Los Cabos | ‘Listen Up Philip’: Desprecio narcisista

Dentro de la camada de personajes que suelen protagonizar algún filme, el escritor es quizás el más ególatra de todos. Dotado de una visión del mundo que suele ser pesimista y cínica, llevan en el lomo abrumadoras cantidades de información y reflexión crítica que acomplejan y destruyen su interacción con el resto del mundo, ignorante a las verdades que el escritor conoce, o cree conocer. Lo que pretende Philip Friedman, el protagonista de Listen Up Philip, es confirmar esa verdad mientras busca un ego más grande y sabio que le permita entender el propio.

El cineasta estadounidense Alex Ross Perry, mente maestra detrás de la intrigante Impolex (2009), ha bordado un filme que se mueve en líneas conocidas, al presentar la historia de un joven novelista neoyorquino, el ácido Philip Friedman (Jason Schwartzman), que se encuentra a punto de publicar su segunda novela, pero que en plena crisis personal se refugia en casa de su ídolo, el anciano y otrora productivo escritor Ike Zimmerman (Jonathan Pryce).

Desde la galería de alter egos que Woody Allen creo para sí mismo durante los años 70 hasta la misantropía de los personajes de Charlie Kaufman o Whit Stillman, el escritor o intelectual neoyorquino ha sido uno de los temas predilectos del cine independiente, pero los tintes de corrección política y edulcoración moral han llevado sus preocupaciones al terreno de lo banal e intrascendente. Lo que Ross Perry busca en su filme es regresar un matiz sombrío y corrosivo a esa pedantería propia de un “insufrible y bastardo judío”, creando un mosaico de personajes que emula a Dickens, tomando elementos del cine de temáticas adultas de los 70, propias del cine de Cassavettes, Schrader o Mazursky, a los que se hacen guiños tanto en contenido como en forma.

La temática nuclear del filme es una que busca contextualizar la “tristeza” de Philip, una que nunca busca la empatía de la audiencia, pero que se nutre de su desprecio, una emoción igual de válida, pero reprimida por lo que tiene valor comercial. Zimmerman nos demuestra que el desprecio, el tedio y el odio son los valores que fortalecen el orgullo y la vitalidad del escritor. La relación entre Friedman y Zimmerman es compleja y se convierte en el pilar del filme, alrededor del cual se erigen las mujeres. El trabajo actoral de Schwartzman y Pryce es esencial en la solidez de ese vínculo, creando ambos personajes terriblemente antipáticos pero humanos.

Asimismo, resulta esencial la presencia de las mujeres en la dinámica del escritor, las cuales son su actual pareja, Ashley, una fotógrafa con la que enfrenta una dura crisis (Elisabeth Moss), Melanie, la flemática hija de Zimmerman (Krysten Ritter) e Yvette (Joséphine de la Baume), una escritora y docente con la que Philip tiene gran antagonismo. Son estas mujeres quienes contienen al protagonista, quien, a sugerencia de Zimmerman, les deja todo rastro de “lo miserable”. En este espacio dominado por hombres que sólo oyen su propia voz, estas mujeres pelean por ser escuchadas, aun si lo que es audible es pura desesperación.

Ross Perry logra crear un relato que destaca por mantenerse fiel a sí mismo, en la que el desprecio por los valores convencionales inspira reflexiones que, aunque quizá sean cuestionables o insoportables por su pedantería, se tornan reveladoras frente a lo que evidencian de un sistema de producción intelectual: que el ego es el culto a la soledad y que la creación literaria madura no tolera el sentimentalismo. Despreciable, pero verdadero, sólo escuchamos lo que nuestro ego acepta como real.

JJ Negrete (@jjnegretec)

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