‘El demonio neón’: El flamante fúnebre

El filosofo francés Gilles Lipovetsky, en su controversial libro El imperio de lo efímero, veía la moda y a toda su industria como la ilustración perfecta del concepto de libertad personal, que debe estar en perpetuo cambio para poder sobrevivir. La supervivencia en un medio que absorbe almas más rápido que cuerpos es lo que pretende abordar el polémico cineasta danés Nicolas Winding Refn en su más reciente cinta El demonio neón (The Neon Demon, 2016). La película es un apabullante estrambótico visual que lo único que hace es precisamente lo opuesto a lo que dice Lipovestky: no cambiar y, al contrario, extender un estado estático a puntos planamente absurdos.

En El demonio neón, el director danés nos presenta a la joven aspirante a modelo Jesse (ambiguamente angelical Elle Fanning) cuya juventud y ostentosamente discreta belleza inmediatamente despiertan la envidia y deseo de un grupo de mujeres que ansían tener “lo” que ella tiene, por cualquier medio, no importa que tan aberrante pueda llegar a ser.

Fuertemente influenciado por una construcción visual que debe mucho a los giallos italianos (Fulci, Argento, etc), así como el uso de neón, figuras geométricas y símbolos usados de manera arbitraria, El demonio neón cuenta con una pirotecnia visual en verdad, encomiable. Winding Refn es un consumado esteta, capaz de crear imágenes de un poder incuestionable, de un estilismo tan recargado que caen en una especie de sofisticado barroco. Particularmente memorables resultan la invasión de un puma al cuarto de Jesse y la primera fiesta de estrambóticos efectos ópticos con Ruby (Jena Malone).

Sin embargo, narrativamente el largometraje tiene tanta carne como cualquiera de las féminas que se pasea con poca ropa en esta neofantasía masculina que estira a casi dos horas de duración lo que bien podrían ser 2 páginas de argumento a doble espacio y en tamaño de fuente Arial 34. Y aunque se sabe que el fuerte de Winding Refn no han sido narrativas densas, cuando menos en sus dos trabajos anteriores, Drive (2010) y Only God Forgives (2013), las cuidadosamente construidas imágenes se enlazaban a un fin específico, narrativo o simbólico. Aquí se genera algo tan inconexo como una pasarela en la que desfila desde el vampirismo sexual hasta babosita necrofilia, sobre las que llueven los flashes de la cámara del danés.

El demonio neón es tan  cegadora, vistosa y chillante como cualquier atuendo diseñado por el modisto más sofisticado, pero no importa cuantas veces cambie el diseño o hasta que punto este dispuesto a llegar para impactar, llega el punto en que nos percatamos que detrás de tal vistosidad tan trepidante, no hay más que un cadáver tratando de detener su podredumbre. ¿El flamante difunto? Nicolas Winding Refn.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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