‘Revancha’: La bestia blanca

Imma imma motherfuckin’ beast!
Imma Imma fuckin’ beast.
Imma motherfuckin’ beast.
Fuckin I’m the fuckin’ beast.

Beast, Rob Bailey & Bhusta Rhymes

Las primeras imágenes del nuevo filme del cineasta afroamericano Antoine Fuqua presentan a un consumado boxeador, primordialmente, desde su físico: tatuajes en un torso marcado por abrumadoras rutinas de ejercicio, lacerantes regímenes alimenticios y embrutecido por las embestidas físicas y emocionales. El boxeador esta a punto de entrar al cuadrilátero mientras que en sus audífonos retumban los coros de Beast, una canción de hip hop que busca ponerlo en un estado mental muy específico, finalmente liberado de la púgil testosterona por un beso de su esposa.

Parece entonces haber dos películas distintas en Revancha (Southpaw, 2015), una arrastrada por la brutal visceralidad emocional de un contexto urbano y otra que busca controlar esa misma parte a través de las instituciones sociales y que usa el deporte como un medio de sublimación esencial. Fuqua nos presenta la historia del boxeador Billy Hope (Jake Gyllenhall), campeón de peso semipesado que creció huérfano y ahora tiene una sólida familia con su esposa Maureen (Rachel McAdams) y su hija Leila, que después de la inesperada muerte de Maureen en un tiroteo (sí, bien 90’s el asunto) pierde gradualmente todo hasta tocar fondo y revalorar su estilo de vida.

Fuqua, director responsable de Día de entrenamiento (Training Day, 2001) y Los amos de Brooklyn (Brooklyn’s Finest, 2009), presenta con gran solvencia la primera parte del filme, la caída de Billy, pero toda la agresividad y brío se va apagando para ceder paso a una segunda sección terriblemente apresurada, moralina  y predecible, impidiendo que Revancha escape de las formulas impuestas por su género. Sin duda, la interpretación de Jake Gyllenhall permite que el filme destaque por encima de otros.

Gyllenhall continua demostrando virtuoso rango, después de haber redescubierto sus dotes actorales de la mano del canadiense Dennis Villeneuve en Intriga (Prisoners, 2013) y Enemy (ambas del 2013) así como en su deleznable sociópata en Primicia mortal (Nightcrawler, 2014) el año pasado, ahora parco y sepultado bajo kilogramos de músculo sólido, cicatrices y tatuajes, que en lugar de convertirse en un obstáculo para ser expresivo se convierten en la herramienta más reveladora de su arsenal. Gyllenhall impone con su físico y usa su corporalidad como un elemento de intimidación en el ring, de erotismo en el foreplay con su esposa y de entrañable ternura con su hija, una opulenta bestia de notable humildad que termina perdiendo todo.

La fábula del pobre que se hace rico para después volver a ser pobre ha permanecido en el imaginario popular estadunidense en figuras como MC Hammer o el mismo 50 Cent –que ya ni su nombre puede pagar, así que nomás díganle “El Curtis”– , quién aparece en la película como un traicionero promotor de box y en este caso lo que se parece castigar no es tanto un estilo de vida despilfarrador, sino uno en el que el enojo y el resentimiento social no están “regulados” y dominan la vida de Billy, incluso su estilo de pelea. En la escena de la corte, cuando le quitan a su hija, Billy es incapaz de ver a la juez y lanza profanidades porque no lo dejan abrazarla, la sociedad fuerza su necesidad de ser vista.

Revancha muestra la necesidad de controlar y condicionar la conducta instintiva de una bestia creada por la mismas instituciones que ahora quiere controlarlo, que generalmente ofrece el deporte o la música como salidas a su realidad, pero como se aprecia ahora en las ebulliciones sociales, específicamente en Ferguson, las salidas parecen estar siendo cada vez más estrechas, incluso para la gente “blanca”.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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