba la forma de llamar la atención del público. El giro de Lewis consistió en un par de galones de sangre.

Dos  jóvenes se besan y tocan apasionadamente sobre la arena de una tranquila playa bajo la luz de las estrellas. Recostados, incapaces de pensar en otra cosa que no sea el contacto, los amantes ignoran que están siendo observados. Una figura deforme se esconde en la oscuridad y cierra el espacio entre ellos lentamente; las caricias siguen mientras el cazador cerca a sus presas… cerca como para escuchar el roce de sus labios. Un golpe fulminante, seco, termina con el galán sin muchos problemas, los gritos de su novia inundan la pantalla, el destino de ambos está echado.

La secuencia termina con las manos del asesino llenas de vísceras y sangre, en segundo plano está una mujer con la cabeza a medio explotar. La escena en cuestión pertenece a Blood Feast (1963) y es considerada la primera escena gore de la historia por lo explícito de su presentación, aunque se pueden encontrar antecedentes en las filmografías de otros países, como la japonesa.

A partir de ese momento la carrera de Herschell se divide en dos, por una parte sus incursiones en el gore y, por el otro, ejercicios que podríamos catalogar como sexploitation, donde el desnudo gratuito es ley y la trama es lo de menos. Las primeras formaron parte de la retrospectiva que Macabro: Festival Internacional de Cine de Horror de la Cd. de México organizó en honor a Lewis en su edición 2009, un programa que incluyó Blood Feast, Two Thousand Maniacs! (1964), Color Me Blood Red (1965), The Wizard of Gore y The Gore Gore Girls (1972); la primera recapitulación de su obra en nuestro país.

La mayor parte del trabajo cinematográfico de Herschell se concentra entre 1961 y 1972, un fructífero periodo de 11 años en los que filmó 34 largometrajes. Claro, la mayoría de muy bajo presupuesto, con pocas locaciones y menos ropa, productos rentables para las salas de cine de cuarta o sexta corrida de aquellos años. Gracias a su categoría de serie b, la filmografía de Lewis goza de una variedad temática considerable: westerns incestuosos (Linda and Abilene), “educación” sexual (The Girl, the Body, and the Pill), artistas sangrientos (Color Me Blood Red), thrillers (The Gore Gore Girls), pseudo-documentales sobre la vida sexual de la comunidad afroamericana (Black Love), o ciencia ficción (Monster a-Go Go).

Al adentrarse en el cuerpo fílmico del realizador, es evidente porqué sus películas gore son las más recordadas. Herschell no era ningún virtuoso de la cámara, ni la usaba como una pluma para dejar su firma, no obstante sus momentos más memorables están bañados en sangre. Basta recordar el momento mostrado en Juno, el barril lleno de clavos de los maníacos o la carnicería del asesino de The Gore Gore Girls.

La violencia gráfica llega al límite del paroxismo, apela a las emociones más básicas del espectador, generando un impacto difícil de olvidar. Está al frente y no se esconde, abrazando su estatus marginal. Sin embargo, los mejores momentos de Lewis llegan cuando se está divirtiendo, ahí donde el ritmo se torna similar al del jazz suave o la música a go-go. Un buen ejemplo es The Ecstasies of Women (1969), donde un atractivo soltero vive una última juerga antes de casarse y recuerda sus amores fugaces. La cinta intercala flashbacks monótonos visualmente y de ritmo plomizo con juguetonas escenas dentro de un club topless, con mucho alcohol y chicas mostrando sus encantos –Lewis siempre tuvo buen ojo para sus mujeres–.

Esa irregularidad permea todo el trabajo del director, por cada dos chispazos de genialidad hay tres notas que no caen en el lugar adecuado. Cualidades que lo convierten en un verdadero gusto adquirido.

Actualmente la cantidad de sangre y tripas o la ostentosa inocencia de su montaje pueden hacer ver al cine de Gordon Lewis como anticuado, una curiosidad digna de un museo. Durante la retrospectiva de Macabro abundaron las risas y no las muecas propias del shock, por ejemplo. La saturación de imágenes violentas nos rodea, estamos inmunizados contra los estímulos previamente conocidos, la sed de más seguirá.

A sus 87 años Herschell Gordon Lewis preparaba un nuevo proyecto cinematográfico: Zombificador, una antología con varias historias que se cruzan en algún punto, incluyendo “regordetas criaturas que pueden transformar a la gente en salvajes, insectos de tamaño humano y marionetas parlantes”, según la información de IMDB. Con tanta violencia –ficticia y real– acaparando las pantallas del cine y la televisión, ¿podrá el mago, desde la tumba, sorprender una última vez a su público?

Por Rafael Paz (@pazespa)
Publicado originalmente en Deep Focus.

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