74º Muestra | Monster y la angustia de crecer

La fragmentación del relato es un recurso ampliamente utilizado desde hace más de setenta años y, en pocas ocasiones, resulta genuinamente desorientador. Muchas veces dicho dispositivo se siente anclado en la seguridad de tener la narrativa con un orden específico, para, posteriormente, ser cortada de forma irregular con la intención de ser arrojada a los espectadores, quienes, más o menos, pueden formarse una idea clara de lo que pasa.

Este no es el caso del trabajo más reciente del japonés Hirokazu Kore-eda, quien en Monster no parece estar particularmente preocupado porque haya una narrativa inteligible, sino que a partir de una serie de impresiones claras –más físicas que narrativas–, ofrece una visión nítida de las angustias del crecer evocando a cineastas como Louis Malle (Lacombe Lucien, 1974; L’ enfance nue, 1968).

La película tiene como protagonista al apenas adolescente Minato (Soya Kurokawa), quien comienza a comportarse de manera sumamente errática e intempestiva aunque no necesariamente agresiva: pierde uno de sus zapatos, llena cantimploras con tierra o se corta el pelo. La madre de Minato (Sakura Ando) se preocupa por el actuar de su hijo y cuando comienza a investigar se percata de que el responsable es un profesor (Eita Nagayama), el cual acusa a su hijo de ser un bully. El punto de vista se va turnando entre estos tres personajes y apenas se distingue, vagamente, cierta secuencia lógica a lo que está sucediendo, dado que la película se basa en distinguir entre una serie de mentiras.

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Kore-eda es principalmente reconocido por las audiencias contemporáneas como un cineasta narrativamente conservador y de economía formal, principalmente por lo mostrado en De tal padre, tal hijo (Soshite chichi ni naru, 2013) o Un asunto de familia (Manbiki kazoku, 2018), ésta última le dió la Palma de Oro. Aquí opta por un trabajo de naturaleza más ambigua y sugestiva, como si de repente su cine se hubiera abierto nuevamente a una experimentación que no lo hace necesariamente “mejor”, pero sí sacude el confort de lo conocido. Cabe mencionar Burning (Beoning, 2018), de Lee Chang-dong, como un referente más preciso en cuanto a la impresión que la película deja y, aunque ambas operan con intenciones y personajes distintos, una noción inquietante de oscuridad urde debajo de lo que vemos y de la “historia”.

Monster usa recursos físicos como el sonido de una trompeta (afinada por el trabajo musical de Ryuichi Sakamoto), fuertes vientos y una lluvia a la Ozu (La hierba errante/Ukikusa, 1959) para unir el relato –por encima de situaciones o anécdotas concretas de los personajes–, lo que da una riqueza y peculiaridad que no tenía tanta presencia, o al menos no era tan tangible, en sus trabajos anteriores, con la excepción, quizá, de Después de la tormenta (Umi yori mo mada fukaku, 2016).

Al centro del largometraje está la relación de Minato con otra adolescente, similar a aquella que tienen los dos protagonistas de Close (2022), de Lukas Dhont, pero a diferencia de aquella, en la que la pulcritud y la claridad son tales que niegan cualquier dimensionalidad a los personajes, Kore-eda construye una película que en su perplejidad logra ser infinitamente más clara respecto a la angustia y el dolor de crecer, sea para convertirse en un monstruo o acusar a los demás de serlo.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)
Publicado originalmente en nuestra cobertura del Festival Internacional de Cine de Cannes 2023.

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