‘Blade Runner 2049’: Fantasmas de agua

Uno de los momentos que quedó finamente impreso en la memoria colectiva cinematográfica fue una línea del lucido monólogo final del replicante Roy Batty (Rutger Hauer) en la película Blade Runner (1982), de Ridley Scott: “Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”. Esta línea pareciera vibrar y hacer resonante eco a lo largo de Blade Runner 2049, la nueva entrega de la saga, producida por el mismo Scott y agudamente visualizada y dirigida por el celebrado cineasta canadiense Denis Villeneuve, responsable de películas como Enemigos (2013) y La llegada (2016).

La nueva película de Villeneuve presenta al agente “K” (Ryan Gosling) que en el distópico año 2049 funge como cazador de los replicantes originales o aquellos que conocimos en la ya mítica primera película y que se han rebelado contra una despiadada humanidad que busca principalmente ciega obediencia. Sin embargo, una serie de nuevos acontecimientos pondrá en jaque emocional a estos “perfeccionados” replicantes.

Ahondando, más que superando, los temas explorados en la película original, Blade Runner 2049 es ante todo un desplegado visual de sórdida elegancia y sublime belleza de naturaleza distópica, cuyas ideas se encuentran diseminadas, sin diluirse, a lo largo de las casi tres horas de duración, algo que le permite a Villeneuve y al prodigioso cinefotógrafo Roger Deakins explorar nuevos mundos con ideas alusivas a la identidad y particularmente a la delicada línea entre el humano y su creación.

La fuente dura son los textos del escritor Phillip K. Dick, con temas que también fueron revisados y diseccionados en la serie de televisión Westworld, con mundos poblados por cyborgs e híper sofisticado software de inteligencia artificial que anhelan con poderoso ímpetu lo que los seres humanos dan simplemente por sentado: el milagro de recordar y sentir.

Villeneuve logra armar un espectáculo visual único que satisface las necesidades de una audiencia particularmente difícil, sorteando los peligros del gratuito fan service y evitando las trampas de la imperiosa necesidad de los estudios para generar franquicias narrativas, amplificando, más que explicando, los misterios de la película original con una sensibilidad eminentemente europea, como si el húngaro Béla Tarr (Satantango, 1994; El caballo de Turín, 2011) se le encargara un fastuoso blockbuster.

La película le da un lugar preponderante al agua, elemento turbio misterioso y profundamente ambiguo que se encuentra presente en forma de copiosa lluvia, densa neblina o fina nieve y que funciona como un elemento evocativo, el material del que están hechas las memorias. Blade Runner 2049 es al mismo tiempo un espectro futurista de nuestro presente y una reliquia de nuestro futuro, en las que la memoria es un fantasma líquido.

Por JJ Negerete (@jjnegretec)

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