‘El exorcista’ y la pérdida de la inocencia

El Emperador del doloroso reino
del medio pecho salía fuera de la helada
Dante

El mal, en su trayectoria mitológica premoderna, se encuentra asociado a lo distinto, a lo otro que está fuera de la humanidad. La naturaleza, arcana en sus formas, se presentó como una entidad, un misterio o una fuerza antropomorfa transgresora y violenta.

William Friedkin filma El exorcista (1973) después de su trabajo nominado a Mejor película en los Premios de la Academia (The French Connection, 1971). La adaptación de la novela homónima de Peter Blatty establece vasos comunicantes con el mundo antiguo: en la secuencia de apertura, el padre Merrin (un sombrío y cansado Max von Sydow) se enfrenta al mal simbolizado por el demonio Pazuzu en forma de escultura en Medio oriente.

La solvencia narrativa manifestada en The French Connection encuentra su mejor versión en las historias paralelas planteadas en El exorcista. La actriz Chris MacNeil (Ellen Burstyn) se encuentra filmando una película en Washington DC; su hija Regan, intenta dislocar su soledad con juegos imaginarios y pláticas con un amigo incorpóreo: Capitan Howdy. Friedkin se vuelve un artesano en su oficio, nos ofrece indicios y detalles que engrandecen la narrativa: después de un día de rodaje MacNeil regresa a pie, la banda sonora por primera vez acompaña el filme y los pasos de la actriz; antesala de un encuentro fortuito con el padre Karras (un abrumado y magnífico Jason Miller). Los diálogos inteligibles por culpa del paso de un avión, hacen que MacNeil observe desconcertada la figura apesadumbrada del Padre desde el otro lado de la acera.

Friedkin elabora el tejido de celuloide intercalando los dolores propios del padre Karras con los de MacNeil y Regan. Karras está sumido en la angustia por el aparante olvido en el que dejó a su madre y el cuestionamiento de su fe. La actriz busca controlar la soledad amorosa que su trabajo implica y Regan explora las transgresiones de la adolescencia a solas.

El mal se apodera de lo vulnerable, de lo débil y de lo inocente. Los orines de Regan en la alfombra de su fastuosa casa son el presagio de las posibilidades en las que su cuerpo se manifestará. El mal no escatima en su representación; no le importa estar escondido en los rincones para asustarnos intempestivamente: el mal es y permanece; se expande. El imaginario de Friedkin lo tiene claro y por eso, desde el principio, todo el mundo puede notar que algo va mal con Rex, las tinieblas de Friedkin son poderosas porque no se ocultan. El diablo ha tomado el cuerpo virgen de Regan y lo violenta para placer propio: un excelente trabajo de maquillaje logra dislocarnos en su violación, el vómito y las llagas.

MacNeil ha recurrido a los mejores psiquiatras de Washington para que curen la afección de Regan: es el tardío siglo XX y la ciencia puede descifrar el universo. Sin embargo, la naturaleza permanece arcana: el último recurso es un exorcismo, impracticable desde los tiempos del renacimiento. El Padre Merrin, experto en demonología y destinado a enfrentarse con Pazuzu viaja a Washington para reunirse con el Padre Karras y realizar el ritual. Friedkin vincula eslabones aparentemente disociados: Merrin, el representante de la fe y la fortaleza y Karras, un abandonado ateo lleno de culpa. Con una fotografía impecable, los símbolos se van desglosando finamente: El imperio de la luz, El LIbro de La Palabra, la Estola púrpura -guía de la vida eterna-,  el agua bendita -fuente de vida- y, por supuesto el verbo: conjuro de arcángeles para el auxilio del terrenal. El mal combate con la mejor arma que tiene: la inteligencia en la palabra. Una retórica que alude a los vacíos más dolorosos con los que no nos hemos reconciliado, con la culpa, la angustia y el odio que inútilmente bebemos a tragos secos. Fue necesario descender al El noveno círculo para regresar a Rex de las tinieblas, pero todo tiene un costo y dios lo sabe.

Friedkin articula El exorcista con una edición tan fina que se vuelve imperceptible. La banda sonora, (vanguardia inglesa y alemana) acompaña la atmósfera gélida y corrompida de la respiración de Rex y la búsqueda de la luz logrando un trabajo pulcro y transgresor, que más allá de representar un triunfo del bien, nos expone el sacrificio, el dolor y la pérdida para que por un momento, la luz cobre sentido.

Por Icnitl Y García (@Mariodelacerna)

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