‘Sangre, sudor y gloria’: El éxito en esteroides

La construcción del éxito es un elemento fundamental en la conformación del mito americano que ahora se ha mutado en un pesado dogmatismo cultural de un tonelaje tan inmenso que existen hombres que dedican toda una vida a levantar ese pesado yugo con la fuerza de su cuerpo, pero pasado un tiempo, ese ímpetu y búsqueda de fuerza se convirtió en un espectáculo de constante contemplación en el que ya no era importante construir las bases del éxito sino aparentarlo con una portentosa musculatura bañada en aceite de coquito y nutrida por vitaminas, pastillas y jeringazos. La nueva cinta del auteur comercial por excelencia, Michael Bay (The Rock, Con Air, Transformers) presenta la frustración de un grupo de hombres que dedicó incontables horas a su cuerpo, pero ninguna a su cerebro.

En Sangre, sudor y gloria (Pain & Gain), Michael Bay regresa a un terreno desprovisto de colosales y mentecatas máquinas para enfocar su atención en un caso ocurrido en Miami, edén del esteroide y el colágeno –no por nada ahí vive toda la nómina de Televisa– en el que tres fisicoculturistas secuestran al dueño de un negocio de sándwiches para asegurarse de una jugosa cantidad de dinero y poder gastarlo en lo que lo gastaría el hombre promedio: prostitutas y cocaína.

Daniel Lugo (Mark Wahlberg ponchadito) lidera a la banda que se complementa con Dwayne The Rock Johnson como un ex convicto convertido en un devoto cristiano y Anthony Mackie (The Hurt Locker) irreconocible como un steroid junkie, que busca subsanar sus deficiencias viriles con los jugos ilegales, echando a perder el rigor de su debilitado tilín.

La nueva cinta de Michael Bay se presenta como un ejemplo consumado de lo que en algunos círculos de cinefilia se conoce como el auterismo vulgar: el armazón del estilo de hacer cine clásicamente americano con figuras clásicas como Howard Hawks o Anthony Mann al centro y cómo esa noción ha cambiado hasta llegar a bombásticos y musculares derroches de estilo en un ejercicio fílmico polarizante. Estamos ante una cinta racista, homofóbica, espectacularmente idiota filmada con brío y una ilusión de estilo, colores saturados en la fotografía, un versátil desfile de formatos cinematográficos, una audaz edición y personajes con una motivación plana y llana: inflarse de dinero y ser exitosos. Como lo pregona Daniel Lugo (Marky Mark) “dinero que acompañe ese cuerpo”.

Pero no estamos ante una cinta que pontifique, sino ante un señalamiento tan absurdamente patético e inverosímil, que la misma película debe detenerse para reafirmarnos que las grotescas viñetas a las que somos expuestos en verdad son “una historia real”. La búsqueda del éxito material, tendencia particularmente sólida en el 2013 con cintas como The Bling Ring, Spring Breakers y The Great Gatsby celebrando el neo materialismo con exuberante sobriedad, mientras que Pain & Gain expone las raíces de la virilidad que encumbraron a los adonis supernutridos como Stallone y Schwarzenegger, construyendo la ilusión de fuerza y educando a toda una generación. Aquí los personajes aprenden lo que saben del cine popular y aspiran a ser como sus protagonistas: las mujeres como Julia Roberts en Pretty Woman y los hombres como Arnold o Sylvester en cualquier idilio fílmico. No obstante, la ingenuidad pueril cede paso a una peligrosa ignorancia, que bordea en la psicótica estupidez.

Bay transmite exitosamente el mensaje gracias a la convicción de sus actores principales. La neurosis bostoniana de Wahlberg, la sorprendente ingenuidad e incredulidad infantil de The Rock y la ansiedad de performance de Mackie se complementan con la bravuconería irascible de Tony Shalhoub, la cómica y real hostilidad de Ken Jeong (The Hangover) como un agresivo coach motivacional. Pero quien brilla y con increíble facilidad se roba el filme es la comediante australiana Rebel Wilson (Bridesmaids, Pitch Perfect), quien imprime al filme invaluable comicidad y picardía, así como un personaje genuinamente empático y entrañable, junto a la siempre reconfortante e inteligente presencia del maestro Ed Harris, en esta galería de mentecatos mamados y arrogantes.

A pesar de tener todos los elementos que uno podría esperar de una cinta de Michael Bay, particularmente una adulterada testosterona fílmica acompañada de una muscularmente americana ejecución detrás de las cámaras, Pain & Gain somete a su audiencia a una extenuante prueba de paciencia, un abrumador ejercicio fílmico y una ardua rutina ideológica que promete perpetuarse por generaciones. El resultado es una tonificante cinta que una vez pasados los efectos del chocho, se desinfla con rapidez, pero que logra mantener un sólido cuerpo, que aunque por mucho aceite que se unte, no se verá nunca como Arnold.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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