El panorama pintaba bastante prometedor en nuestro cuarto día en el Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF, por sus siglas en inglés) gracias a la llegada de títulos con premisas muy llamativas, nuevos trabajos de realizadores cuyas películas suelen ser entretenidas sin dejar la sustancia y el regreso de una consagrada cineasta después de varios años de explorar otros menesteres como la televisión. Sin embargo, el balance final fue decepcionante, por decir lo menos, y pone de manifiesto que ampararse al cobijo de los gigantes de streaming representa cada vez un riesgo mayor para cineastas y películas.

Anatolian Leopard
Dir. Emre Kayis
Sección: Discovery

Existe una sutil diferencia entre la melancolía de un cineasta como Aki Kaurismaki y aquella presentada por el turco Emre Kayis. Si menciono al finlandés es, simplemente, porque en los textos de presentación del TIFF se le atribuye su influencia a Anatolian Leopard, pero Kayis no es melancólico sólo es arrastrado por la abrumadora tristeza de su personaje principal.

Fikret (Ügur Polat) ha sido director del zoológico más viejo de Turquía a lo largo de veinte años, pero su permanencia en el puesto se ve amenazada por un inminente proceso de privatización, únicamente obstaculizado por la presencia de un viejo leopardo, especie está protegida por la ley. Después de una solitaria noche de bebida en Año Nuevo, Fikret pasa a saludar a su felino amigo únicamente para darse cuenta de su fallecimiento, ahora deberá hacer todo lo posible por encubrir su muerte.

Aunque es notable el compromiso de Anatolian Leopard con el estado anímico de su protagonista –cuyo idealismo ha sido devastado por una asfixiante maquinaria estatal, reemplazada por una capitalista–, el proyecto carece de la energía necesaria para ser una sátira y de la distancia suficiente para funcionar como “alegoría” de la sociedad turca. Con tal premisa, verla fallar es tan triste como presenciar la muerte de un majestuoso leopardo.

The Guilty
Dir. Antoine Fuqua
Sección: Presentaciones Especiales

Después de colaborar en la sólida Revancha (Southpaw, 2015), Jake Gyllenhall y el cineasta Antoine Fuqua (Training Day, 2001) se reunieron para hacer un remake del popular thriller danés El culpable (Den skyldige, 2018), en el que un oficial de policía es degradado a atender llamadas de emergencia y ahí encuentra una oportunidad de redimirse al recibir la llamada de una mujer que ha sido secuestrada. Como cualquier producción de Netflix, la película de Fuqua prescinde del riesgo y las apuestas que toma su personaje principal dentro de la trama. Habiendo visto la película original, realmente no tenía mucho sentido rehacerla o volver a verla, más aún cuando ya existe algo como Locke (Steven Knight, 2013).

A pesar de estar filmada con absoluta pereza y dejando toda energía en los hombros de su protagonista –con razón se nota tan enojado todo el tiempo–, The Guilty pone al frente una cuestión importante: ¿son los rostros famosos, anglosajones y bellos como los de Gyllenhall suficientes para mejorar películas subtituladas? A juzgar por los resultado y una gran cantidad de remakes que se han hecho en los últimos años, se podría contestar con certeza que no.

The Power of the Dog
Dir. Jane Campion
Sección: Presentaciones de Gala

Resulta difícil admitir para muchos que Netflix no compra estilos sino nombres. El debate revive cada año cuando el gigante corporativo llega a abarrotar los festivales otoñales con la esperanza de colocar uno o varios títulos de su catálogo en ese curioso fenómeno conocido como la “temporada de premios”, donde siempre resultan más memorables los memes y tuits que las películas.

El año pasado le tocó a Disney llevarse el premio mayor con Nomadland (2020) –cuyas imágenes se disuelven en la memoria unos segundos después de vistas–, seguramente este año los “honores” corresponderán a The Power of the Dog, trabajo en el que la neozelandesa Jane Campion funge más como prestanombres que como cineasta.

Basada en una novela homónima de Thomas Savage, la película se centra en la tensión entre dos hermanos: Phil (Benedict Cumberbatch) y George (Jesse Plemons), copropietarios de un rancho en Montana. Cuando George se casa en secreto con una joven viuda llamada Rose (Kirsten Dunst), Phil se enfurece e inicia una campaña para destruirla a través de su afeminado hijo Peter (Kodi Smit-McPhee), quien sólo es su peón.

Como en The Irishman (2019) o Mank (2020), las últimas apuestas de Netflix amparadas en un prestigioso nombre de la industria hollywoodense, The Power of the Dog tiene brotes tan discretos de estilo que se ahogan en una imperiosa voluntad por respetar las convenciones de un poderoso estudio, uno que reconoce el prestigio como una forma vital de capital en el cine y cuyas supuestas transgresiones son resultado de un premeditado y minucioso cálculo.

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Decir que el trabajo de Campion es malo sería injusto e imparcial, es más apto decir que es una película mediocre vestida como una de esas cintas larger than life: desde las solventes actuaciones de Cumberbatch, Dunst y Smith-Mcphee –todos opacados por el silente y demoledor trabajo de Jesse Plemons–, hasta las bellas pero genéricas tomas panorámicas y el score de Johnny Greenwood, que como muchos otros elementos parecen derivativos de Petróleo sangriento (There Will Be Blood, 2007).

Los temas de la novela parten de los grandes mitos fundacionales del oeste americano y han sido revisionados y subvertidos por varias generaciones de películas y cineastas, aquí parecen tener más resonancia en el papel que en las imágenes: los hermanos se comparan con Romulo y Remo –uno aboga por la civilidad, el otro por el belicismo–, el latente homoerotismo existente entre la rudeza de los hombres y el deterioro que la represión de estos impulsos tienen sobre la psique masculina. Son temas tratados de manera más compleja e integral en producciones como El indomable (Hud, Martn Ritt, 1963), Gigante (Giant, George Stevens, 1957) o Un tiro en la noche (The Man Who Shot Liberty Balance, John Ford, 1962).

El único personaje que se integra orgánicamente en los intereses de Campion es el del joven interpretado por Kodi Smith McPhee, cuya sensibilidad y desarrollo reúne cualidades presentes en sus trabajos previos como En carne viva (In the cut, 2003), El amor de mi vida (Bright Star, 2009) y Holy Smoke! (1999), sin embargo, aquí se disipan entre las ambiciones de hacer una película de dimensiones “épicas” –dentro de lo permitido por el presupuesto–. Campion brilla cuando construye desde lo íntimo hacia lo épico, no al revés, como lo hizo en The Portrait of a Lady (1996), largometraje que aún con todas sus deficiencias resulta de mayor interés que The Power of the Dog.

Al final, nos encontramos igual de perplejos que Phil cuando Peter le insinúa que el rostro de un perro se forma en las montañas, porque hallar dicha forma es tan difuso como la sutileza, ambigüedad y belleza características de Campion, sepultadas bajo la ominosa sombra de una roja y poderosa N.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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