Cada segundo que respiramos es un paso hacia el fin del mundo o, por lo menos, la conclusión de nuestra existencia. Olvidar que sólo somos parásitos de la naturaleza y que en nuestro egoísmo, ignoramos que tarde o temprano alguna reestructuración nos borrará del mapa. Para el cine, dicho acontecimiento siempre ha representado un elemento altamente explotable.
A grandes rasgos, la cinta encarna la clásica pregunta: ¿dónde te agarró el temblor?. Y no es cualquier sacudida, si no un movimiento de 9 grados en la escala de Ritcher capaz de redefinir la geografía del estado de California. Ray (Dwayne Johnson), un experimentado rescatista y piloto de casi cualquier vehículo necesario en una película de acción, se ve inmediatamente involucrado en estos eventos durante la búsqueda de sus seres queridos.
Existe una tenue similitud con 2012 (Roland Emmerich, 2009) donde la figura del divorcio pretende ser paralela a la magnitud de un desastre natural, tomando la devastación como una oportunidad de reivindicación personal y la lucha con los fantasmas del pasado. Sorprendentemente, con todo y sus predecibles decisiones, la más reciente trabajo detrás de la cámara de Brad Peyton resulta mucho más creíble, entretenido y menos ridículo que esa secuencia donde John Cusack salva a la humanidad al quitar una manguera de un engrane.
Dejando a un lado los despampanantes efectos especiales, el factor más sobresaliente de la cinta es la participación de la bella Alexandra Daddario, quien encarna a la hija de Ray y es el eje central de la narrativa. Aparentemente Hollywood, paso a pasito, comienza a darle peso y seriedad al rol femenino en los blockbusters, aunque falla en la mercadotecnia, ya que solo vemos la cara de Dwayne Johnson en los pósters. A pesar de ello, la figura del héroe masculino es casi inexistente. Los actores de reparto parecen ser las personas más cobardes e inútiles del universo y The Rock sólo brilla al decir alguna frase pegajosa, mientras el trabajo pesado queda en manos de las chicas. Así es: We can do it!
Cabe mencionar las incómodas secuencias en las que participa Paul Giamatti. Su Lawrence podría haber sido un mejor personaje, ya que en él recae todo el espectro de datos duros y justificaciones científicas. Pero no es así, ya que gracias a la vertiginosa narrativa visual, cada que el experimentado profesor abre la boca, dan ganas de proporcionarle un zape o esperar a que le caiga un rascacielos encima. De igual forma, llama la atención la extraña participación de Kylie Minogue a quien no veíamos en un largometraje desde Holy Motors (2012) y que lamentablemente, spolier alert, no tiene un momento musical junto a The Rock.
“La trama” es uno de los puntos débiles, hay tres personas involucradas en un guión bastante simple. Sí, tenemos secuencias que parecerían un deja vu y se transforman en algo inesperado, pero no es la principal característica. A fin de cuentas, dudo mucho que se haya buscado que fuera el plato principal de la cinta, inclinándose a un excelente diseño sonoro y un CGI bastante rescatable. Por ello, es obligado presenciar la película en una sala de alta tecnología y no por medio de un streaming de baja calidad.
El camino fácil sería acceder al recurso de siempre: “esta cinta no propone nada nuevo”, “no va a cambiar la industria cinematográfica” y un etcétera más largo que la Cordillera de Los Andes. Pero, ¿a quién le importa? El verano se acerca y no está mal descansar la pose intelectual para dejarte sorprender con ansiosas secuencias de destrucción. A sí mismo, es recomendable poner atención a lo que sea que diga Paul Giammati durante la película, tal vez pueda funcionarte la próxima vez que leamos en Twitter: “Tenemosismo”.
Por Oscar Rodríguez (@sadpizza)