Punto Rojo (2021), el trabajo más reciente del director argentino Nicanor Loreti, nos narra cómo Diego, un barra brava del Racing Club, transita entre la sangre y el absurdo.
La solvencia de Loreti hace de Punto Rojo una película que condensa citas sin parecer un cadáver exquisito. Establecer un vínculo entre la mafia de las apuestas en los partidos de futbol, los secuestros, la Interpol y las teorías conspiratorias, se volvería un intento barroco, tieso y torpe si el pegamento no fuera de calidad. Diego (Demian Salomón) es el medio campo que puede distribuir esas aristas sin que se padezca como un juego que se empata cero a cero a medio día en Ciudad Universitaria.
Su trabajo en televisión (Nafta Súper, 2016) se nota en la búsqueda de linealidad, diversión y entretenimiento. La ambición no pasa por exponer ideas propias o construir una mirada a través de sus citas (Quentin Tarantino, Once Upon a Time in Hollywood, 2019; Stuart Hazeldine, The Shack, 2017), sino replicar el código de una fuente primaria.
En un tiempo donde nunca agotaremos el material visual creado, Punto Rojo como objeto, no alcanza determinación y furia que Diego, su barra brava, sí. Duro, autosuficiente, cínico, vieja escuela y con la inteligencia de la calle, se vuelve entrañable en una película que parece accesoria.
Tal vez, funcionaría mejor hacer una serie de Diego y sus posibles enfrentamientos contra Independiente o River, o una segunda temporada siguiendo a Argentina y los petrodólares en Qatar. Divertido y entretenido, pero sin profundidad, como un LA Galaxy vs Club Deportivo Chivas USA.
Por Icnitl Ytzamat-ul Contreras García (@mariodelacerna)