Ver El séptimo sello (Det sjunde inseglet, 1957) invoca una cruel imagen del tiempo: la sombra de un hombre esperando afuera de las puertas de lo inesperado, sentado hasta que el conocimiento, una epifanía o la muerte se robe esta silueta y la reemplace una existencia con un propósito. Aquellos que piensan que la muerte saliendo de ese umbral no es propósito, deberían pensar que es la meta a la que aspiramos involuntariamente.

Discutiblemente, ningún artista había alzado, tan inteligentemente, las preguntas sobre la existencia y su destino final desde Esperando a Godot, de Samuel Beckett, hasta que Ingmar Bergman lo hizo con una premisa que suena tan simple y a la vez compleja: un caballero regresando de las Cruzadas juega al ajedrez con la muerte en una apuesta existencial que podría significar su salvación y unos cuantos años más de vida. Como la historia de los dos personajes de Beckett, que esperan por Godot –que bien podría ser la divinidad, la muerte, la vida, un cambio o, básicamente, todo lo desconocido– , El séptimo sello trata el tema de la vida como un viaje hacia algo que sabemos que viene, pero lo aceptamos o rechazamos de muchas maneras distintas..

En el filme, Max von Sydow estelariza como el reflexivo Antonius Block, quien es acompañado por un, a menudo exagerado elenco, a través de un viaje para regresar a casa, como un Odiseo medieval, a lo largo de las aldeas de la Suecia infestada por la Muerte Negra. Desde el momento en que el personaje nace –su primer aparición en pantalla–, se le ve con un tablero de ajedrez, un elemento que nos habla del juego continuo en el que nos encontramos con la muerte desde el momento mismo en que somos concebidos. Más adelante, cuando aparece La Muerte y le habla al caballero sobre el desgaste de su cuerpo como la senda hacia un destino fatal, las maravillosas imágenes de una siniestra costa son abandonadas para que comience el ensayo de Bergman sobre la muerte, Dios y la vida después de la vida.

El grupo de Antonius, integrado por su escudero, una compañía de actores, una joven y misteriosa muda y un herrero y su esposa, representa a la humanidad mediante diversos arquetipos: los héroes cuyo cansancio traído por la guerra y la muerte los invita a cuestionar o burlarse de la fe cristiana; los creyentes optimistas, quienes confían en Dios y son capaces de tener visiones de Sus emisarios; los pecadores que disfrutan de los aspectos hedonistas de la vida. Cada uno tiene una filosofía y comportamiento singulares.

Los personajes que cuestionan la existencia de Dios son muy críticos del fatalismo cristiano que los rodea; evocan las ideas de Nietzsche en el Anticristo, específicamente el pasaje en el que el filósofo describe el miedo al dolor en el infierno como un medio para atraer seguidores. Por otro lado, los creyentes inocentes son unidos, como una familia, y parecen recibir continuamente la gracia divina, la cual los hace obedientes y felices. Finalmente, los pecadores, quienes conocen bien sus propios andares, no piensan mucho en el final, pero le temen, y es esta sensación la que los liga a todos.

El Día del Juicio permea la atmósfera dentro del filme; donde sea que vayan, los personajes encuentran un mundo fatalista al borde de la extinción debida a la plaga bubónica. Cada habitante de esas tierras malditas parece estar atado a su hora final, al igual que sus pensamientos, los cuales escapan de sus bocas en burlas, como cuando uno de los histriones es humillado, revelando así la causa de su miedo: ellos saben que son pecadores y su vida terminará de la peor manera posible.

En este oscuro mundo, las diversiones simples son arruinadas por las imágenes de enfermedad y decadencia, así como por los sonidos de coros podridos y olas que se estrellan como cuchillos en el mar. La existencia es pesada, es una carga y el miedo a lo desconocido hace temerosos a los habitantes de este escenario; los aterroriza lo que suceda al detenerse su corazón.

El flujo del filme es fantástico, y aunque parece muy teatral debido al diálogo y a las actuaciones, nunca se ve realmente bobo, sino introspectivo, profundo y siniestro, cualidades aparentes  en cada escena, cuya estructura se basa en discusiones y reacciones hacia los temas centrales, como aquella en la que el grupo conoce a una bruja a punto de ser quemada y Antonius le pide ayudarlo para conversar con el Diablo y preguntarle sobre Dios.

Más un compendio de episodios que incitan a la reflexión, que una narrativa formal, El séptimo sello es una cinta que invita y requiere de la participación de los espectadores mediante la disertación; que se extiende más allá de la pantalla y se sumerge en la mente, atrayendo la crisis existencial y la búsqueda por respuestas.

Por Alonso Díaz de la Vega

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