Tres insólitas historias de amor en Cannes

Las historias de amor uno de los temas más socorridos en el cine, sin embargo pocas veces se abordan de manera tan original como en tres propuestas que se presentaron en el Festival Internacional de Cine de Cannes: una producción de Finlandia (parte de la Quincena de los Realizadores), otra de la India (sólo se pudo ver en las casi privadas funciones del Mercado) y, finalmente, una cinta americana de la sección Una Cierta Mirada.

La película finlandesa, Dogs Don’t Wear Pants, aborda el luto de un cirujano, Juha (Pekka Strang), por su esposa. Muchos años después de la tragedia que lo convirtió en padre soltero –y que su pequeña hija se ha convertido en toda una adolescente (interpretada por Ilona Huhta)–, el protagonista sigue sin poder continuar con su vida. No por nada en una de las escenas iniciales, la jovencita intenta conectar a su papá con una de sus maestras, sin mucho éxito. Posteriormente, y cuando acompaña a su hija a que se haga una perforación en la lengua, Juha terminará conociendo por casualidad a Mona (Krista Kosonen), la dominatrix en un establecimiento de sadomasoquista.

El peculiar título de la propuesta del director J.-P. Valkeapää tiene que ver con la eventual relación secreta entre Juha y la dominatrix, quien lo tratará literalmente como un perro antes de someterlo a sesiones sadomasoquistas que suelen concluir con una estrangulación. Sin embargo, entendemos que Juha no está ahí para obtener placer sexual: en sus viajes mentales cuando es asfixiado por Mona, lo que se revela tiene que ver con su duelo, incluso podríamos decir que estas experiencias significan un intento por acercarse a la muerte, como si ya se hubiese rendido por completo. En otras palabras, el protagonista está tratando que alguien más lo ayude a quitarse la vida, aunado a que las sesiones dan paso a otro momento muy bajo para él, descuidando su trabajo y a su hija.

Si bien todo esto hace que Dogs Don’t Wear Pants parezca un deprimente drama europeo, lo que sigue remite más al cine asiático. Esto no sólo porque algunas imágenes, que involucran el rompimiento de una uña o de un diente, son tan explícitas que algunos miembros de la audiencia en Cannes tuvieron que mirar hacia otro lado al imaginar el dolor del protagonista, sino también porque Valkeapää apuesta por un humor negrísimo y una genuina historia de amor basada en un par de almas retorcidas y sus intereses sadomasoquistas. “No me gustan las cosas normales” dice en punto Mona y vaya que ese diálogo resume la esencia de Dogs Don’t Wear Pants: la relación entre Juha y Mona podrá ser totalmente enfermiza para una persona promedio, pero entre fetiches sexuales y cuestiones fuera de lo que se considera normal, Valkeapää nos dice que también puede surgir una conexión real e incluso esperanzadora, que trace el camino rumbo a la sanación.

Otra peculiar cinta romántica a destacar es Ravening (también conocida como Aamis), largometraje de la India que luego de su estreno mundial en Tribeca llegó al mercado del Festival de Cannes. Si bien no se trata de una épica de más de dos horas de duración (sólo dura 108 minutos y no tiene intermedio), sí cumple con lo que anteriormente mencioné en mi texto sobre Bandishala: el cine de ese país asiático no tiene ningún miedo por cambiar de género y no satisfacer en lo absoluto cualquier tipo de expectativa generada tras ver su primera parte.

En ese sentido, Ravening se presenta como una comedia romántica, sobre un joven (Arghadeep Baruah) que se enamora de una enfermera mayor y ya casada (Lima Das), aunque con un hombre que casi siempre está ausente por trabajo. Suena convencional, sin embargo el hecho de que esta historia de amor imposible se desarrolle en el particular mundo de la carne –en plena época del veganismo– la hace totalmente inusual. Y sí, leyeron bien, la carne, los diferentes tipos que existen, cómo varía su consumo dependiendo de la región, es lo que alimenta y le da mucho color al filme del director Bhaskar Kazarika. El personaje de Baruah es un carismático estudiante y experto en todo lo relacionado a la carne, que está realizando un posgrado enfocado precisamente en estos temas. De ahí que una manera para acercarse a su amor platónico sea invitarla a probar platillos para carnívoros, incluso algunos bastante exóticos (¡que ella acepte salir a probar carne de murciélago es todo un logro para el protagonista!).

Pero la segunda mitad de Ravening toma otra dirección, una vez que está claro que la atracción que mutuamente sienten estos personajes no está destinada a consumarse. Como una metáfora del amor prohibido, de encontrar alternativas ante la negación del acto carnal (es notorio que los protagonistas ni siquiera se tocan, más allá de que nunca vemos un beso entre ambos), Ravening se convierte en una pirada cinta de horror total con paralelismos a esa adicción que los vampiros tienen por la sangre, pero ciertamente todo continúa girando en torno al consumo de carne. Y ahí surgirá el primer contacto físico entre ambos, mínimo pero significativo (se agarran de las manos), reafirmando su (trágico) amor pero también su locura y brutalidad. Ravening es, en serio, una historia de amor como ninguna otra, ojalá encuentre salida más allá de los festivales de cine.

aamis

Finalmente, tenemos Port Authority, ópera prima de la joven Danielle Lessovitz y una producción del mismísimo Martin Scorsese. No es nada descabellado pensar que el proyecto llamó la atención del maestro detrás de clásicos como Taxi Driver y Calles peligrosas porque, en parte, Port Authority nos transporta al Nueva York áspero, como de otra época, con unas calles peligrosas donde las subculturas siguen su curso casi en secreto.

Proveniente de otra ciudad, buscando asilo con su media hermana (Louisa Krause), Paul (Fionn Whitehead) es un joven que pronto se encuentra con la dureza neoyorquina, que quizá en el pensamiento colectivo esté más relacionada a una época pasada que al presente. Tras un desafortunado y violento suceso en un vagón del metro de la ciudad, Paul conoce a Lee (McCaul Lombardi), otro chico que, a diferencia de su propia media hermana, lo ayudará a encontrar un sostén tras su llegada a la Gran Manzana (un trabajo y un techo).

Como sucede en las otras dos cintas en cuestión, en Port Authority es la casualidad lo que llevará a Paul a introducirse al submundo del voguing. Son en estas exhibiciones, prácticamente exclusivas de la comunidad LGBT de origen afroamericano, donde este joven blanco y heterosexual desarrollará una relación con Wye (Leyna Bloom), quién a su vez vive con sus “hermanos” del voguing de manera ilegal en un departamento. Desde su primer acercamiento a esta cultura, Paul es rechazado completamente: él no pertenece ahí ni por su color ni por su orientación sexual. A su vez, y cuando descubre que Wye es una chica transexual, será tiempo de vencer a sus propios prejuicios; muy pronto luego de su llegada a Nueva York, Paul se construye un par de personajes, un par de mentiras: en el ámbito con sus amigos y colegas, ni de loco va a revelar que está saliendo con una chica trans que conoció en un evento de voguing, mientras que cuando está con ella, decir la verdad sobre su situación económica y familiar no es una opción.

Más allá de momentos incómodos y cargados de tensión dramática que unen a los dos mundos de Paul –a sus amigos homofóbicos (con quienes labora desalojando personas de sus hogares) con la comunidad del voguing–, la intención central de Port Authority recuerda lo visto en la ganadora del premio Oscar, Luz de Luna: el amor puede derribar cualquier prejuicio o problema de identidad, de hecho –y más si tomamos en cuenta estas tres películas presentadas en Cannes–, el amor lo puede, para bien (Dogs Don’t Wear Pants, Port Authority) o para mal (Ravening), absolutamente todo.

Por Eric Ortiz (@EricOrtizG)

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