El milagro del Padre Stu: Catequismo de calle

Resultaría muy fácil hacer escarnio de una película como El milagro del Padre Stu (Father Stu, 2022) dada su manufactura austera –casi elemental–, sus convencionalismos melodramáticos o su dogmatismo catequista disfrazado de irreverente pedagogía, pero lo que fácilmente podrían ser consideradas fallas o excesos, paradójicamente se convierten en inesperadas fortalezas. Similar a lo que sucede con Stuart (Mark Wahlberg), su protagonista, la película porta tan orgullosa sus vicios y defectos que éstas comienzan a generar un magnetismo innegable después de unos cuantas escenas y así su mensaje sobre contrición, sufrimiento y fe termina por resonar de manera contundente, aún si no consigue convertir a los escépticos.

La película presenta la historia de Stuart Long (Wahlberg), un hombre que a sus más de 40 años no ha encontrado un rumbo definitivo para su vida. Después de una carrera corta pero intensa como pugilista, Stuart y su penoso mostacho deciden probar suerte como actor en Hollywood, lugar donde vive su alcohólico padre (Mel Gibson). Tras varios intentos sin éxito, Stu comienza a trabajar en un supermercado vendiendo carne y ahí conoce a Carmen (Teresa Ruiz), una joven mexicana que tiene un efecto tan fuerte sobre el frustrado pero carismático hombre que lo arrastra hasta un lugar que juró nunca pisar después de la trágica muerte de su hermano en la infancia: la iglesia católica.

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La ópera prima de la cineasta Rosalind Ross hace énfasis en los primeros minutos de la película en la portentosa fuerza física y atractivo de Mark Wahlberg, quien como buen bostoniano es católico hasta el tuétano y había estado esperando la oportunidad de poder llevar al cine la historia de Stu, para contrastar con la fuerza física que va perdiendo, primero por un brutal accidente en motocicleta y posteriormente por una extraña enfermedad que va deteriorando su fuerza y tono muscular hasta desembocar en *spoiler alert* la muerte.

En uno de sus sermones, Stu señala la imagen de Jesús en la cruz como una que en la infancia genera una conmoción particular respecto a la estilización del sufrimiento. Parece que Ross usa esta noción para generar un impacto similar: de presenciar el vigor y fuerza de las primeras escenas, a la total vulnerabilidad y flacidez de la carne en las últimas secuencias de la película, pero mostrando un “espíritu” inquebrantable, reminiscente de otras películas de poderoso brío católico como Hacksaw Ridge (Mel Gibson, 2016) o de forma un poco más velada en Unbreakable (Angelina Jolie, 2014) en las que el cuerpo también sufre los embates de un entorno que parece equiparar toda calamidad a una prueba de resistencia de procedencia divina.

Sin escatimar en sagaces e ingeniosos intercambios verbales, el trabajo de Ross, cual astuto político populista (independientemente de la nación en la que viva), no pretende convencer a los escépticos, sino simplemente agitar a las bases duras con las que ya cuenta. Todo en la película funciona bajo el efecto de fórmulas probadas y altamente efectivas, que en un clima de rampante liberalismo, le es fácil asumir el disfraz de paria que sus críticos más superficiales le achacan. Quizá el verdadero milagro del Padre Stu sea que su falta sutileza, elegancia y descarado adoctrinamiento atraigan más de lo que podrían repeler y es por que en esta Iglesia se habla con la misma labia y cadencia que en la calle.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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