Los hombres solitarios son comunes en la filmografía de Lisandro Alonso. Hay algo en esa figura alejada del resto de la sociedad que lo fascina, para el director argentino es el viaje de estos personajes lo que brinda una razón de ser a su historia. Necesitan su soledad para entenderse y significarse, de ninguna otra manera podrían encontrarse. Su más reciente trabajo detrás de la cámara, Jauja (2014), no es la excepción, es una vuelta a territorio conocido y el inicio de una travesía a nuevas llanuras cinematográficas.
Un capitán danés, Gunnar (melancólico Viggo Mortensen), viaja junto a su hija y un grupo de militares por Tierra del Fuego en Argentina, una noche la jovencita escapa con uno de los soldados. Al percatarse de su huida Gunnar marchará para buscarla a través de la inhóspita tierra que lo rodea, un desdoblamiento existencial más allá de su realidad.
Para Lisandro Alonso, Jauja es una demostración de madurez. Al tomar los elementos característicos de sus docuficciones y llevarlos al terreno del cine de época, un espacio de exploración se abre al autor. Estamos ante un western de corte existencial con conexiones al género que van más allá del clásico formato 4:3 de la hermosa fotografía firmada por Timo Salminen. Como al personaje principal de esa seminal cinta de John Ford, Más corazón que odio (The Searchers, 1956), serán los cambios al interior de nuestro capitán los que dotan de relevancia al relato. A pesar de acercarse al cine más comercial, Alonso deja claro que sus películas nacen para dialogar con el espectador, encontrarse a mitad de un fotograma, no complacerlo.
Problemas con caciques locales, construcciones, encuentros místicos con animales y espirituales discusiones con una anciana envuelven al relato. El auteur presenta dichos sucesos con una mezcla de naturalidad y desconcierto que invitan a sumergirse en la odisea. La belleza natural del paisaje incrementa la alienante sensación, es en su soledad que podemos identificarnos con sus necesidades de significarse. Esas secuencias de Mortensen en contraste con el horizonte, nos muestran que el personaje no está solo porque se tiene a si mismo, de la misma manera que él lo entiende cuando sus ojos se cruzan con la atenta mirada de un perro a mitad de la nada.
Un último giro de tuerca (que algunos han calificado como lynchiano, aunque la intención es distinta) dota a la historia de un espectro más amplio. Si nuestro capitán saliò a buscar su razón de ser (aun sin saberlo), Europa escapó de su territorio para hallar su futuro económico y político. El final de la odisea es irrelevante, es el trayecto donde el ser se encuentra.
Por Rafael Paz (@pazespa)