Croissants desde Cannes 2023– Día 6

Llegamos al final de esta edición del Festival Internacional de Cine de Cannes con un palmarés que pudo ser mucho peor, cuyos criterios de premiación son, por decir lo menos, muy cuestionables. Durante la conferencia de prensa posterior a la entrega de los premios, en la que Anatomie d’ une chute de la francesa Justine Triet se alzó con el premio mayor, el presidente del jurado Ruben Östlund

Si de por sí los argumentos esgrimidos a favor o en contra de una película tienen un sesgo y un carácter subjetivo, tomar como criterio los aplausos de una audiencia –compuesta entre otros por agentes de ventas, productores ejecutivos y asociados, miembros del equipo, familiares, espectadores agradecidos de haber conseguido un boleto, etcétera– como un criterio de premiación sienta un precedente terrible. Además, valida la idiota tendencia de cronometar aplausos como un rasero de calidad de las obras presentadas. Siendo ese el caso, ¿para qué necesitamos un jurado? ¿No bastaría con un medidor de decibeles que nos revele cuál fue la película qué causó más alboroto entre el respetable?

Lo cierto es que el resultado pudo ser peor y Anatomie d’ une chute, aunque definitivamente menos ambiciosa y arriesgada en comparación con otros trabajos en competencia, gozará del favor del público masivo, el cual tiende a favorecer películas “cerradas”: aquellas que no dejan ninguna ambigüedad ni espacio para poder interpretar, verse sugestionado o siquiera cuestionado. La película de Triet es entretenimiento de alto nivel, acompañada de una “densidad” y “profundidad” psicológica más inteligente de lo que es. ¿Calidad o arte? Que un aplauso nos resuelva la duda, por favor…

Kubi
Dir.
Takeshi Kitano
Cannes Premieres

Takeshi Kitano es un cineasta proclive, como muchos de sus contemporáneos, al desbordamiento narrativo, aún si sus obras carecen del espíritu formalmente lúdico o experimental de Seijun Suzuki, por mencionar un ejemplo. En Kubi, aborda una narración que tiene tantos personajes y subtramas que es muy fácil perderse, algo parecido sucedió con La asesina

(Cìkè Niè Yǐnniáng, 2015) del taiwanés Hou Hsiao-Hsien. Kubi está basada en el incidente real de Honno-ji en el que el famoso señor de la guerra Oda Nobunaga fue asesinado en un templo de Kioto en 1582. Antes del asesinato, Shinzaemon captura a Araki Murashige, un general acusado de deslealtad. La trama gira en torno al destino de Murashige, cuyo cuello Nobunaga quiere romper.

El cineasta de 76 años no está interesado en que la audiencia siga todo lo que sucede en Kubi, de hecho llega un punto en el que la saturación de incidentes y personajes llega a una abstracción tal, que lo más sensato por hacer es regodearse en la rampante violencia y corrosiva ironía con la que Kitano filma. Aunque es burdo centrarse únicamente en la acción, el cineasta japonés es lo suficientemente cuidadoso para hacer que cada decapitación sea diferente entre sí –en términos de encuadre, montaje y hasta ritmo–.

La violencia es un recurso formal que Kitano utiliza con la sagacidad que los años brindan, Kubi puede verse como un slapstick feudal que comparte ritmo vertiginoso con los trabajos de Buster Keaton o Harold Lloyd. Incluso podría pensarse que por su amplio mosaico de personajes –incluyendo samurais homosexuales, fetichistas o que hablan portuñol–, la película es más cercana a los excesos de alguien como Sion Sono (Vamos a jugar en el infierno, Tokyo Tribe), pero Kitano no es un cineasta de sensibilidad contemporánea, sino moderna. Un cineasta cuyo compromiso artístico busca experimentar a partir de la tradición. No es un iconoclasta que decapita lo clásico, sino un hábil y sardónico guerrero que lo combate.

Chambre 999
Dir.
Lubna Playoust
Cannes Classics

En 1982, Wim Wenders reunió a un grupo de cineastas en el Hotel Martinez de Cannes para preguntarles sobre el futuro del cine y si es que éste estaba muriendo, como se dice desde hace décadas. Entre los cineastas entrevistados se encontraban Jean-Luc Godard, Werner Herzog, Rainer Werner Fassbinder, la cineasta brasileña Ana Carolina, Steven Spielberg y el propio Wenders. Las respuestas quedaron registradas en el documental Chambre 666, del que la joven documentalista Lubna Playoust realizó una nueva versión durante el Festival de Cannes de 2021, entrevistando a decenas de cineastas contemporáneos de distintas nacionalidades para hacer las mismas preguntas que hizo Wenders cuarenta años atrás.

El resultado varía, desde las replican que citan lo dicho por Godard sobre las “películas pequeñas” –como Olivier Assayas, Arnaud Desplechin y Claire Denis–, respuestas bien estructuradas y elocuentes –como la de Cristian Mungiu–, las metafóricas –la de Östlund (que compara las películas de plataformas con comida de hotel)–, las performáticas –la de Kiril Serenikrov o Albert Serra– y hasta las poéticas –la de la italiana Alice Rohrwacher–.

Optimismo y pesimismo se encuentran entre las respuestas, muchas de las cuales versan sobre la influencia de las plataformas en lo que definimos hoy como “cine” y la homogeneización de su lenguaje. El valor de este ejercicio lo dará, como suele ser, el tiempo, volviendo cada respuesta profética, errada, irrelevante o influyente, pero que no carece de interés aún si la pregunta sobre la muerte del cine está rebasada.

La Passion de Dodin Bouffant
Dir. Tran Ahn Hung
Competencia Oficial

Se ha dicho que el cineasta vietnamita Tran Ahn Hung es un ejemplo de “academicismo”, por su forma de filmar que enfatiza una noción clásica de lo que es estéticamente “bello” y narrativamente “convencional”, pero su interés se asemeja a aquel de los impresionistas franceses, principalmente plástico o físico (luz, color, impresión de movimiento), para acercarse a prácticamente cualquier suceso de la realidad.

En el caso de su más proyecto, La passion de Dodin Bouffant, Hung hace que la gastronomía se convierta no solo en el eje narrativo, sino cinematográfico. La preparación de elaborados platillos tiene una cualidad sensorial que a través de un fauvismo fotográfico exalta aspectos abstractos como el sabor, la temperatura y el aroma.

La Passion de Dodin Bouffant tiene como protagonista a Eugénie (Juliette Binoche), una cocinera destacada que ha trabajado para el famoso gastrónomo Dodin Bouffant (un notable Benoit Magimel) durante 20 años. A fuerza de pasar tiempo juntos en la cocina, se ha construido entre ellos una pasión amorosa donde el amor está íntimamente ligado a la práctica de la gastronomía. De esta unión nacen los platos más sabrosos y delicados que llegan a asombrar a los más grandes de este mundo.

Sin embargo, Eugénie, ansiosa de libertad, nunca quiso casarse con Dodin. Este último decide entonces hacer algo inusitado: cocinar para ella. Los elementos narrativos, concretos y distendidos a lo largo de la película no tienen más importancia que cualquier otro, es decir, la cocina y todo lo que sucede en ella toma un tiempo sustancial. Las escenas de preparación de comida no se acompañan de música u otro elemento extradiegético y su montaje está montado casi a la manera de una receta, es decir una toma por cada acción.

La pulcritud con la que trabaja Tran Ahn Hung impregna cada escena de la película, que en sus momentos de belleza plástica más depurados iguala cuadros de Renoir, Manet o Matisse con gran facilidad. La principal apuesta de Hung es sensorial y física antes que narrativa. Pocas veces, incluso en obras como El festín de Babette (Gabriel Axel, 1987), lo culinario había tenido un lugar tan privilegiado, tanto que su preparación y degustación tienen un aura casi sacramental. Después de ver La Passion de Dodin Bouffant, sentirán que cualquier alimento futuro será obsceno.

Perfect Days
Dir. Wim Wenders
Competencia Oficial

Wim Wenders llevaba casi dos décadas relativamente “perdido” en el género documental, donde encontró relativo éxito con Pina (2012) y La sal de la tierra (2014), mientras que sus trabajos de ficción se encontraron con el rechazo unánime, tanto de la crítica como del público. Parecía que el Wenders que había gozado de cabal popularidad como cineasta de ficción durante los años 80 no podía regresar y, quizás, eso estaba bien, después de todo, no es sensato pedirle a un cineasta que siga trabajando más que por la vía que él o ella considere pertinente. Sin embargo, resulta muy grato cuando un cineasta es capaz de sorprender después de años de ser desestimado.

En Perfect Days, Wenders trabaja sobre una vena que remite al Akira Kurosawa de Ikiru (1952) o, por mencionar un referente más contemporáneo, al Jim Jarmusch de Paterson (2016), con una obra de melancolía más dulce que amarga, esperanzadora sin ser ingenua y sencilla sin ser intrascendente. La película nos presenta a Hirayama (el gran actor japonés Koji Yakusho), quien trabaja para mantener los baños públicos en Tokio. Florece en una vida sencilla y una vida diaria muy estructurada. Mantiene una pasión por la música, los libros y los árboles que le gusta fotografiar. Su pasado resurgirá a través de encuentros con personas que él creía lejanas de su vida.

Yakusho se alzó con toda justicia con el premio de actuación masculina gracias a un personaje que rebosa afecto por su trabajo y entorno inmediato. Limpiar baños podría parecer un trabajo denigrante para algunos, aunque en Japón dicha labor tiene una connotación cultural importante, lo cierto es que no existe un trabajo denigrante si éste se realiza con diligencia y cuidado, que es como Wenders busca retratarlo.

Puede surgir una objeción de orden socioeconómico y afirmar que el cineasta alemán está “romantizando” a la clase trabajadora desde un lugar privilegiado. Tal objeción es válida, pero estaríamos obviando la decisión del personaje principal, quien ha elegido llevar su vida como un acto de congruencia con su visión del mundo, expuesta ricamente en Perfect Days.

El personaje de Hamada goza de una libertad que no está sujeta a las condiciones sociales o económicas de la labor que desempeña, sino de la modestia que reina en su estilo de vida. Incluso en el uso de la palabra, el personaje es cauto y preciso. Wenders comparte ese sentido de economía, austera pero suficiente, a lo largo de la película mostrando que un día perfecto no es el que nos hace felices o útiles, sino aquel en el que podemos tomar una decisión, independientemente de su relevancia o tamaño, que nos acerque a la libertad.

Por JJ Negrete (@jjnegrete)

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