‘Alas de libertad’: Lejos de todos

Alas de libertad (Bird People, Pascale Ferran, Francia-2014) comienza con todos y ninguno. Gente deambulando por los transportes parisinos; pensando, escuchando música, llamando a seres queridos, o que no lo son tanto. No sabemos quién es el protagonista, puede ser la historia de cualquiera. De los niños que se emocionan ante el despegue de un avión, de la estudiante preocupada por su examen, o aquel hombre que no llegará a tiempo a su cita. De las historias que se conjugan, que se cruzan, que están predestinadas, aunque no lo parezcan. Todo puede suceder en una sociedad, en un ambiente y en una ciudad como esa, la eterna París. Siempre lo tendremos, siempre estará ahí.

Por fin conocemos a Audrey (Anaïs Demoustier), una joven mucama dispuesta a no perder sus sueños, por más complicado que parezca. Audrey se acongoja al descubrir las horas péerdidas en el transporte público, pero un respiro de libertad se asoma por su ventana, sin saber el preámbulo que aquello significa. Audrey descubrirá, de una manera bastante singular, lo importante que es ser ella, el significado de cada segundo, de cada paso, de cada cosa simple que resulta no serlo tanto.

Conocemos a Gary (Josh Charles), un ingeniero norteamericano que lo posee todo, menos a sí mismo. Siempre debido a los demás, siempre preocupado por las preocupaciones de otros, hasta que de un momento a otro decide dejarlo todo. Abandona su trabajo, su familia, sus lujos y comodidades para ser dueño de sí; a pesar de las críticas, amenazas, condiciones y miedos. No se siente egoísta, se siente libre. Se inserta en un ambiente nihilista mas no destructivo; abandona para reponerse. Gary también descubrirá el placer de lo mundano, de lo simple, de lo importante del contacto humano.

¿Estarán estos personajes destinados a conocerse? ¿Qué factores deben influir para que esto suceda? ¿Cambiará algo si ocurre? Preguntas que se plantea uno durante la cinta; puntos de inflexión que van de eso, pequeños misterios que resolver, piezas que juntar.

Después del prólogo, la cinta se divide en dos; la historia de Gary y la de Audrey. La de él, simple pero concreta, la de ella, metafórica y despistante. Con Gary se plantean muchos de los problemas de la vida moderna, la falta de comunicación uno de ellos; él siempre pegado al teléfono, al Skype, al correo, pero alejado de todos, incapaz de entablar una conversación. El idioma juega un factor importante: su francés no es el más fluido, ni su comprensión la más apta; pero eso no es sólo lo que lo detiene. La tecnología, como en la cinematografía de la última época, vuelve a tener un factor importante, aunque no se le tacha de culpable, si es factor para que el silencio humano suceda; parece que nos vuelve fríos, aunque no lo suficiente. Hay sentimientos y momentos que son inevitables, que ni la separación oceánica pueden enfriar. Gary tendrá que hablar con su esposa sobre su divorcio, por una pantalla, a kilómetros de distancia; y nada cambia: duele como dolerá siempre. Audrey descubre la belleza de lo simple a través de un artista, un artista con quien logra comunicarse de una manera poco ortodoxa, pues ella ha dejado de ser lo que era; ya no luce como una chica, ni siquiera como humana, pero se descubre bella, más que nunca.

La historia de la chica es austera y se alarga en tomas aéreas. Por más que usen al maestro Bowie para ambientarlas, terminan siendo cansadas. No son más que segundos que transcurren sin contar mucho, casi nada. Hay momentos importantes de tensión, de analogías y metáforas, pero son las menos. La historia de él es mucho más concreta, pero de una técnica lenta. Se cuenta la historia de siempre con otro tipo de cuadro, de luz y de arte. Hay un solo momento de sorpresa, uno que hace que todo converja. Fuera de eso, no parece haber nada fuera de lo común y predecible.

El título para la distribución en México hace parecer a la trama una historia de superación personal, y no es así; tiene un mensaje a final de cuentas, pero no melodrama malsano. Todo es muy sutil, muy llano. Un Perdidos en Tokio (Lost in Translation, 2003) europeo.

Por Ali López (@al_lee1)

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