FICUNAM | ‘La telenovela errante’: Los muertos también filman

Hay nuevas formas de construir la identidad nacional, mediadas por una pantalla y una serie de códigos narrativos y formales específicos, muchos de los cuales responden a la lógica de la televisión, cuya hegemonía se ha reafirmado en nuestra era con el poder de las plataformas digitales. Aún sin saber el titánico auge que tomaría el melodrama seriado, el inmortal cineasta chileno Raúl Ruiz filmó a inicios de los años 90 una serie de ejercicios con su troupé de actores usando como formato el lenguaje de la telenovela, la cual Ruiz concebía como una nueva formadora de identidad nacional.

Presentada en la pasada edición del Festival de Cine de Locarno, La telenovela errante es co-dirigida y montada por su esposa, la cineasta Valeria Sarmiento, se compone de siete fragmentos en los que Ruiz se divierte –como suele hacerlo– con maestría para desarmar la telenovela, cuyo texto narrativo fue descrito por el semiólogo Umberto Eco como “cerrado” porque busca guiar al espectador hacia las emociones y pensamientos que debe experimentar y sentir; lo que hace Ruiz es “abrir” los textos como una sofisticada travesura.

Si antes la literatura construía la imagen de nación, Ruiz y Sarmiento conciben en La telenovela errante una realidad chilena tragicómica, absurda, irónica y personal en sus toques lúdico-eruditos. A través de la burla al paroxismo melodramático, muy a la manera del legendario Mercado de lágrimas de La Carabina de Ambrosio, la parodia de la idea de destino y la destrucción del sentido –al escuchar la palabra limón, creí que debía entrar; dice uno de los personajes–, la película convierte el estéril formato narrativo masivo por excelencia en un creativo juego de ideas, lenguaje e imágenes.

“Qué cómico; eso no es eso”, dice otro de los miembros del ensamble de La telenovela errante, una aguda obra que más que una película es una curiosa paradoja, política sin la necesidad de aludir a la política, cómica sin ser una comedia, profunda en su superficialidad artificiosa y con una coherencia intelectual dentro de su incesante absurdo. En concreto, una película que solo pudo haber sido hecha por un cineasta que lleva casi siete años muerto y que, a casi 30 años de su realización, contiene ideas de tal relevancia, que aún hoy parece adelantada a su tiempo. Esta historia continuará…

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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