La duda del grito: entrevista a Camilo Restrepo

Los conductos, el más reciente trabajo del cineasta colombiano Camilo Restrepo, llega a salas mexicanas, tras casi dos años de su celebrado paso por festivales internacionales y locales, con la intención de hacer un llamado contundente –y más artesanal que personal– sobre problemáticas y personajes en apariencia estrictamente locales, aunque inevitablemente comparten un fuerte nexo con todos los países de Latinoamérica, cuestionando la forma en que dichos problemas se han representado en el cine.

Tuvimos la oportunidad de charlar ampliamente con el cineasta sobre su trabajo en Los conductos y usar eso como pretexto para hablar sobre los dos asientos que ocupa el culo del cine, Abel Gance, su molesto vecino Leos Carax, el filmar como escultura y la forma en la que un grito puede inspirar algo concreto.

Jorge Negrete (JN): Después de ver Los conductos en FICUNAM 2020, comenté con otros colegas la forma en que tu trabajo tiene una clara preocupación política, una intención de “sacudir”, por decirlo de alguna forma, y señalar problemas puntuales de Colombia, tu país natal, y su vigencia pero que difícilmente llegan al público afectado por estas mismas problemáticas.

Entre canales de distribución complicados y cierta aura de hermetismo e inaccesibilidad creada alrededor de películas como la tuya –similar a lo que pasaba con Jean-Pierre Gorin y Jean Luc-Godard con las películas del Grupo Dziga Vertov–, ¿para quién se hace una película como Los conductos?

Camilo Restrepo (CR): La pregunta tiene varias ramas, trataré de ir dando respuesta a algunas cosas. Por un lado, yo no puedo decidir sobre el sistema de distribución, pero entiendo que cuando se hace una película se debe destinar a algo. Hablemos entonces primero de la política de mis películas. Yo entendería lo político como un “grito”, no es un proyecto político, no es algo que señale hacia donde debemos ir.

Te pongo una imagen: dentro de Los conductos hay un personaje que se llama “Desquite”, ese personaje realmente existió, era un campesino que en los años 40 vivió un momento trágico del país en el que los partidos políticos se disputaban el poder y la tierra. Entonces iban matando a los campesinos si pertenecían a un partido político o a otro. A “Desquite” le mataron a toda su familia y le apodaban así porque a los 14 años dijo que se desquitaría de eso. Varios jóvenes como él formaron bandas y grupos delincuentes contra un Estado delincuente y crearon una especie de “protoguerrilla”. Lo interesante es que agarraron las armas para decir “hay una injusticia, esto no se puede quedar así”.

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Mis películas tienen eso, no dicen cuál es el ideal pero dicen “hay un injusticia, esto no se puede quedar así”. Es un llamado de atención que sale como un grito interno. Creo que el problema es que el cine sufre el problema de tener el culo entre dos sillas: en una está el aspecto comercial y en el otro, el aspecto autorial o artístico del cine. Eso se constituyó verdad y no entiendo por qué. Quizá podamos romper eso con los nuevos modos de difusión y distribución que han surgido, van a permitir llegar a otras personas que de otra forma no la recibirían.

¿A quién se dirige Los conductos? Realmente no lo sé. Te puedo decir que cuando se presentó en Colombia, había una gran protesta contra el Estado. Los jóvenes estaban muy inconformes con las decisiones del presidente. Muchos vieron la película por el poema con el que termina. Estos jóvenes no se configuraron como un proyecto político, pero estaban ahí gritando que son víctimas de una injusticia. Algunos comenzaron a decirme que era el momento de resucitar a “Desquite” y la película hace justo eso. Finalmente, llegó a alguien. La película se hace para su protagonista.

JN: ¿Para “Pinki”?

CR: Precisamente, es una película para que él pueda liberarse de sí mismo, como un canal de sanación. Como es un chico que yo conocía desde hace tiempo, era el novio de mi hermana y trabajé en varias ocasiones con él, me comentó que había sido víctima de una secta religiosa que lo convirtió en bandido, que había logrado escapar y que se había dado cuenta que habían manipulado su fe. Yo le propuse resolver su momento traumático en una ficción.

Él quería desquitarse del líder de esa secta, quería matarlo. En la ficción, él lo podía hacer a punta de bala y poder construir un “Pinki” nuevo. Si te destruyó un momento traumático, construirte a partir de él.

JN: Justo ahora que mencionas esa parte de “Pinki”, es un personaje con una presencia particular, propia de un personaje de Alexandre Dumas, de porte y gallardía casi literaria, hace mucho sentido la posibilidad de reconstruirse en la ficción. Decía Abel Gance que el cine es “crear una realidad al cubo” y menciono a Gance porque Los conductos resulta evocativa de películas como La Roue (1924) –la presencia recurrente de lo que gira y mueve a diferentes revoluciones y a pesar de ello–, también sentí una cercanía particular con ciertas imágenes de películas de Leos Carax como Mala sangre (Mauvais Sang, 1986)…

CR: No he visto Mala sangre. Y para ser honesto, no me gusta el cine de Leos Carax…

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JN: Quizás el mismo Carax estaba bajo el influjo de las imágenes de Gance, así como las de Julien Duvivier, Marcel Carné, es decir, toda una tradición gala que se sublima aquí, después de todo, te formaste en Francia. Entonces, nos saltamos a Carax y nos vamos directamente a Gance…

CR: A veces uno es vecino de algunos cineastas sin tocar a su puerta. Incluso vecinos que uno no tolera, pero realmente vivimos en el mismo edificio, está construido con los mismos elementos. Yo creo que soy vecino de muchísima gente, porque muchos vienen de Godard, de Jean-Marie Straub y Danièle Huillet, etc.

Ahora que hablas de Abel Gance, me interesa mucho ese cine de principios del siglo pasado. Me interesa mucho el cine expresionista alemán. De hecho hay un manejo de la luz en mi película que toma mucho de ahí –pobre y minimalista–, pero la intención de la película no es fotografiar la realidad tal y como es, sino darle una expresión y llevarla a una dimensión que sobrepase lo que ve el ojo, que pasa por el aparato fílmico.

Ese aparato fílmico le va a dar una nueva apariencia, aumentar en expresión, en todo caso. Me interesa mucho volver las cosas elocuentes y eso es lo que hace el arte. Se puede hacer arte a partir de cosas muy concretas, es un proceso de transformación.

JN: Alguna vez mencionaste que veías el cine como la escultura…

CR: Sí, justamente. Lo veo como una forma de agarrar la realidad y darle golpes, como los que da el escultor, para deformarla. El espectador puede entender esa deformación en términos de un cuestionamiento.

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JN: Describiste la película como “un grito”, pero esta idea de estilizarlo podría comprometer su potencia. La cuestión es si el estilo con todos sus gestos e intenciones no interfieren con ese “llamado de atención”. En el cine latinoamericano permea mucho la noción del realismo social y la idea de mantener la pureza de un evento o hecho social porque es la mejor manera de “transmitirlo”, un grito sin intermediarios. ¿Podría el estilo distorsionar ese grito?

CR: Hay una escuela de cine en Medellín muy realista con un cineasta como Victor Gaviria a la cabeza. Conversando un día, me contaba de la idea que tenía de cómo conservar a la persona en su integridad a través del realismo, mientras que yo optaba por una distancia. Yo voy a meter la mano y al hacerlo voy a crear una artificialidad a través del estilo. Pienso, por ejemplo, en el punk también como un grito estilizado.

Por más grito que sea, se vuelve canto también. Un grito puro no existe, así como no existe un personaje que, de alguna manera es lo que decías con Abel Gance, cuando pasa por la máquina se transforme, inevitablemente hay estilo, así uno quiera preservarlo de alguna manera. Si ya metí la mano, pues meterla totalmente. Es ingenuo pensar que se puede preservar la pureza de cualquier cosa que pasa por la máquina. Yo creo en un personaje como “Pinki”, yo no le pido que se interprete a sí, sino todo lo que no es él a través de la artificialidad del cine.

El efecto que busco no es que crean que es real, sino que duden de la película. No crean que es real. Todo en mi película está construido, es artificial, incluso el sonido –contra lo que sostenía el mismo Bresson–, pero no el grito que todos sus elementos generan.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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