‘Aquarius’: Declaración de guerra

Hay una frase en Aquarius (2016), el segundo largometraje del director brasileño Kleber Mendonça Filho, que describe la fuerza en pantalla: “Prefiero generar un cáncer que padecerlo”. Clara (Sonia Braga), la responsable de esta consigna, mira con determinación a sus interlocutores y pelea por algo que, irónicamente, ha quedado en el olvido: la memoria. Nuestra historia.

Clara debe hacer frente a la asfixiante carrera inmobiliaria en Brasil en donde su presencia en “Aquarius”, un edificio de departamentos, es el impedimento para explotar una zona turística a costa de derribar muros, cimientos… lo físico, sí, pero también, al mismo tiempo, demoler la historia y los recuerdos de su hogar.

Con un dejo melancólico, Mendonça Filho va del pasado al presente por medio de una de las introducciones más eficaces del cine contemporáneo: rodeado de pura y genuina nostalgia, nos presenta a un Brasil muy lejano, uno en donde Clara celebra, comparte su música, baila con sus amigos, sus hijos, su amor, uno en donde se le rinde homenaje a la fortaleza femenina (la tía Lucía y la tía Clara), a la libertad. Con esta primera ambientación de finales de los años 70 y un diseño de producción que externa inquietudes en la primera media hora, es posible percibir los ejes rectores de la película: la mujer, la familia, la memoria y la pertenencia que, conjugadas, son los autores de la potencia visual y narrativa que irradia Aquarius.

En ese sentido, el espectador mira a través del zoom, un recurso que resalta emociones, situaciones y que alcanza su exquisitez cuando decide enfocarse en aquello que sostiene todos estos ejes: el rostro femenino. La escena de la noche de baile es la seducción, el divertimento, la segunda juventud en cuerpos que aún desean. Es así, como el estilo de Mendonça Filho acierta y demuestra cómo moverse entre las características formales y la historia que le interesa.

Con estos rostros femeninos se hace una declaración de guerra. La cámara admira el arrojo de Clara, pero, al mismo tiempo, obtiene un hermoso homenaje a las mujeres maduras que conservan la frescura y la vitalidad con una dignidad abrumadora, una que no olvida y no prohíbe el disfrute de la sexualidad, el coqueteo, la autodeterminación, una declaración de guerra al tabú que elimina la humanidad de una persona, especialmente en mujeres, después de cierta edad.

Para lograr esto, las decisiones formales del director brasileño encuentran su mejor vehículo en el trabajo actoral de Sonia Braga, un despliegue de talento que da vida a un personaje que representa todo lo contrario a lo esperado en una mujer. Clara y Sonia son la actitud insurrecta, extraña pero necesaria ahora, en pleno siglo XXI en donde el reconocimiento a lo femenino es un ser que agoniza.

Así, Aquarius es uno de esos raros y únicos documentos audiovisual que, instalados en la ficción, recupera todos estos tiempos y con maestría, los condensa en dos temas inherentes a nosotros: la condición femenina y la depredación (inmobiliaria o de cualquier otra índole) en Brasil y en toda América Latina. Temas en apariencia poco relacionados pero que aportan una distancia que el director usa para penetrar en las imposiciones, en la coerción: la soledad, la metáfora del vacío, del desalojo cuando, al envejecer, se niega la voz. El departamento y la codicia de arrebatarle su historia es la representación de lo que atraviesa Clara cuando su entorno le pide que abandone y olvide el enfrentamiento con la inmobiliaria.

Y la respuesta es no. Lo único que puede hacer es proteger sus recuerdos sin importar ir contra corriente. Si bien Aquarius no es la primera ni la única película que elige el brío femenino, es claro que en ella están otras figuras del cine como, por ejemplo, Anna Magnani con Pina en Roma, ciudad abierta (1945), mujeres que, con un carácter particular, son parte de momentos quiebre de su sociedad. Aunque algunos de estos ejes son palpables y obvios, esta obra se distingue por sostener con destreza universos en un sólo personaje.

Una casa es algo más que concreto y pintura, es el espacio en donde se reúnen varias generaciones para compartir y heredar historias. Cuando Clara descubre el daño, sabe que es momento de actuar. La declaración de guerra está lista. Ahora toca vivir, no padecer.

Por Arantxa Luna (@mentecata_)

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