Pienso en el final y el detective del desprecio

Para el Sheriff

Dieron a otros gloria interminable los dioses,
inscripciones y exergos y monumentos y puntuales historiadores;
de ti solo sabemos, oscuro amigo,
que oíste al ruiseñor, una tarde.

Pensar el tiempo es pensar la memoria y pensar la memoria es pensar el espacio. Nos esforzamos en que nuestros recuerdos estén organizados y contextualizados para poder llegar a ellos cuando sea necesario, y esa necesidad es cotidiana. Somos unos obsesos del control porque nos da miedo perdernos en el marasmo de las cosas que decidimos olvidar. Vivimos construyendo ficciones y olvidos para hacerle frente a una realidad que a veces es inaguantable pero fundamental.

Pienso en el final (I’m Thinking Of Ending Things, 2020) es el tercer largometraje dirigido por Charlie Kaufman, también guionista de ¿Quieres ser John Malkovich? (Being John Malkovich, 1999), El ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002) y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004). Creo que esta manera de reconocerlo es un buen lugar para preguntarnos, por qué Kaufman es una de las figuras que nos lleva a reparar en el guión, cuando el guión, como la fotografía, o la edición –sólo por mencionar lo más inmediato– tienen una relevancia fundamental en la construcción de una película; ¿por qué en él, al igual que en Quentin Tarantino, recae la importancia del guionista dentro de la cultura pop?

I’m Thinking Of Ending Things es una narración transgresora que recorre un espectro de sentimientos en los que conviven la frustración, la repulsión y el enojo. Es difícil transitar en estas sensaciones, más cuando, formalmente, la búsqueda estética es arriesgada y nada complaciente. Ante mi imposibilidad de leer el último trabajo de Kaufman –entre otras cosas porque estaba en la esfera de la repulsión– regresé a los registros cuidadosamente seleccionados por el director estadounidense, registros creativos articulados en documentos estéticos. Pareciera que es de los registros de donde podemos aferrarnos, más que de las experiencias; por eso se vuelve complicado dialogar con I’m Thinking Of Ending Things, porque si bien es un documento, es uno que apela a la experienciación.

El esqueleto narrativo es aparentemente sencillo: Lucy|Lucía|Louisa (Jessie Buckley) es una estudiante de física que acompaña a su novio Jake (Jesse Plemons) en un viaje corto en carretera para que conozca a sus padres y también la granja donde él se crió. Kaufman desarolla la primera mitad de la película con sencillez y en soliloquios en los que Lucy explora todo aquello que no es un diálogo obligado con Jake. La narración, asequible y lineal, deviene en una imbricación de espacios, de tiempos y de atmósferas cuando llegan a la casa de la infancia: el origen de Jake|Caden|Michael sigue siendo turbulento, confuso y doloroso.

Kaufman va dejando pistas, como un detective que se secuestró a sí mismo y se niega a ser encontrado, y las pistas las podemos hallar en Nueva York en escena (Synecdoche, New York, 2008) y Anomalisa (2015). En su obra previa respiran las preocupaciones de su presente: las relaciones de pareja fallidas en donde sus heterónimos temen caer en una repetición normalizada que los aleje del fuego y de la ternura. La idealización de Lucy es un espejo de la idealización de Lisa, que a su vez son espejos de Adele y de Hazel. Los espejos son fundamentales para Kaufman, porque le permiten esconderse, mimetizarse, y llegar a falsas puertas de salida. Los espejos le permiten hacer una obra dentro de una obra para representar las re-presentaciones de una ficción, le permiten reflejar las voces que provocan un desasosiego infinito y le permiten construir las proyecciones en heterónimos que toman los nombres de Jake y Lucy, en donde Lucy por momentos parece una invención y por momentos parece la única que sostiene una narración que se permite ser un espejo roto.

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I’m Thinking Of Ending Things se permite estar fragmentada porque reconoce que la linealidad limita los espacios que necesitan ser explorados. Su desarticulación muestra las grietas por las que se filtra la luz, luz que adquiere otros nombres como el desinterés por permanecer en un género y beber del musical, del road movie, del thriller, de la ciencia ficción y de la novela policiaca en donde el detective se niega a ser encontrado. La arbitrariedad con la que navega éstas atmósferas responde a una necesidad de mostrar el dolor y el desprecio con el que lee el mundo y a sí mismo, ¿y cómo se podría mostrar el hígado envenenado, los pulmones inflamados, las lágrimas en soledad y el estómago inundado de miedo si no es con la invención de ficciones, de memorias, de hologramas, de yuxtaposiciones y de transparencias sobre transparencias? Desconfiar de lo literal, del trabajo fácil, de lo inmediatez.

Los heterónimos de Kaufman los podemos rastrear en Fernando Pessoa (Autopsicografía), Federico Fellini (8 ½), John Cassavetes (A Woman Under the Influence), Georges Perec (La vida instrucciones de uso) o Abbas Kiarostami (Like Someone in Love), sus llaves permiten sumergirnos en las puertas de la autodestrucción de Jake, en la inseguridad del viejo conserje, en el miedo de Lucy, en la enfermedad de la madre, en la muerte del padre y en la afirmación constante que somos personas deleznables rodeadas de personas deleznables, pero tratándose de reivindicar.

Esperar la persona adecuada para comenzar a vivir, perseguir al dragón de la experiencia estética y del amor, crear arte con el cochambre que se tiene a la mano, hacer una película que hable del desamor, del arrepentimiento, de pensamientos suicidas, de la falibilidad, del abandono, de la enfermedad, de la distorsión de la realidad y de la violencia y cobrar como todos soñamos en vender nuestra fuerza de trabajo. Kaufman es un decálogo transgresor y lúdico de todo aquello que nos abruma, del desprecio por uno mismo, por el mundo y cómo transformarlo en una objeto/experiencia, uno que además, vende cabronamente bien.

Por Icnitl Ytzamat-ul Contreras Gacía (@mariodelacerna)

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