‘Ginger y Rosa’: tener ideas y morir por ellas

Ginger y Rosa son un par de adolescentes hijas de la posguerra. Nacieron juntas en el Londres de 1960 y comenzaron a crecer así, una a través de la otra. Pero las ideas que se construyen alrededor de un mundo radical crean el entorno preciso para confundir al inexperto o ayudar al abusivo. Ginger & Rosa (2012), de la directora Sally Potter, es un sendero rumbo a la deconstrucción del mundo de las ideas y la edificación de la realidad.

Las madres de Ginger y Rosa dieron a luz en camas adjuntas mientras la guerra ocurría afuera de aquel hospital londinense. Las secuelas de la guerra habían marcado drásticamente a las familias de las féminas: la de Rosa, fracturada por la ausencia del padre y la de Ginger, deteriorada por el radicalismo ideológico de Roland, su padre. Las niñas crecieron juntas hasta la adolescencia, momento en el que comenzaron a padecer paralela pero individualmente una ardua confrontación con el mundo real.

La sexualidad, la guerra, el amor, la identidad y otras ideas comenzaron a presentarse en forma de decisiones para Ginger y Rosa: besar a un chico en el callejón, escuchar noticias sobre la amenaza nuclear, buscar el amor ideal, participar en movimientos activistas, aprender a maquillarse, cocinar y buscar al hombre perfecto, cumplir las fantasías de los padres… o no hacerlo. Parece que la línea delgada entre escoger una u otra opción está determinada a partir de preferencias y experiencias personales.

A pesar de que las adolescentes pasaban la mayor parte del tiempo juntas, en el camino hacia la vida adulta su rumbo se bifurcó en razón de sus carencias. Ginger y Rosa caminaron paralelamente por senderos diferentes. Una comenzó a idealizar el rol de la mujer, el amor ideal y los elementos necesarios para mantener a un hombre en casa. La otra decidió radicalizar su pensamiento, hacer ‘algo’ para detener la amenaza nuclear y buscar respuestas en la literatura. Parece que ambas, en el mismo mundo y unidas por un amor casi filial, comenzaron a distanciarse para convertirse en formas similares de confusión.

El mundo de posguerra se polarizó en torno a la confrontación de las dos nuevas potencias. En medio quedaron el resto de los países participantes, sumergidos en un ambiente de ansiedad, miedo y paranoia provocado por la posibilidad de una guerra nuclear. A través de la historia de dos adolescentes, Sally Potter critica las repercusiones de la guerra –inestabilidad, fractura social y miedo colectivo– y las representa en la vulnerabilidad de dos adolescentes cuyas ideas están limitadas, en esta etapa de la vida, por el entorno y las consecuencias de su pasado inmediato.

La directora propone un paralelismo entre la fragilidad y confusión de una par de adolescentes y la vida de cualquier individuo cuando adolece el peso de la realidad. En las terribles condiciones de incivilidad, muerte y destrucción que acarrea una guerra, ¿acaso no seríamos tan vulnerables y falibles como un adolescente cuando se apropia de una idea para explicar lo inexplicable?

Roland es el padre de Ginger que se niega a que lo llamen ‘padre’. Su figura es el claro ejemplo de la radicalización de las ideas. Como activista, profesor y literato revolucionario, Roland es impecable en su actuar.  Sin embargo, la sujeción de este hombre a las ideas no le permite –convenientemente– ocuparse del mundo real en el que ha construido una familia. Roland ha decidido adoptar y abusar de los alcances de sus convicciones políticas bajo el principio: tener ideas y morir por ellas.

Al igual que Roland, las adolescentes buscaron una forma de aferrarse a sus convicciones y terminaron aprendiendo una ruda lección de la vida: por encima de la realidad no pasa nadie. El propio Bertrand Russell –filósofo inglés que incluso es mencionado en el filme– otorgaba falibilidad al campo ideológico: “Nunca moriría por mis ideas porque puede ser que esté equivocado.”

En Ginger y Rosa Sally Potter expone con inteligencia y sutileza la vulnerabilidad del hombre ante sus propios actos –los alcances infinitos de una guerra mundial– y la falibilidad del mundo de las ideas a través de una historia controvertida que, además, es acertada en su construcción histórica y atractiva en el ámbito narrativo.

Por Alejandra Arteaga (@adelesnails)

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