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Mucho se ha hablado de lo “provocador” y “transgresor” de la película, siendo notorios los alborotos en los festivales de Rotterdam, Sitges y Morelia. ¿La película cumple con esas expectativas? ¿Qué busca o cuáles son sus intenciones?
Ricardo Pineda (@RAikA83): En principio me parece prudente apuntar que esas dos etiquetas han sido superadas por el humano mismo. A estas alturas del partido (afectados por una crisis social, financiera e ideológica como la que se vive a nivel local y global), decir que algo es “provocador” o “transgresor” me parece a todas luces un mero ardid publicitario. Bajo esa luz, Tenemos la carne no es ni de lejos provocadora o transgresora, tanto en su factura como en su discurso. Y eso podría asegurarse casi sin verla.
Con frecuencia vemos que el avance de una historia tiene un tono distinto al de la película, que el cartel es más pop que el contenido de la cinta, que sus canales de distribución se inclinan más hacia la seducción masiva que al contenido de nicho, etc. Las productoras, en su afán de que una película, la que sea, tenga una buena entrada, busca todas las variantes de seducción posible para que el público pague una entrada por verla. Sin embargo, esto a veces funciona y en ocasiones resulta en un rotundo “balazo en el pie”.
Se necesita ser alguien con una cultura cinematográfica bastante pobre o ser un individuo demasiado cándido como para ir a ver una película sólo porque nos la venden como “la más terrorífica del año” o como “la más grande producción jamás antes vista”. Conozco a muy pocos (por no decir a nadie) que promocionen con verdadera honestidad sus trabajos. Quien lleve más de cinco años viendo cine con mediana disciplina, no puede sentirse timado por este recurso. Es chocoso, como casi toda la publicidad. Cierto, eso no justifica que un festival me diga que Tenemos la carne es una cinta de terror, porque de buenas a primeras no la es, pero ésa no es responsabilidad de su creador. Antes de ver Tenemos la carne, me hablaron maravillas y pesadillas de la misma. Debo decir que todos esos juicios se esfumaron cuando la vi.
Me gusta pensar que Tenemos la carne no está prometiendo nada concreto en principio y eso es lo que le choca a cierto sector de la gente que la ha visto, eso es lo que les provoca y lo que los transgrede. Para mí, Tenemos la carne es más un ejercicio bastante lúdico, con licencias creativas y discursivas, que en ningún momento pierde el control. Tal como sucede en la literatura: se puede ser lo libre y disparatado como uno desee, siempre y cuando sepamos en dónde va el punto y la coma, amén sólo de no perder la unidad, por decir algo. En ese sentido, Tenemos la carne es un filme completo. ¿Un alboroto por las dislocaciones discursivas? ¿Por los genitales o las groserías? Vamos, las huestes conservadoras y las imposturas burguesas han estado ahí por décadas, que eso no fuera argumento de descalificación para con la cinta; eso sí sería una completa novedad.
Rafael Paz (@pazespa): Creo que la presentación a finales del año pasado en la Cineteca Nacional, gracias a la siempre ecléctica Masacre en Xoco, llegó cargada de expectativa de cierto medio que buscaba muchos clicks y poco se puso a investigar sobre las verdaderas reacciones provocadas por la película en los festivales internacionales. Incluso, sin checar las declaraciones que Emiliano Rocha Minter hizo durante el marco de Morelia, donde ya se notaba lo poco que le importaba darle un discurso estructurado a su película o explicarla al público. El estreno “comercial” no ha cambiado mucho ese punto.
Pineda apuntaba bastante bien que, a estas alturas del calendario, es de ingenuos esperar encontrar algo novisimo y transgresor en el arte. Sobre todo en el cine. La mayoría de las pelícuals que reciben esa etiqueta en un festival, tienden a ser beneficias por la falta de bibliografía de su primer público. Piensen en todas las películas de terror que pasan por el Festival de Cannes y reciben esa etiqueta sólo para terminar en fiascos (Está detrás de ti, por ejemplo), inflados porque dicho certamen le huye de manera recurrente al cine de género.
Tenemos la carne no es nueva por ningún lado, nadie está buscando el hilo negro, ni lo encuentra. Eso no quita que sea un producto bastante divertido, lleno de excesos y errores, como cualquier ópera prima. Me da la impresión que Emiliano y su crew sólo querían mezclas cosas que les gustan, saber si podían hacerlo y aprender algo en el proceso. Nada más y nada menos. El escándalo lo armaron otros.
Rodrigo Garay (@Rodrigo_Garay): En una ligera (no, ligerísima) discordancia con las dos opiniones que me anteceden, me gustaría apuntar un par de cosas.
La primera es que, a pesar de no cumplir la exagerada promesa de la polémica festivalera, Tenemos la carne sí tiene los rasgos de una obra pensada para provocar reacciones de diversos tipos mediante la agresión audiovisual (y es, por tanto, provocadora) y, aunque su visión de la naturaleza humana es demasiado infantil como para alcanzar la transgresión verdadera, es fácil suponer que habrá bastante gente que no saldrá muy tranquila de la sala de cine. Me queda claro que, si uno ya ha pasado alegres veladas en Macabro viendo las voraces fauces vaginales de Tokyo Gore Police, la ópera prima de Emiliano Rocha Minter resulta más pudorosa de lo que podría reconocer la prensa sensacionalista. Sin embargo, hay todavía un público disperso, joven (y he conocido a un par de excéntricos que lo conforman), que en pleno siglo XXI no tolera ver genitales en primer plano (ya ni hablar del incesto o de la menstruación). No sé de dónde salieron personas tan sensibles, pero ahí están, y podrían ser fácilmente contagiadas por la adjetivación colectiva de sus redes sociales, perpetuando el falso escándalo que inició la campaña publicitaria. Ya nos estaremos riendo cuando Buzzfeed la considere en su lista de “10 películas mexicanas que te harán vomitar” o, en un escenario más probable, cuando se le cuelgue la etiqueta de “cine de culto”.
Segundo: coincido en que el próposito de Tenemos la carne está comprendido en el sentido lúdico. La propuesta que Noé Hernández le hace a los dos hermanos protagonistas es la que el director le hace a su público ideal: hay que entrar en el juego del ruido y el exceso de las bacanales. Aflojarse la corbata durante 80 minutos. Y ya. Que la intención principal de la película se vea interrumpida de vez en cuando por penosos intentos de alegoría pseudopolítica (el canto del himno nacional antes del sacrificio de un personaje que se llama MÉXICO me dio una crisis de pena ajena) no le quita el ímpetu a lo que claramente fue realizado con emoción y divertimiento.
JJ Negrete (@jjnegretec): La transgresión es una cuestión de perspectivas y valores, relativos y complejos, pero nada parece indignar más que la ausencia de estructura, de intención o de lógica, que es mucho de lo que la película tiene. Como dice Rodrigo, su visión es completamente infantil, pero no de forma peyorativa, sino con un importante componente lúdico. El juego del niño es anárquico, irracional y carente de estructura y como adultos, solemos no prestarle atención ni darle mayor importancia, pero es una manera en la que se la da, o se le resta, sentido al mundo.
Cuando uno ve Tenemos la carne piensa que el director esta consciente de sus artilugios, que se ostenta a sí mismo como un brillante provocador o como un salvaje agente de caos a la complacencia burguesa, pero cuando vemos al director expresarse y “justificar” la película, entendemos que la película no es más que la extensión de un juego, un elaborado acto performativo como el que hace un niño al moldear largos penes y frondosos senos con plastilina, incomoda e inmediatamente se asoma la mano del adulto racional que castiga tan espontánea expresión escatológica, pero Emiliano Rocha Minter no es ningún niño, su meticulosa fotografía y sofisticado diseño de producción muestran a un esteta prometedor, pero no a un cineasta coherente o demasiado interesante, más bien lo veo como un fruto de su generación: estéticamente saturado, visualmente hiperactivo e ideológicamente disperso.
Lo cual me lleva a la siguiente pregunta…
¿Es este “accidente fortuito” o “cantinfleada”, como la describe su director realmente accidental o espontánea? ¿No hay intenciones detrás de la misma? Y si el no las da o se rehusa a hacerlo, como Carlos Reygadas o Nicolás Pereda, ¿alguien debería hacerlo?
@RAikA83: Hay quienes tildan el filme de pretencioso. Asumir tal postura sería afirmar un poco también que no hubo tal accidente espontáneo, que se poseía una “intención de la no intención” desde el inicio. Pero ya nos dijo Minter que no es el caso, y de la forma más honesta posible, la cual hace sentido entre la película y la articulación de las declaraciones de su director: “no sabía qué pero luego más o menos sí, al final nos gustó a todos, sabía que quería mostrar esto pero no de forma explícita…”
Minter se atropella, le cuesta argumentar y eso a la gente parece indignarle en la palestra pública. Aunque dejan la percepción de que les fascina en el interior, porque los hace sentirse más listos y seguros, como si su juicio de desdén hacia el filme estuviera siendo validado al ver hablar a su director… y sin embargo todo eso, para mí, está muy bien. Minter es un director jovensísimo que es como un adolescente al que le late el tamborazo a lo loco, y ya después pone un ojo distinto sobre eso. Eso me parece refrescante dada la repetición de argumentos predecibles, edulcorados o flojos que abundan en la producción nacional. Bajo esa luz, Tenemos la carne cumple sus expectativas, no las de la gente. ¿Arrogante y un tanto indulgente? Muy probable. Bien, en este caso.
Hay películas que son historias claras, otras que son ensayos o experimentos que nacen de una imagen o un recuerdo, que nacen de una novela o de un discurso claro. Existen otras que son también un balbuceo atropellado bien vestido, un caos estilizado o un sinsentido bastante estimulante. “No sé lo que vi, pero me gustó”. Parece que hoy en día importa mucho que no se hagan cosas así, porque entonces “qué desperdicio tirar recursos así”, sin poseer juicios sólidos, valores bien cimentados y un criterio genuino; no se vale ser un hueco que los demás puedan llenar con lo que sea (sí, el eterno dilema de la vasija, ”¡ay, no qué chafa!”).
El año pasado le preguntaron varias veces sobre el sentido de sus canciones al artista vasco independiente Emilio José. Siempre contestó lo mismo: “pregúntale a ellas”. Se comenta en baja voz, pero la parte de más flojera para los creadores es tener que “explicar” la obra, más cuando la gente “no entendió”. Soy del club de que el autor tiene la libertad de dar explicaciones o no, a placer. Tenemos la carne tiene la virtud de parecer un timo genial o una patada en la matriz muy deliberada. Por fortuna, no es ninguna cosa ni la otra… y sin embargo se mueve, funciona como unidad, al tiempo que tiene aciertos y momentos realmente divertidos, oscuros y poderosos también de forma aislada.
@Rodrigo_Garay: El diseño de la película está demasiado cuidado como para ser algo espontáneo. La dicción teatral del siniestro Mariano, la caverna sin un fallo en el masking tape, la cámara que gira en un eje perfecto con la estridencia de los tamborazos… Hasta el término “cantinfleada” suena a cómodo recurso de mercadotecnia. En una producción en donde los efectos y golpes visuales son tan vistosos como en ésta, queda más claro que el cine siempre es artificio y que lo accidental aparece en él más bien en brotes. Tenemos la carne no deja mucho espacio para esas extrañezas (lo cual no es necesariamente algo malo) e incluso es, tal vez de manera inesperada, sistemática; los personajes dicen lo que tienen que decir cuando lo tienen que decir, el sexo está estilizado a la Winding Refn y los elementos de violencia plástica llegan como acentos para liberar la tensión de las escenas más tranquilas —lo que demuestra que al asunto se le buscó un ritmo.
Las justificaciones, explicaciones y comentarios que se digan al respecto de cualquier película son fenómenos secundarios: en los mejores casos, ilustrativos, estimulantes o analíticos; en los peores, publicitarios y triviales. Creo que el cine no pide un intérprete, o, parafraseando a Walter Benjamin, que una obra sea traducible no significa que el deber de traducirla sea esencial. Lo que la crítica hace en discusiones como la que estamos llevando a cabo nutre a la propia crítica (y, con suerte, enriquece o motiva a los lectores), pero darle un significado a Tenemos la carne no es responsabilidad ni de Rocha ni de nosotros.
@pazespa: Coincido en varios puntos con Ricardo y con Rodrigo. Más que intentar colgarle intenciones o significados al ejercicio de Emiliano (que seguro los hay), debemos dejar que la película hable por si sola o se corre el riesgo de caer en la trampa de la que muchas veces es presa el arte contemporáneo: en ocasiones más ligado a explicaciones y justificaciones que al disfrute.
Tenemos la carne me parece más un ejercicio de posibilidades y alcances. ¿Se puede hacer x o y con los recursos que tenemos? ¿Cómo ejecutamos para que la escena se vea como en tal o cuál película? Hay una frase en Tropic Thunder que pronuncia el personaje de Robert Downey Jr. para referirse a su continuo cambio de personajes: él asegura que se siente como un pequeño niño jugando con su pene. Él como actor entra al juego porque quiere probar sus límites, como un furioso adolescente que descubre por primera vez su miembro y lo usa hasta agotarse. Tenemos la carne vive y fluye de manera muy similar. Ésa es su razón de ser.
Con el aval de Cuarón, Reygadas e Iñárritu, ¿será este el tipo de cine mexicano que veremos a futuro? Es decir, ¿podremos alejarnos del sociorealismo, del dominio del documental e inclinarnos hacia trabajos de una naturaleza más lúdica o de forma “más libre”?
@RAikA83: Como ya hemos expuesto, Tenemos la carne no es una panacea notable, ni para bien ni para mal. Lo que sí me parece es que es un ejercicio que desde su contexto, códigos y alcances viene a sumar, refrescar y a robustecer el panorama cinematográfico nacional, que de a poco ha dejado de ser identificado sólo por los extremos tremendistas o laxos. Como antes, aunque ahora con un abanico más amplios de recursos, el tema interesante es seguir refinando nuestra búsqueda para saber encontrar otro tipo de opciones que no se apeguen a las temáticas y estilos imperantes de siempre. Pero eso sigue siendo una tarea personal, subjetiva y acorde a el bagaje de cada espectador.
Lo que sí sigue siendo de una pereza brutal es que películas como Tenemos la carne sigan siendo calificadas, leídas y abordadas desde los mismos lugares y prejuicios de siempre, con estimaciones a priori enmarcadas en un cajón limitado de elementos evaluatorios. No me preocupa que impere la pornomiseria o la comedia facilona, lo que es de una abulia mayúscula es que se siga pensando que el cine “debe ser así” y que si sale de esas lindes ya es pésimo, inválido y hasta chafa. Hablar de cine, pienso, es también hablar de imaginación, lenguajes y posibilidades. Para mí, Tenemos la carne hace honor a eso desde una paleta de colores que abreva de un montón de símbolos y códigos del México actual y, eso, pienso, tiene una valía que dará para discutir los próximos años, sin duda alguna.
Rodrigo Garay (@Rodrigo_Garay): Lamentablemente dudo que películas así de atrevidas proliferen en los próximos años, pero el hecho de que Tenemos la carne haya llegado tan lejos (y todavía falta ver hasta dónde la lleva el público) es una muy buena señal. Aunque no le hagan competencia al cine rural o a los documentales “socialmente comprometidos” —ni hablar de las comedias románticas misóginas y clasistas que son el plato fuerte de nuestra filmografía nacional—, ya estamos viendo brotes de un cine más alegórico (como Plan sexenal) o que al menos quiere torcer un poco géneros muy convencionales (como Güeros o Mientras el lobo no está). Independientemente de qué tan completos o fallidos sean estos intentos en sus rasgos formales, analizables al infinito, son evidencia de una creatividad que fortalece a la industria y que nos da bastante de qué hablar.
Y así es como se podría ir arreglando de manera parcial el problema al que alude Ricardo: mientras más películas “inclasificables” podamos apoyar como distribuidores o exhibidores, y difundir como medios de comunicación, más podemos alejarnos de los conceptos rancios que tienen tapadas a la audiencia y a la crítica (o pseudocrítica) mexicana. Al menos en un espectro mínimo: la mayoría va a seguir prefiriendo su dosis mensual de Martha Higareda y de Karla Souza, pero, si por cada mil pantallas que pasan Power Rangers hay una proyectando Tenemos la carne, no se está tan mal en este país.
JJ Negrete (@jjnegretec): Creo que los hábitos de consumo de cine en México se ven favorecidos cuando, dentro del amplio menú que llegamos a tener en las carteleras, se incluye una opción como la de Rocha Minter. Aunque la gente no lo consuma se vuelve consciente de la presencia de propuestas cinematográficas que no responden a cánones fuertemente establecidos, pero, como apunta Ricardo, la presencia de insacudibles etiquetas prefabricadas, que ahuyentan en lugar de acercar, impiden aún más su visibilidad. No pretendo que a quien le disgustó la película la recomiende únicamente por ser diferente, sin embargo, el abordaje debe ser distinto: tender un lazo con el espectador y ampliar el debate, no cortarlo con tajantes sentencias.
Las grandes tradiciones del cine mexicano contemporáneo seguirán siendo tan solidas como lo han sido durante los últimos 20 años, pero esos esporádicos brotes que menciona Rodrigo resultan, cuando menos, esperanzadores y el reto será hacer que esas voces disonantes del consenso de producción puedan trabajar principalmente en México para robustecer el panorama a un público voraz e insaciable, hambriento de contenido. Coman frutas y verduras.