La producción cinematográfica ha mirado en años recientes con renovado interés la desigualdad social y ha capitalizado favorablemente con ella, ya sea generando saludables números de taquilla o valiosos niveles de prestigio. Películas como Us (Jordan Peele, 2019), Bacurau (Kleber Mendonça Filho & Juliano Dornelles, 2019) o Parasite (Bong Joon-ho, 2019), por mencionar dos casos recientes de enorme popularidad, se construyen, casi de forma literal, sobre relaciones y estructuras verticales de poder, así como la gratificación obtenida de ver que, a través de visceral violencia, se alcanza la horizontalidad.

El menú (The Menu, 2022), la primera incursión en el cine del director Mark Mylod, quien ha dirigido capítulos para series como Succesion o Game of Thrones, bien podría tomar como base la idea central en la que el sociólogo francés Pierre Bourdieu basa su libro El sentido social del gusto:

El gusto es una práctica que tiende a reproducir las relaciones sociales de desigualdad.

La película es básicamente una pieza de cámara, estructurada en capítulos nombrados por el platillo a degustar, en la que un grupo de personajes se reúne para degustar la singular experiencia culinaria ofrecida por el ultra prestigioso Chef Slowik (Ralph Fiennes) en una remota isla a la que solamente un selecto grupo de personas tiene acceso. El prestigio alcanzado por el restaurante del chef es tal que se realiza algo parecido a un proceso de admisión para poder obtener una reservación. Es en este contexto que un grupo especial de comensales tendrá la oportunidad de experimentar una sesión única a cargo del chef, quien no cuenta con la emergente presencia de una joven (Anya Taylor Joy) que pondrá en jaque la minuciosa planeación de la velada.

The Menu está construida con un mecanismo similar al de las series televisivas en las que Mylod ha trabajado, tomando como eje constantes giros narrativos, junto a una afilada y punzante verborrea, que hacen de series como Game of Thrones y Succession tan resonantes éxitos entre la audiencia. Afortunadamente, la película no está planteada como el piloto de una serie de televisión o el inicio de otra franquicia, sino como una sola pieza, tan íntegra y sólida como un fino corte de sangrante carne. Se trata de entretenimiento que no usa el gusto para mofarse, sino para defenderlo de los farsantes que lo han usurpado y que lo han convertido en un costoso ítem de status.

Los comensales invitados están en esa sesión en particular por diferentes razones y exponen un mosaico representativo de una elite peculiar que merodea en los ámbitos de la alta cocina o cualquier lugar que se precie de tener “altura”. Desde los comensales recurrentes que convierten el lujo en una vulgar costumbre, pasando por los patéticos y advenedizos que desean fervientemente ganar el respeto de sus héroes (un estupendo Nicholas Hoult) o los híper pomposos críticos culinarios (Janet McTeer) más crípticos que un deleuziano, hasta quienes, a través del fraude y el abuso, han logrado hacerse de cuantiosas sumas de dinero.

menu002

El proyecto también hace escarnio de las estructuras de poder y rígida jerarquía de la cocina, dinámicas a las que la audiencia se ha acostumbrado gracias a innumerables programas de cocina que se edifican sobre la idea de un “chef tirano” (diferentes variaciones del personaje creado por Gordon Ramsey) y el desaforado sentido de control que buscan ejercer sobre su personal. Quizás el punto más fino de la película en ese sentido sea la aguda interpretación de la actriz Hong Chau, quien interpreta a una hostess cuya diligencia y amabilidad no son en absoluto confortantes, sino desquiciantes y finamente perturbadoras.

El Chef Slowik, encarnado con la flemática presencia, garbo y densidad específica de Ralph Fiennes, busca dignificar la alta cocina por lo que representa y, en la película, él parece avergonzarse de la forma en la que se ha desvirtuado al servicio de una poderosa y asfixiante maquinaria económica. El goce por la comida, así como cualquier otra arte, busca redimirse a través de la destrucción de sus comensales. Aunque la única “deconstrucción” aquí, es la de ciertas dinámicas de clase y no la de ningún platillo. El “gusto” pretende ser devuelto a las cosas más básicas y alcanzables. Es ahí donde la película pone una apuesta política que, inevitablemente, cede al espectáculo.

A pesar de que las observaciones de la película sobre dichas dinámicas pueden ser en ocasiones tan superficiales y nimias como aquellos a quienes busca poner en evidencia, al menos no comparte el rampante cinismo ni la falsa ironía de The Triangle of Sadness (Ruben Östlund, 2022), aunque ambas sean igualmente “entretenidas”. Si la lucha de clases se ha convertido en un concurrido espectáculo, desbordado y excesivo en el caso de Östlund, mientras que sucinto y bien ajustado en el caso de Mylod, motivado por la destrucción de la etiqueta y la clase, ésta habrá de continuar siempre que haya algo que “satirizar” y el gusto no sea algo a recuperar y reivindicar por camino del arte y la belleza, sino arrojar al fuego vivo como un sinónimo incontestable de elitismo.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

    Related Posts

    Renfield y el absurdo de Drácula
    La ballena, honesta humanidad
    ‘Pequeña gran vida’: Maquetas distópicas
    ‘John Wick 2’ y el slapstick moderno
    ‘Fragmentado’: Otro universo compartido comienza
    ‘Lego Batman’: La pieza oscura comienza, regresa y asciende