One, Two, Three: La danza del chasquido

-And how about the Russian deal?
-Napoleon blew it, Hitler blew it,
but Coca Cola’s gonna’ pull it off.

Si los fascistas tienen el brazo extendido al aire y los socialistas el puño al cielo, los capitalistas tienen el chasquido de los dedos. Este gesto dirige el vertiginoso ritmo de la comedia One, Two, Three, de Billy Wilder, y es tan poderoso que es capaz de convertir al más acérrimo y devoto comunista en un cosmopolita magnate en una cuantas horas. La brecha entre comunistas y capitalistas en los albores de la Guerra Fría es tan amplia que las fronteras se vuelven invisibles, hasta hacer de sus principios retóricos prácticamente indistinguibles ¿Cuál es la diferencia entre un capitalista y un comunista rico?

La película, estelarizada por James Cagney –el mismísimo Yankee Doodle Dandy (Curtiz, 1942), se sitúa en Alemania a inicios de los años 60, nación dividida por el conflicto, más que político, propagandístico entre Occidente y Oriente. En el frente occidental, los retazos del nazismo se han convertido en ejemplares choferes, oficinistas y asistentes que truenan los tacones de los zapatos a cada orden emitida. Su voluntad es obedecer, dice Schelemmer, el abnegado asistente de C.R. MacNamara (Cagney), ejecutivo de la Coca Cola que está en medio de negociaciones para llevar la marca al virgen territorio soviético. Además, le asignan la tarea de cuidar de Scarlett (Pamela Tifflin), una lábil socialité que es la hija de su poderoso jefe.

Scarlett desposa a un joven alemán de arraigadas convicciones socialistas (Horst Buchholz) a quién MacNamara deberá primero eliminar y posteriormente recuperar y convertir en un ejemplar capitalista para satisfacer a los padres de Scarlett en aras de obtener un ascenso que le permita ser transferido a Londres, a pesar de las protestas de su esposa (Arlene Francis) respecto a la mudanza. Sería sencillo caer en la tentación de decir que One, Two, Three maximiza las virtudes del sistema capitalista frente al comunista, sin embargo Wilder no escatima en la caricaturización de ambos sistemas. Los ideales de Thomas Jefferson no comulgan lejos del credo bolchevique en su hipocresía y promesa de libertad.

MacNamara es uno de los personajes más ambiguos en la filmografía de Wilder, un pregonero de su propia fatalidad, verborreico, agudamente ingenioso y terriblemente manipulador. Más que un capitalista ejemplar, MacNamara es un liberalista económico y precursor globalista que aborrece la idea de vivir en Estados UnidosAtlanta is just like Siberia–. En él, Wilder reconoce a uno de los amorales cínicos que poblaron su filmografía y con el que comparte el estado de perpetuo inmigrante.

La nula sofisticación de Wilder al filmar se compensa con su sentido del ritmo y del tiempo, dictado en One, Two, Three por dos mecanismos sonoros: un preciso reloj de cucú que cada hora libera una figurilla que ondea frenéticamente una bandera de Estados Unidos mientras suena Yanke Doodle; y la Danza de los sables, del compositor georgiano Aram Khachaturyan. Cagney actúa toda la película como si ambas melodías estuviesen sonando al mismo tiempo en su cabeza mientras las situaciones se van apilando. Wilder permite que el caos fluya pero a diferencia de los Marx (Groucho, Harpo y Chico, desde luego), dicho caos es tan premeditado que ni siquiera se abre el tiempo a pensarlo, éste encuentra su orden solo, con una maldita eficiencia alemana como vocifera MacNamara.

El chasquido se impone en el último acto de la película, el más vertiginoso y que trata de demostrar la postura política de la misma: capitalismo y comunismo están hermanados por una retórica de mentiras minuciosamente hiladas cuyos héroes y dogmas son tan distintos como la Coca de la Pepsi. La fórmula secreta es la obediencia, irresistible a un tronido de dedos.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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