Para Marcela

Hay películas que son como un rito de paso, cada generación tiene la suya. Para muchos de los que entramos en razón a finales de los noventa o principios de los dos miles, e iniciamos nuestra adolescencia en esas fechas, el cine independiente americano gozaba de una oferta importante para todo aquel que estuviera a la búsqueda de un cine a contracorriente de lo disfrutado por la mayoría de nuestros padres.

Cintas como Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994), La vida en el abismo (Trainspotting, 1996), El Club de la Pelea (Fight Club, 1999), Los amantes del círculo polar (1998) o Memento (2000), entre muchas otras, eran de visionado obligado para los jóvenes amantes del cine deseosos de un poco de rebeldía, así no trascendiera lo estético. Eran películas que provocaban un sentimiento de adultez –aunque no lo comprendieramos de esa forma– o abrían la puerta a latitudes cinematográficas más radicales gracias a sus citas visuales, como en el caso de los trabajos de Quentin Tarantino.

Entre esas “indispensables” recomendaciones para iniciarse estaba la ópera prima de Richard Kelly: Donnie Darko, estrenada un 19 de enero del 2001 en el Festival de Sundance, donde no causó mucho alboroto, aunque gracias a sus temas, música y estética pronto halló un nicho importante en los formatos caseros de la época (VHS y DVD). Era un proyecto que motivaba la plática, el deseo de entender qué sucedía detrás de sus imágenes y una rara identificación con las irascibles interacciones de su protagonista con el entorno (Donnie era emo y no lo sabíamos… todavía).

Una noche Donnie (Jake Gyllenhaal) escucha una voz entre sueños que lo motiva a abandonar la cama, una situación cotidiana para el muchacho como lo anuncia el inicio de la película. Sin embargo, en esta ocasión, su sonambulismo lo salva de morir aplastado por una turbina de avión que colapsa el techo de su cuarto. Este accidente inicia un peculiar viaje “social” para Donnie, en el que la hipocresía y los engaños de la vida adulta se hacen evidentes.

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Cada día entre la noche del accidente y la fecha anunciada por Frank, el conejo (James Duval), para la llegada del fin del mundo, sirve para que Donnie Darko descubra cómo funciona ese mundo adulto y el desdén que le provocan sus maquinaciones, sumado a su exploración de las posibilidades de la metafísica, reflejado en su interés por indagar sobre los viajes en el tiempo y la mística alrededor de un viejo libro sobre el tema.

Esta dinámica (y su combinación con los temas que van más allá de lo real inmediato) hacen eco de algunos de los trabajos del cineasta David Lynch durante los ochenta y noventa, cruzados con la literatura de Carlos Castaneda. Películas como Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986), Salvaje corazón (Wild at Heart, 1990), y Twin Peaks: fuego camina conmigo (Twin Peaks: Fire Walk with Me, 1992), comparten el espíritu de Kelly por enfrentar a sus jóvenes protagonistas con la putrefacción de la adultez y la maduración provocada por ese encuentro. Asomarse debajo de la alfombra de la sociedad es un choque que transforma de manera permanente, creando cierto cinismo en los personajes que no los abandonará jamás. Una vez eliminado el antifaz su mirada no podrá regresar a ese estado primitivo de inocencia, como lo demuestra la risa de Donnie antes del final de la película o la presencia del pájaro mecánico al final de Terciopelo azul. Los engranajes del sistema son evidentes, no hay manera de ignorarlos.

Kelly añade a ese tema central otro de los tópicos que se manifiesta de manera constante a lo largo de su obra: las posibilidades de lo divino y la culpa de conocer esos designios mientras estamos vivos. Es una apropiación casi agnóstica de una parte del credo judeo-cristiano. Si tuviéramos la oportunidad como Donnie de desenmascarar a la gente a nuestro alrededor, ¿podríamos vivir con las consecuencias de esa elección? Los protagonistas de Southland Tales (2006) y La Caja (The Box, 2009), los otros largometrajes de Richard Kelly, experimentan situaciones similares al perder su inocencia con respecto de las maquinaciones de lo que está más allá de lo terrenal, hasta descubrir que su libre albedrío está bastante acotado.

La decisión tomada por Donnie de regresar en el tiempo se entiende bajo esa lógica, en la combinación de su viaje iniciático y su acercamiento a la mística de nuestra existencia. Habiendo experimentado el universo paralelo y sus consecuencias, su vuelta no es sino la confirmación de su poco interés por participar en ese otro mundo adulto, áspero y carente de humanidad, sólo así puede evitar ser coercionado en participar de dichas dinámicas. No obstante, como la risa de la Mona Lisa, el misterio detrás de los significados de Donnie Darko permiten que cada espectador genere una explicación propia.

Eso, probablemente, ha mantenido viva a la película en los últimos 20 años; junto al deseo de regresar a esa época inocente en que nuestras pupilas no se habían desgastado cortesía de la vida adulta. ¿Quién es el que ríe ahora?

Por Rafael Paz (@pazespa)

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