Monsieur Oscar pasa el día dentro de una limusina, en ella recorre las calles de París. En cada parada interpreta un personaje diferente: una viejita coja, un millonario, un pordiosero, un artista conceptual, un pandillero, un padre consternado, un hombre enamorado… Las posibilidades son infinitas y es su deber hacer creíble cada uno de sus disfraces.
La nueva película del director francés Leos Carax, Holy Motors: Vidas extrañas (Holy Motors, 2012), es un estudio sobre la falsedad de la vida pública. Una mirada al mundo donde las apariencias engañan y nada es lo que parece. De paso, es una de las cintas más originales del 2012.
Holy Motors está llena de ironía y humor negro, además está contada de manera ágil con base en una estructura episódica. La disposición de las escenas quizá confunda a algunos espectadores, pero es parte de las intenciones de Carax: aquí no hay una historia que contar, lo relevante es mostrar a Monsieur Oscar cambiar de rostro y nada más.
Es palpable lo mucho que el director se divirtió al filmar esta farsa, cabe recordar que es su primer largometraje desde Pola X de 1999. No sólo son los constantes cambios de apariencia, sino los juegos con el espectador: coches que hablan, un intermedio con acordeones y tambores, Michel Piccolli como un gangster, el número musical de Kylie Minogue, etc.
Por medio del juego de los disfraces, Carax parece decir que salimos maquillados y en personaje para enfrentar la vida diaria. Nuestras interacciones están basadas en engaños, ya que difícilmente mostramos nuestro verdadero yo. Como dice Jorge Volpi: “Mal que nos pese, todos somos ficciones”.
La efectividad de cada uno de los episodios descansa en la camaleonica actuación de Denis Lavant, colaborador habitual de Carax. El histrión se desempeña con mucha solvencia en un rol que define su profesión, después de todo los actores dedican su vida a encarnar diversos personajes mientras tratan de convencer al público de que son aquellos que interpretan.
La realidad se maquilla y nuestras vidas se mantienen en secreto. La existencia no es otra cosa que una farsa donde se sufre y se goza.
Por Rafael Paz (@pazespa)