Desde el sur de Brasil, trece narraciones que oscilan entre las patologías de la psique, las apariciones espectrales y el sci-fi, tratan de posicionar el cine de género falado en portugués. Toda antología (casi toda) tendrá curvas de descenso y momentos climáticos; espacios incomprensibles dentro del mismo cuerpo y músculos que salvan el compilado. Atenderé sólo los cortometrajes que me parecieron una propuesta visual o una construcción sólida y unitaria.
Paquete especial (Ricardo Ghirozi, 2015). Cuando Freaks (Tod Browning, 1932) se estrenó en Estados Unidos, fue un fracaso en taquilla; fue hasta la década de los sesenta que se rescató a partir de su exhibición en Europa. Las condiciones físicas, deformaciones e incapacidades aún en siglo xxi siguen siendo motivo de exclusión y repulsión. Para evitar las malformaciones en la grecia antigua, se adoctrinaba a través de las obras dramáticas; en ellas se hacía patente que tener descendencia entre personas de la misma línea sanguínea podría traer consecuencias fatales. Ghiorzi presenta a una adorable mujer de la tercera edad que espera un paquete especial; sin embargo, gracias al buen manejo de la cámara a través de un close up con la puerta entrecerrada y un diálogo certero, sabemos que alguna vena maldita corre por ella. Negar un favor a una persona mayor es impensable, por eso el repartidor no tiene más opción que acceder a las peticiones que le hace la mujer que lleva vendada la mano. Cuando se queda solo en la sala, otro encuadre preciso coloca al repartidor frente al muro de los muertos: fotografías de generaciones en blanco y negro que acentúan las deformaciones; su cabeza ya cuelga del muro. El paseo por las habitaciones será un recorrido por las patologías de la mujer de cabello cano. La torcidez, humor elegante y el manejo de la luz en el inframundo, nos da suficiente ánimo para llegar al sexto relato.
El laboratorio del Dr. Sepúlveda (Cesar Coffin Souza, 2015). Un híbrido de bajísimo presupuesto que nos lleva por el imaginario de los setenta con guitarras grasosas y fox trot. Un científico de maquillaje expresionista (El gabinete del Dr. Caligari, Robert Wiene, 1920) y su ayudante Ygora dan vida a una barbie que tendrá la función de entretener a sus demás criaturas. Marionetas y muñecos fálicos (que poco tienen que ver con un barroco Giger y se acercan más al imaginario adolescente con penes gigantes en los baños de la secundaria) de materiales reciclables tienen una orgía con barbie mientras Lost Acapulco hace sonar sus acordes más lúdicos. Cortometraje narrado a través de intertítulos y filtros sepia que contrastan con los fajes entre el Dr. Sepúlveda y la exuberante Ygora. La violencia se vuelve catártica cuando el sarcasmo converge en secuencias inteligentes e hilarantes. Nuestros demonios, pensamientos y creaciones nos destruyen.
El dios de Neón (Rafael Duarte y Taisa Enner Marques, 2015) Tal vez la propuesta más oscura de la antología, muestra a un par de jóvenes en un performance; los millenials tienen formas extrañas de llegar a las fronteras del arte o, al menos, intentarlo. Uno de ellos amarrado y amordazado, el otro, apuntando la cámara para que pueda transmitir vía streaming las torturas que los usuarios vayan posteando. Una hora y diez minutos para hacer posibles las fantasías retorcidas y podridas de los internautas; conseguir una copia de snuff ha quedado muy atrás, ahora la perversión es en vivo e interactiva. Las mutilaciones y la lluvia dorada son interrumpidas por fragmentos en los que el torturador es el espacio, un útero, vacío e infinito (2001: Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968); pura vida que se piensa a sí misma, eterno y omnipresente dios punk del cyber espacio. El consenso termina cuando el arte no llega, cuando el torturado se da cuenta lo que ya sabemos; el mundo está muy jodido y nadie está para detener perversiones y crímenes. El torturador, por otro lado, poseído por el dios del like y del follow regresa al mundo oscuro y primigenio, ego puro pensándose como ser de luz a través de los cables inexistentes para convertirse en el dios del antiguo testamento.
Fue difícil llegar al décimo tercer relato (acentuado por el desconcertante, ininteligible y llano Husky): No proyectar (Cristian Veradi, 2015), historia que recuerda al metarrelato, al narrador que se narra en juego de espejos (Continuidad de los parques, Julio Cortázar). Una lata de película encontrada en un sótano de un cine donde todavía proyectan en 35 mm, es hallada por el empleado en turno. La lata con la marca de Belcebú reza: No proyectar. Claro, hay que hacer girar la cinta lo más pronto posible. La maldad vive desde tiempos inmemoriales, incluso antes del cine digital. El ritual visto en la pantalla es el castigo del tiempo, la memoria y el eterno retorno. Nos narramos a nosotros; la condena es que nuestro entendimiento nunca rebasa el presente.
Por Icnitl Y García (@Mariodelacerna)