MUBI presenta: ‘Mikey and Nicky’, de Elaine May

Elaine May suele ser recordada por su comedia The Heartbreak Kid (1972). En ella, la directora atenta contra el matrimonio, descrito en el filme como una suerte de salvoconducto a la sexualidad que termina en la desilusión. Debido a severas fallas narrativas y tonales, The Heartbreak Kid termina concentrándose en el humor y resulta sólo una idea de crítica que difícilmente podemos considerar tan significativa como El graduado (The Graduate, 1967), del compañero de May en innumerables sketches, Mike Nichols. Sin embargo, el desafío a una institución esencial en una sociedad religiosa que apenas asimilaba los triunfos de la revolución sexual, definió a May como una iconoclasta. Su próxima película habría de consagrarla como tal. Tres años después de The Heartbreak Kid, May realizó una cinta que se dirigió a la amistad con una inteligencia aristotélica y le arrancó todo el romance con el que solemos pensarla. Mikey and Nicky (1976) es una de las grandes críticas de la amistad que casi nadie ha visto.

En la realización de esta película, May filmó un metraje mayor incluso al de la épica de cuatro horas Lo que el viento se llevó (Gone With the Wind, 1939), excedió el presupuesto original en tres millones de dólares e inició un severo pleito con el estudio, Paramount Pictures, por retener su contrato. A pesar de la desastrosa producción, Mikey and Nicky emerge como una cinta esencial del Nuevo Hollywood, carente de influencia y reconocimiento, pero hermanada directamente con los clásicos dirigidos por su protagonista, John Cassavetes. No sólo eso. La película nos entrega el más grande encontronazo entre Cassavetes y su amigo y colaborador recurrente Peter Falk. La interacción de estos dos hombres en la película es un evento que destaca por encima de Husbands (1970) y Machine Gun McCain (1969), donde también comparten créditos. Con sus movimientos dudosos, torpes, como de bestia enjaulada, Cassavetes interpreta la paranoia de su personaje, Nicky, como el horror de un hombre condenado que se enfrenta a una negrura eterna, la muerte, arrepentido de atraerla durante su última noche en el mundo. “Yo creo que un día nos morimos y eso es todo. ¿No te da miedo eso?”. Falk contrasta con una calma y una ternura que se derrumban lentamente como la estatua de un líder derrocado.

May construye una experiencia donde la desconfianza nos guía no hacia la desilusión, sino hacia la verdad. No sólo es cuestionada la amistad de Mikey (Falk) hacia su amigo, a quien intenta ayudar a escapar de un asesino a sueldo, sino también la fortaleza moral que al principio nos lo muestra como un padre y esposo cariñoso, ideal. “Yo no engaño a mi esposa, como tú”, le dice Mikey a Nicky, para más tarde aceptar el ofrecimiento de acostarse con su amante. May podría pasar por misantrópica, pero su filme es decididamente un acto de revelación; una hoguera de ilusiones donde la muerte es nada; la amistad, contrato, y el amor, mentira. El estilo crudo de encuadres aparentemente espontáneos e iluminación escasa sugieren un rechazo a la decoración, a lo romántico, que nos desplazan hacia una realidad sin máscaras. Convencido de su ejecución, Nicky, un gángster experimentado, no enfrenta a la muerte como los estoicos James Cagney o Edward G. Robinson, sino como un cobarde aferrado a la vida; un sensualista incapaz de exponer la bravura de los grandes criminales del cine. Cuando Mikey lo encuentra escondido en su cuarto de hotel por primera vez, Nicky se rehusa a abrir la puerta. “No quiero que me veas así”.

La vergüenza y la humillación recurren en el trato entre ambos hombres, quienes comparten bastante con los de Martin Scorsese. “Tú tienes todo el dinero, todos los amigos, todas las mujeres”, le reclama Mikey a Nicky, y evoca los resentimientos de Johnny Boy (Robert De Niro) hacia Charlie (Harvey Keitel) en Mean Streets (1973). May parece más cómoda exponiendo las inseguridades de los hombres que de las mujeres, a diferencia de directoras cómicas más recientes como Nora Ephron y Nancy Meyers, cuyas filmografías se centran en el carácter femenino, aunque las complejidades de su identidad sexual las eluden y se disuelven en fantasías improbables. En vez de observar su feminidad caer en un estereotipo, May contempla a los otros, los hombres, como animales idiotas, obsesionados con la dominación y la ostentación. Mikey y Nicky no parecen distar mucho de los antiguos cazadores, celebrados con libaciones y orgías. El machismo, sin embargo, no es el único problema que encuentra May en esta sociedad.

Con alusiones a la guerra en Vietnam y una escena donde Nicky intenta mostrar su poder sexual y racial en un bar negro, la imagen de Estados Unidos que ofrece May es tan desoladora como las de Scorsese o Francis Ford Coppola, cuyas filmografías resaltan la crisis nacional. En este sentido, quizá la intención de May de desenmascarar ilusiones en Mikey y Nicky sea una respuesta a la derrota en el sudeste asiático y al escándalo Watergate. Para el país estos no fueron sólo encabezados, sino el derrumbe de un sueño: America. Si en las calles, en las casas, en la oficina oval, se caían los ídolos, era inmanente e inminente que se desplomaran en el cine. Mikey y Nicky representa uno de esos muchos colapsos y nos enfrenta con la desesperanza más grande que podemos encontrar: la de una puerta que antes nos solía recibir y ahora se encuentra irremediablemente cerrada.

Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

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