3 propuestas latinas en Macabro FICH

A lo largo de sus casi 20 años de historia Macabro: Festival Internacional de Cine de Horror de la Ciudad de México (Macabro FICH) se ha distinguido por ser una ventana para las producciones de género filmadas en Sudamérica permitiendo a una generación a un par de generaciones de cinéfilos conocer dicha escena.

La decimonovena edición no fue la excepción, a continuación les compartimos nuestras apreciaciones de tres propuestas latinas que participaron en las categorías de competencia:

  • El diablo me dijo qué hacer (2019)

El largometraje más reciente de Alejandro G. Alegre (Paciente 27, Los infectados) comparte algunas de las características presentes en su trabajo anterior, Inicuo: la hermandad (2017): estar filmada en una sola locación, un extraño culto religioso/satánico y personajes atormentados por su pasado, elementos que son usados con más ingenio en El diablo me dijo qué hacer.

La historia está centrada en un joven que secuestra a un médico corrupto, dedica sus días a una fructífera tranza con seguros médicos. Su encierro tiene el objetivo de llevarlo a admitir los crímenes cometidos, como pretende su captor, quien asegura estar guiado por una presencia divina que le exige ser castigo de pecadores.

El diablo me dijo qué hacer
se suma así a otros ejemplos de torture porn producidos en México durante la última década: Me quedo contigo (Artemio Narro, 2014), Atroz (Lex Ortega, 2015), Luna de miel (Diego Cohen, 2015), Scherzo diabólico (del argentino Adrián García Bogliano, 2015) e Histeria (Carlos Melendez, 2016).

Como la mayoría de las arriba mencionadas (quizá con la excepción de los trabajos de Ortega y Bogliano), Alegre desarrolla su película en los confines conocidos del subgénero, aderezando la trama con un problema moral para su público: ¿Es la tortura, ejercida fuera de la ley, el castigo adecuado para los malvados? Tal vez entre dios y el diablo, la diferencia no sea tan marcada.

  • Tóxico (2020)

Una plaga de insomnio azota Argentina, desatando el caos y llevando a los contagiados al suicidio. Una pareja, Laura (Jazmín Stuart) y Augusto (Agustín Rittano), decide escapar de la ciudad, conducir hasta una idealizada casa de verano y sobrevivir ahí hasta que las circunstancias lo permitan.

El escenario apocalíptico planteado por Ariel Martínez Herrera, director de la película, y las primeras escenas de ésta sugieren que Tóxico seguirá el mismo camino de otras sangrientas epidemias plasmadas en celuloide, no obstante, Martínez y el guión –escrito junto a otras cuatro personas– toma un camino muy diferente, haciendo de esta pandemia una cruza entre el humor de Ben Wheatley (sin lo sangriento de Sightseers), The Battery (2012) y una pizca de los frescos melancólicos del sueco Roy Andersson.

Encerrados en su extrañamente espacioso camper (un milagro de producción), Laura y Augusto no son sino un reflejo de nuestras ansiedades modernas, llevadas al extremo por la situación que los obliga a viajar: nuestro deseo de control, la inseguridad apabullante, la ansiedad que provoca el futuro, el temor a la autoridad y la urgencia del contacto humano.

Son problemas que la pareja experimentaba antes del caos, la epidemia sólo eliminó todo aquello que les permitía ignorarlos, seguir con la “normalidad” sin atender nuestras dificultades. Ahora, sin escape, nos consumen. Más de uno debe compartir el sentimiento en este extraño 2020.

  • Rendez-vous (2019)

Un chico y una chica se conocen, como lo sugieren los diálogos, hicieron contacto gracias a una aplicación de citas. El encuentro parece marchar bien, hay coqueteo, bromas y un par de malentendidos, como en cualquier incipiente romance. La pareja parece tener química, así que deciden llevar las acciones a un ambiente más hogareño, donde nuestras expectativas serán desafiadas una y otra vez.

Rendez-vous está estructurada alrededor de un plano secuencia, donde los continuos saltos temáticos del guión suplen los cortes de edición. La película inicia como un thriller, uno cercano al torture porn arriba mencionado (cercano a Luna de miel), no obstante, pronto descubriremos que el director, Pablo Olmos Arrayales, está más interesado en el juego del gato y el ratón entre sus personajes principales.

Los constantes giros de tuerca que presenta el guión podrían cansar a algunos miembros de la audiencia, aunque estos son usados por Olmos Arrayales como un arma en contra de los propios espectadores. Nuestras expectativas nos hacen suponer, o buscar adivinar, qué sucederá a continuación, incluso, usando la triste realidad del país como parte de la estrategia narrativa.

La ópera prima de Pablo Olmos Arrayales deja ver a un director aventurado, sin temor a correr riesgos aún cuando estos no funcionen al 100%, porque ante la abundancia de sorpresas es sencillo perder el interés por los personajes y sus circunstancias, después de todo, la historia volverá a cambiar de orientación en la próxima esquina.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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