8º Los Cabos | El Irlandés de Martin Scorsese

Cuando arranca El Irlandés (The Irishman, 2019), el trabajo más reciente de Martin Scorsese (Taxi Driver, La edad de la inocencia), sólo se escucha la voz de un hombre iniciando un soliloquio sin un destinatario claro, sin embargo es palpable en la cadencia de sus palabras el deseo de ser escuchado, la necesidad de encontrar quién preste oído a sus dichos. El hombre en cuestión es Frank Sheeran (Robert De Niro), un viejo mafioso que pasa sus últimos días en la soledad de una casa para la tercera edad.

A lo largo de la película, Sheeran narrará por medio de flashbacks su participación como miembro activo del crimen organizado durante los años 50, 60 y 70. Donde se inició como conductor de un camión congelador hasta convertirse, según su propio relato, en uno de los gatilleros más efectivos de la mafia de la organización a la que pertenecía. Además, recordará un tranquilo viaje por carretera que realizó junto a su esposa (Stephanie Kurtzuba) y el jefe de la asociación delictiva donde ejerce su lado más violento, Russell Bufalino (Joe Pesci), quien también iba acompañado por su pareja (Kathrine Narducci).

Esa breve descripción podría llevar a más de un espectador a pensar que Scorsese está revisando algunos de los temas que ha tocado anteriormente en su filmografía, especialmente aquellos relacionados con sus películas dedicadas a la mafia, como Buenos muchachos (Goodfellas, 1990) o Casino (1995). No obstante, El Irlandés va más allá del mero remix, la intención del cineasta norteamericano supera el mero regreso de la mirada a algunos de los grandes éxitos de su carrera, su reflexión está puesta en los cimientos de la sociedad estadunidense. Un edificio construido a base de corrupción, crimen y sangre, donde los aparentes códigos morales ser pervierten según se mueva la veleta, como sucedía en Pandillas de Nueva York (Gangs of New York, 2002).

Los personajes de The Irishman, como los de Buenos muchachos, creen ser los seres más listos en su negocio. Racionales y cuidadosos de los métodos utilizados para hacer avanzar el negocio, aunque en el fondo no teman ordenar un asesinato o aliarse con el enemigo con tal de obtener unos dólares más de ganancia. Son un grupo de hombres violentos, necesitados de ser validados en sociedad, aunque sus hijas teman compartir el cuarto con ellos. Son hombres de oropel, lejos del romanticismo presentado en la saga de El padrino (1972, 74, 90) de Francis Ford Coppola.

Este grupo de hombres conforma, para Scorsese, la columna vertebral de Estados Unidos, que intenta al mismo tiempo fungir como una institución legítima para al mundo y, por debajo de la mesa, no pasa de ser una operación criminal de poca monta, llena de egoísmos asesinos. Uno de los protagonistas de la película es Jimmy Hoffa (Al Pacino) y, tal vez, sea quien mejor representa esta dicotomía. Él es, en público, uno de los líderes sindicales más carismáticos en público, cuenta también con una extensa historia de lucha a favor de los transportistas norteamericanos. En privado, es un hombre que no teme usar los fondos de las pensiones de los sindicalistas para incrementar su fortuna personal o para financiar más de un proyecto de la mafia. En su cabeza es un hombre recto, en realidad es un banal criminal.

La desaparición de Hoffa tiene que ver más, al menos como lo cuenta la película y el libro que sirvió de inspiración (I Heard You Paint Houses, de Charles Brandt, acusado de ser bastante libre con las “verdades” que cuenta), con la necedad el líder transportista de iniciar su retiro que por una falta más fuerte con sus socios de negocios. Hoffa teme hacerse a un lado porque su vida sólo encuentra sentido si está en el foco de la atención, es incapaz de comprender que su momento de partir ha llegado. Es un sentimiento que comparten el resto de los personajes.

Su mayor temor no es el de morir tras una lluvia de balas, sino que sus acciones y pompa sean olvidadas. Scorsese detalla en pantalla la manera en que la mayoría murió –un balazo en la cara, tres en el pecho, siete balas cruzaron su cuerpo en un tiroteo, etc–, sólo para subrayar que actualmente dichos crímenes significan poco para nosotros. El olvido irremediablemente los alcanzó. No es casual que en la vejez, Sheeran no encuentre quien recuerde a bote pronto a Jimmy Hoffa.

Es una reflexión pertinente dada la reciente pelea de Martin Scorsese en contra de los productores y fanáticos de Marvel Studios. Los cinéfilos quizás hayan piensen que sería imposible borrar de la historia del cine la huella dejada por Scorsese –y, por extensión, de los actores involucrados en sus proyectos–. Del otro lado del ring, un marvelita acaso se preguntó: ¿y quién demonios es ese tal Scorsese?

Por Rafael Paz (@pazespa)

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