’20 mil días en la Tierra’: El día (ir)real de Nick Cave
En el día 20 mil de Nick Cave se reúnen todos sus días pasados. Día de reflexión y reencuentros, en el día 20 mil de Nick Cave el ícono se hace más icónico; el pasado, más presente; la biografía, un instante. En el día 20 mil de Nick Cave, las canciones se escriben, se cantan, se cuentan. En su día 20 mil, Nick Cave despierta, va al psicólogo, recuerda, trabaja, conversa con fantasmas, come pizza con sus hijos; no se cae su disfraz. En su día 20 mil, Nick Cave es una versión de sí mismo, una invención: el ladrido fuerte de un perro viejo. En el día 20 mil de Nick Cave, permanece oculto Nicholas Edward Cave, el que nació; se manifiesta Nick Cave, el que se inventó. El día 20 mil de Nick Cave es artificial, no pasó, no se capturó, se construyó. No es tiempo, es arte, es película. No es verdad, pero es verdadero. Nick Cave no es disfraz, es piel nueva.
“A finales del siglo XX”, dice Cave en su día 20 mil, “dejé de ser humano”. En esa época desapareció el hombre y se construyó el cantautor, el artista. Se manifestó como un demiurgo o un demonio; un diablo que narra su día 20 mil con métrica, imágenes; que se rehusa a ser hombre: se convierte en poema. Iain Forsyth y Jane Pollard dirigen 20 mil días en la Tierra (20,000 Days on Earth, 2014) bajo la influencia de Cave y crean no un documental: un retrato. Sus imágenes provienen de sesiones y cesiones del cantautor, que los deja mirarlo, pero no contradecirlo ni trascenderlo. Conocer a Cave es confiar en él y su arte, dejarse conmover por la creación. Esto no es Don’t Look Back (1967), donde D.A. Pennebaker, mago, hizo aparecer a Bob Dylan, a pesar de Bob Dylan. En 20 mil días en la Tierra, Cave y los directores escenifican su día 20 mil, que en su evidente falsedad representa no una mentira, sino una forma. 20 mil días en la Tierra no es insubstancial; es estilística. En el cuidado de la representación, Cave se revela, se da, más genuino que en la intimidad.
En Kurt Cobain: Montage of Heck, la intimidad de Cobain no nos revela más, sino lo mismo que sus canciones. En 20 mil días en la Tierra, las imágenes, las escenas calculadas, suman una ficción, pero no una falsedad. La pausa melancólica de Cave cuando explica a su padre ante un terapeuta es la realidad de sus lágrimas. Cave se las guarda, pero no las niega. En su auto, las apariciones de Ray Winstone, Blixa Bargeld, Kylie Minogue, representan, en la ficción, la idea que Cave supone que ellos tienen de él; en el documental es, de hecho, lo que ellos comparten con él. Cuando Cave analiza sus viejas fotografías, actúa como un arqueólogo de su propio pasado, familiarizado con sus instantes y sus historias, encontrando significados como en pinturas rupestres. Su pose es evidente, pero también su sinceridad. “Puedo controlar el clima con mis humores, pero no puedo controlar mis humores”. Como el gato de Schrödinger, su argumento y su ser son improbables y definitivos, contradictorios. Vestido como un Elvis vampiro o un Satán rocanrolero, desconocemos si ese es Nick Cave o la invención de Nick Cave. Quizá se trate de ambos.
En sus impresiones y su biografía; en el recuerdo de su padre, que le explicó Lolita; de la muchacha de maquillaje pálido que le enseñó el sexo; en el miedo al olvido, en el fin de la música, en la remembranza de Nina Simone con Warren Ellis, en el canto de su imaginación, donde Miley Cyrus flota en una alberca, Cave parece más hombre que el ídolo sentado entre torres de libros, presionando los botones de una vieja máquina de escribir, pero no más honesto. Entre más arriba la guardia, más abajo; el rodeo más largo es el camino más corto. 20 mil días en la Tierra pone la no verdad al servicio de lo real, cuestiona la verdad del documental y la artificialidad de la ficción. El día 20 mil de Nick Cave es un escenario con luces, cámaras montadas en rieles, tomas ensayadas, pero es el día en que Nick Cave es más Nick Cave.
Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)