Ken Takakura y Bunta Sugawara, el tatuaje del celuloide

El pasado mes de noviembre fallecieron dos actores iconos del cine popular japonés. Los señores Ken Takakura y Bunta Sugawara, ambos parte instrumental en el desarrollo del cine de género en el país del sol naciente. Cada uno representaba un lado distinto de la moneda de un género que siempre ha fascinado al publico nipón. Entender el papel que desempeñó cada uno en el género es vital para comprender mejor uno de los géneros cinematográficos más populares en esa nación.

Por un lado estaba Takakura, representante del llamado ninkyo eiga, un género fílmico caracterizado por representar a los yakuzas como héroes honorables y valerosos. Las historias se encontraban ubicadas en la era Meiji y Taisho, periodos previos a la segunda guerra mundial que hacían que fuera más romántico y glamoroso narrar esta historias de Robin Hoods tatuados. Takakura era el héroe por excelencia de estas historias, siempre haciendo lo correcto, siempre leal a su clan. Lleno de dilemas morales y existenciales con respecto a sus acciones como un miembro marginado de la sociedad.

Con Abashiri Prison (Abashiri Bangaichi, 1965), dirigida por el no menos legendario Teruo Ishii, Takakura se volvió una de las estrellas más importantes del país. Su presencia en pantalla, siempre robusta y estoica, lo convirtió en el ideal masculino a seguir en la cultural popular japonesa. Los hombres lo respetaban, las mujeres lo admiraban. Con los primeros había una empatía. Ver a Takakura luchar contra los códigos sociales y rituales de los yakuzas y la sociedad japonesa inspiraba a jóvenes frustrados al no poder integrarse a la rígida estructura social del país. Era la década de los 60, y el cine de yakuzas gozaba de gran salud y bonanza en la taquilla. Mientras Takakura se encontraba activamente trabajando en el estudio Toei otros estudios como Nikkatsu explotaban esta veta de yakuzas heroicos con su propio estilo. Era el Nikkatsu noir, junto con el llamado borderless action, cintas aderezadas con influencias del cine noir de Estados Unidos, donde héroes como Tetsuya Watari y Akira Kobayashi chiflaban los temas de las películas, bailaban de pleito en pleito y tenían todo tipo de aventuras multicolores.

Ken Takakura

Sin embargo, estas épocas se irían pronto, y aun ante la prosperidad económica de una nación que se había levantado de sus cenizas, los crímenes reales de yakuzas eran cada vez más violentos. Los héroes con estrictos códigos éticos eran ya un anacronismo. Hacían falta personajes que encarnaran el creciente cinismo y desencanto del inicio de los 70. El director adecuado para empezar esta nueva era en el cine yakuza era Kinji Fukasaku, y la película clave fue Battles Without Honor and Humanity (Jingi naki tatakai, 1973). El antihéroe en cuestión era interpretado por Bunta Sugawara, un actor de rasgos más duros y afilados. Era el nacimiento del jitsuroku eiga: cintas basadas en hechos reales del Japón de la postguerra. Relatos que transcurrían inmediatamente después de la rendición del emperador, en calles repletas de soldados estadounidenses y ciudadanos tratando de sobrevivir entre las ruinas de los bombardeos.

Los yakuzas de estas historias eran seres traicioneros, sin escrúpulos, sin moral o ética alguna. Las luchas de poder no se hacían esperar y varios dedos y cabezas rodaban a la par de la rotación de miembros en clanes. Alianzas se formaban, y los clanes yakuzas, habitantes de la nación oriental desde épocas remotas, aprendían a adaptarse al nuevo ecosistema. La cámara de Fukasaku, alguien que vivió muy de cerca los estragos de ese Japón de finales de los 40, era siempre frenética. Su estilo documental imprimió energía en el género, y a la historias, una crudeza que había estado ausente en este tipo de cine.

Fukasaku, quien ya había trabajado también con Takakura en los 60, rodó varias cintas con Sugawara, quien sería su actor de cajón. Aparte de las cinco entregas de Battles Without Honor filmaron cintas como Street Mobster (Gendai yakuza: hito-kiri yota, 1972), y Cops vs Thugs (Kenkei tai soshiki boryoku, 1975). Mientras que para Fukasaku su colaboración con Takakura no había resultado muy satisfactoria, con Sugawara lograría un entendimiento idóneo que daría lo mejor de ambos. Bunta, decía el realizador, era un actor que no le importaba tener que tirarse al piso y revolcarse en este. El estatus de estrella no limitaba sus actuaciones. Eran de la misma generación, y les había tocado vivir una época sumamente turbulenta.

Bunta Sugawara

En este periodo, Takakura saldría de Toei, viéndose obligado a tratar de diversificarse como actor ante el cambio de corrientes en el cine de yakuzas. Entre sus proyectos de esa época se encuentra una coproducción Irán-Japón, adaptación del personaje de manga Golgo 13. También hizo una exitosa colaboración con Yoji Yamada en The Yellow Handkerchief (Shiawase no kiiroi hankachi, 1977). Sería también en los 70 cuando aparecería en The Yakuza (1974), producción estadounidense que sería su primera de varias actuaciones en cintas de Occidente, entre las que se encuentra Lluvia negra (Black Rain, 1989) de Ridley Scott, interpretando irónicamente a un detective en lugar de su acostumbrado papel de yakuza, que en la cinta hizo otra leyenda,  Yusaku Matsuda, quien a su vez era reconocido más por el publico nipón por sus papeles de policía o detective.

En los 90 Takakura y Sugawara comenzarían a disminuir su ritmo de trabajo. En esa década el cine de yakuzas tendría vida nueva en el mundo del V-cinema. Cintas que salían directo en video, de bajo presupuesto pero con grandes ideas donde se formaron directores como Takashi Miike, Rokuro Mochizuki, y actores como Sho Aikawa, quienes realizarían cintas con claras influencias del pasado. Desde la historias de yakuzas con honor, pasando por los antihéroes que apuñalarían a su mejor amigo sin titubear. También entraría a la escena Takeshi Kitano, con su cine yakuza contemplativo que lograría traer reconocimiento internacional al género.

Con la muerte de estas dos figuras un capítulo de una de las etapas más importantes del cine japonés se cierra. Definitivamente ya no los hay como antes. Una mirada de estos dos actores podía decir más en la pantalla que docenas de gestos de actores de método. He ahí la magia del cine. Aun con la partida de estos hombres, su legado continuará inspirando a futuras generaciones de directores y actores.

Rubén Martínez Pintos (@SartanaDjango)

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