‘El seductor’ y los conflictos del deseo

Quizá la guerra mas cruenta sea la que cada persona libra con su propio deseo. Intempestivo y profundamente caprichoso, ese deseo es sordo a cualquier peligro y quien lo inspira, lo utiliza como una letal arma, tanto para atrapar y preservar como para destruir. El tema de la novela The Beguiled parece explorar, entre otros menesteres, más que la toxicidad del deseo mismo, la corrosión que genera el suprimirlo, negarlo o sublimarlo a la destrucción del objeto deseado.

Esta noción que nos viene de los escritos del psicoanalista Erich Fromm invade sutilmente la sofisticada mansión gótica en la nueva versión de El seductor dirigida por la célebre cineasta Sofia Coppola, especializada en penetrar lo más profundo de la vacuidad femenina (Ladrones de la fama, 2013; María Antonieta, 2006) y que muestra un refinamiento formal y una madurez narrativa digna del galardón obtenido en la pasada edición del Festival de Cannes.

Bordada con minucioso gusto y narrada con sanas dosis de negro humor, El seductor presenta la historia de un soldado (Colin Farrell) que durante la Guerra Civil norteamericana es acogido en una institución para mujeres dirigida por Martha Farnsworth (Nicole Kidman), pero la llegada del estúpidamente sensual y herido soldado pondrá en evidencia la ambigüedad de los lazos femeninos.

La película dibuja tenuemente a sus personajes a manera de que puedan expresar conceptos o emociones, algo que podría hacerlos parecer superficiales pero que resulta congruente con la contaminación del lirismo edénico que Coppola quiere transmitir, siendo lo más logrado la delicada creación de una atmosfera profundamente tensa y de velado, si no es que subrepticio, erotismo.

Reminiscente de la sensualidad destilada de Las vírgenes suicidas (1999) y lejos del pragmático vigor de la fantástica versión de Don Siegel, la película explota la belleza y el candor que transmiten cada una de las integrantes de la escuela de la rígida dama Fansworth, interpretada por una sobria y suavemente feroz Nicole Kidman, cuyo rostro funciona como un perfecto reflejo de la sofocación del deseo, camino que habrán de seguir, y aprender de forma dolorosa, la confundida Edwina (Kirsten Dunst), la etérea Alicia (Elle Fanning) y la aparentemente inocente Amy (Oona Laurence).

Al centro de la película se encuentra la relación con McBurney (Farrell) y no el hombre mismo, eso permite que lo que fácilmente pudiera haberse convertido en un epitome de la fantasía masculina, se transforme en la tragedia de la fantasía femenina, pero no una que consume al ya mentado objeto del deseo, sino que destruye también a quien desea. La seducción más grande a la que se esta expuesto es a la destruirse a sí mismo, lenta y gentilmente.

 Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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