‘Los amantes pasajeros’: La guarra sofisticación

Pedro Almodóvar se ha egotizado, autoreferenciado y ha construido alrededor de su apellido un descarado ejercicio de branding y autopromoción. El estilo de Almodóvar es versátilmente repetitivo, dando a una amplia variedad de géneros el identificable estilo visual y verbal tan característico del director manchego (y vaya que le gusta reafirmar su identidad manchega). Desde Volver en 2006, Almodóvar ha inundado su paleta visual de una vivaz identidad visual que cada vez abandona más la narrativa fresca e inteligente de mejores tiempos por una refinadísima glamourización que corteja las imágenes de cineastas como Douglas Sirk o Rainer Werner Fassbinder.

Para Los amantes pasajeros, Almodóvar hace un extraño menjurje como las aguas de valencia con mezcalina presentes en la cinta, en la que en una elegante ponchera mezcla su intensidad policromática, la comedia alocada y de fuerte orientación gay propia de la movida española a finales de los 80. Se trata de un ensamble actoral que parece gritar locamente con un marcado acento español “greatesht hitsh!!!” y los siempre noirizados acordes de Alberto Iglesias en un brebaje que tiene un sabor dulzón al inicio, desorientador por momentos pero que deja una terrible y amarga sensación al ser engullido. Una receta ambiciosa pero ejecutada con pobreza conceptual.

En Los amantes pasajeros tenemos la historia de un grupo de pasajeros de primera clase que junto a pilotos de sexualidad juguetona y aeromozos dotados de escalofriantes coreografías se ven atrapados en el aire dado que uno de los trenes de aterrizaje se encuentra averiado. Es una cinta retacada de actores iberoamericanos conocidos al más puro estilo de los disaster pics como The Towering Inferno (1974) o Airport! (1970) en los que un megapopular ensamble tenía pequeños momentos de protagonismo con personajes subdesarrollados que no rebasan su naturaleza episódica, y que en el caso de Los amantes pasajeros recurren al gag rápido y ágil que suple una herramienta narrativa más sólida: la caricatura por el personaje.

Y una vez que se acepta a Los amantes pasajeros como una obra de naturaleza caricaturesca se puede ceder un poco más a sus nulos pero existentes encantos de esta mamadora experimental. Sin embargo, Almodóvar no nos entrega una caricatura sólida a pesar de momentos de absurda musicalización, videntes hipercachondas, sonambulismo sexual, un pequeño altar brahmánico que parece maqueta de Disneylandia, conspiraciones, pollitas, pollas, pollones y demás loquerías, Almodóvar nos quiere decir que también estos son personajes con dramas personales y de momentos emotivos o crudos que se salen de la tónica dictada por el director español.

Los aspectos técnicos son impecables como siempre, con momentos de brillante dirección de arte (el simpáticamente acartonado avión y la artísticamente caótica alcoba del personaje de Paz Vega, Alba) y la música, aunque por momentos casi anacrónica, continúa hablando de la calidad de un artista como Alberto Iglesias. Sin embargo Almodóvar busca reencontrarse con ese de las películas chistosas de sus inicios (ejercicio poco sano de acuerdo a lo reflejado por Woody Allen en Stardust Memories de 1980) de humor corrosivamente escandaloso como en Pepi, Luci y Bom de 1986 pero el intento de reconectarse evidencia que sus dotes como narrador sobrepasan por mucho las de cómico en un desangelado intento de capturar el ritmo del screwball comedy de los 30 de ágil verborrea mientras que lo de Almodóvar es más como diarrea, entretenida sin embargo gracias a sus intactos dotes como narrador.

La cinta fue bien recibida por la taquilla española, siendo la segunda cinta más exitosa de Almodóvar en aquellas tierras después de Volver. Sin embargo, la crítica local siempre ha sido poco condescendiente con las excentricidades de uno de los hijos predilectos de la crítica internacional, basta con leer el devastado texto del celebérrimo Carlos Boyero en el diario El País para darse una idea del repudio de los críticos españoles. Sin embargo, resulta curioso el hecho de saber que de una nación que resulta central en el entorno de crisis económica actual y que ha importado cineastas con discursos radicales y centrados en la temática contemporánea como Andrés Duque y el Colectivo de “Los Hijos” y por otro lado nos llega el literal escapismo de Almodóvar que ofrece el discurso estilizado, jerga guarra y guiñolesca tipología. El cine sintomático de una crisis que se mueve en polos radicalmente opuestos.

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Imaginen que un día Mr. Magoo, El abuelo de Heidi o Mumm-ra de los Thundercats descubre que es un fetichista de pies y que su hija pequeña es una dominatrix profesional, sufriendo por la misma situación. Historias exageradas que son incapaces de romper el cascarón de absurdo en el que se encuentran envueltas. Si el propósito es hacer una caricatura (creativamente concebida) mantenerse en esa línea es la directiva. Almodóvar no se resiste a sus dotes como narrador dándonos una obra terriblemente irregular que se debate entre tomarse en serio o hacerse una prolongada autofelación como toda una mamadora experimental.

P.D. Chema Yazpik resulta más convincente en los comerciales de tequila.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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