Ambulancia: Agonía de la velocidad

Cualquier película de Michael Bay funciona bajo una anarquía muy peculiar y, actualmente, escasa, tanto que resulta en una curiosa anomalía. El exceso permite que incluso la situación más risible sea capaz de emocionar; el total desprecio por toda “lógica” y “coherencia”, tan cara al espectador contemporáneo, permite una libertad que incluso, dentro de los límites de una película de acción comercial, revitaliza con el impacto de un desfibrilador.

Para mantener tanta energía durante más de dos horas (desafortunadamente la duración estándar de cualquier película que ose mostrarse en un cine) Bay se adhiere a la personalidad de su protagonista Danny Sharp (Jake Gyllenhall) un flamante sociópata que junto a su “hermano” Will Sharp (Yahya Abdul-Mateen II), un veterano de guerra que busca desesperadamente costear una cirugía para su esposa, participa de un gran atraco a un banco que, evidentemente, sale terriblemente mal, viéndose forzados a escapar en una ambulancia en la que secuestran a una emocionalmente distante paramédico (Eiza Gonzalez) y a un policía herido por Will que deben mantener con vida para que toda la fuerza policiaca angelina no los destroce.

Los puntos arriba mencionados apenas cubren una diminuta fracción de la abrumadora cantidad de sucesos que se dan en la película, tan saturada que un evento es casi arrollado por el precedente o el subsecuente. Ambulancia parece crear su propio tiempo narrativo, uno que necesita varias cámaras, lentes y tomas para ser apenas aprehendido en escasos segundos y ahí una extraordinaria paradoja del cine de Bay: que a pesar de durar tanto tiempo, los eventos en la misma duran extraordinariamente poco.

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Tal principio demanda una energía que parece insólita al grueso de realizadores novatos que han surgido en los últimos años, acostumbrados a trabajar en formatos tan rígidos y prefabricados que “el estilo de Bay”, tan dado a la grandilocuencia plástica, se percibe como vibrante y expresivo. Basta con ver la forma en la que el cineasta usa las cámaras de drones para dar una sensación vital del espacio urbano –como lo hacen John Woo, Johnnie To o Michael Mann–, después de todo, no es casual que las películas de Bay formen parte importante de la colosal Los Angeles Plays Itself (2004), de Thom Andersen.

Aunque se trata de una película de acción, Ambulance desafía los límites genéricos y su energía se vuelve tan caótica que llega a parecer más una comedia de los Hermanos Marx, quiérase Duck Soup (McCarey, 1933) o A Night On the Opera (Wood,1935) o de los Hermanos Zucker (Airplane!, 1975), en sus momentos más inverosímiles, como la cirugía sin anestesia en una ambulancia a toda velocidad, la aparición de un perro en una patrulla policiaca o cuando para aliviar el agotador estrés, los hermanos Sharp ponen una canción de Christopher Cross en sus auriculares para cantarla a todo pulmón. Todo es admisible, siempre y cuando se presente de forma simultánea o como es en el caso de Bay, sincrónicamente caótica.

La película ofrece como contrapeso dramático al frenesí, un núcleo emocional que sostiene la tríada protagonista conformada por Gyllenhall, Abdul-Mateen y Gonzalez, quienes delinean sus personajes con trazos gruesos solamente porque la película, literalmente, no tiene demasiado tiempo en detenerse a explorar a profundidad ningún perfil psicológico, ésta se limita a concederles algunos gestos pero las acciones pesan sustancialmente más que los personajes, quienes simplemente se convierten en abstracciones pasivas que se someten al designio de una arrolladora velocidad, como les sucede a los secuaces de Sharp después del robo en el banco.

Aún con su vertiginoso ritmo, es evidente que Bay, un cineasta de ya casi sesenta años, comienza a ver con nostalgia una forma de hacer películas que parece estar cayendo en desuso. Las alusiones a sus propias películas, no en las imágenes sino en las conversaciones de los personajes, así como de otros hitos noventeros como Mel Gibson y su atrabancado formalismo en Braveheart (1995), dan cuenta que esta virilidad hiperkinética habrá de alcanzar su máxima velocidad antes de apagarse súbitamente. Es sensato pensar que a Michael Bay le queda mucho más vigor que tiempo.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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