72 Muestra | El silencio de la batuta: TÁR

Una de las secuencias centrales de Tár (2022) expone en términos explícitos cuál es la visión y relación que la directora de orquesta Lydia Tár (Cate Blanchett) quiere tener con el arte: que éste someta y domine a la persona y todo lo que la construye. En pocas palabras: rendirse al arte, independientemente del credo o acciones de aquel que lo produce. Dicha secuencia involucra la ridiculización de un estudiante en la prestigiosa academia Julliard, quien reniega de la música de Bach por considerar ciertas elecciones de su vida personal muy cuestionables. El cineasta Todd Field, en lugar de sumarse al contundente credo de su protagonista, más bien toma una posición neutral, una que evade una elección que pueda generar polémica y decide hacer una película segura, cómodamente asentada en una convencionalidad que se disfraza de audacia y al igual que el resto de los personajes de la narración, no se rinde al arte, sino al personaje.

Lydia Tár es Cate Blanchett y Cate Blanchett es Lydia Tár, así como ambas son el elemento que hace que la autoría de la película, si es que se puede hablar de una, pertenezca mucho más a su actriz protagonista que a su director. Tampoco hay que pensar que Field hace un trabajo deficiente o indigno, al contrario, es un cineasta competente con un interés particular por el melodrama, como dan fe de ello sus trabajos anteriores (In the Bedroom, 2001; Little Children, 2006) pero a diferencia de cineastas como Douglas Sirk o John M. Stahll, Field no es en absoluto un formalista del melodrama y es ahí donde se abre la brecha más importante entre la película y su personaje central, incluso hasta diluir en la irrelevancia su moraleja sobre las redes sociales y la cultura de la cancelación, uno de los aspectos menos interesantes de la película y que fue explorado con mayor fortuna en Arthur Rambo (2021), de Laurent Cantet.

La directora de orquesta está presente prácticamente en cada cuadro de la película, que está concentrada únicamente en escucharla más no en responder a sus invitaciones a la osadía, el rigor y la total sumisión al arte. Más bien, lo que hace Field es “interpretar” decorosamente acordes y notas de otros cineastas como Olivier Assayas (The Clouds of Sils Maria , 2014; Personal Shopper , 2016), Jonathan Glazer (Under the Skin , 2013) e incluso el tailandés Apichatpong Weerasethakul (Ra ti kon kaen , 2014; Blue , 2018). Tár no aspira al virtuosismo de su protagonista, se asume incapaz de alcanzarlo y se conforma en simplemente brindarle un espacio lo suficientemente amplío, sofisticado y seco para que ella proceda a llenarlo.

Si los espacios son tan amplios y la gran mayoría de las escenas filmadas en planos generales o americanos, es porque la amplitud de Cate Blanchett necesita dicho espacio. Hay que aclarar que en este caso, amplitud no es necesariamente un cumplido, sino meramente la descripción de lo que la actriz australiana trata de hacer en la película: una expansión de su propia figura artística, literalmente un performance aún más plural y diverso que sus múltiples interpretaciones en Manifiesto (Julian Rosefeldt, 2015), que curiosamente también funge como ejemplo de la forma en la que la actriz eclipsa a la película misma con su grandilocuencia.

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Aunque la película, después de un brevísimo prólogo, inicia con los créditos completos que duran aproximadamente cuatro minutos, como se hiciera en una presentación de la orquesta antes del inicio de un concierto o recital, la figura de la actriz/directora de orquesta se cierne ominosa sobre todo lo demás. Tanto Lydia Tár como Cate Blanchett comparten un estatus único dentro de sus respectivas disciplinas, sus seguidores se deshacen en loas y agotan adjetivos para tratar de describir su grandeza y aunque ninguna de las dos son “creadoras” per se, comparten el hecho de ser un flamante canal a través del cual se vierten creaciones ajenas, en el caso de Tár, las obras de distintos compositores; y en el de Blanchett, los personajes trabajados en colaboración con guionistas y cineastas.

Un momento muy bello de sincronía entre ambas sucede cuando Tár busca transmitirle a su orquesta la forma en la que quiere que ciertas partes de la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler tengan una resonancia distinta, e incluso, si es necesario, que la percusión tome la distancia física necesaria para lograr el sonido deseado. Los gestos y la sonrisa de satisfacción que esboza la directora de orquesta en ese momento son aún más contundentes en el rostro de Blanchett, es francamente difícil imaginar que podría haber otra forma en la que Lydia Tár pudiese existir si no es en la piel de Cate Blanchett.

Es así como Lydia Tár es una amalgama de tics, expresiones, movimientos, actitudes, inflexiones, cadencias y tonos de casi todos los roles anteriores de la actriz: el porte andrógino de su Bob Dylan de I’m not there (2007), la melancólica vivacidad de su Carol (2015), la espiral descendente a la hebefrenia de Blue Jasmine, (2013), la imponente regalidad de sus reinas Elizabeth (1998; 2007), el aura inalcanzable de su Galadriel (Lord of the Rings, 2001-2003), la delicada gracia y fuerza física de su Daisy en The Curious Case of Benjamin Button (2008), y el agudo y corrosivo ingenio de su Katherine Hepburn en The Aviator (2004). Con todo esto encima, quizá lo único que impide que el personaje se diluya en el barroquismo es que Blanchett ejerce sobre su repertorio de instrumentos actorales el mismo control que Tár sobre su orquesta.

Basta con observar la forma en la que la batuta corta el aire, tomada en un contrapicado, para entender que la película es incapaz de contener a la actriz, incluso ella en ocasiones es incapaz de contenerla, hasta que aparece a cuadro la intérprete alemana Nina Hoss, quien encarna a su esposa y funge como un extraordinario catalizador –tanto para Lydia como para Cate– que permite canalizar la grandeza hacia un fin específico y que en su ausencia, se desmorona bajo el peso de su propio mito. Por ello, independientemente del virtuosismo, el arte es un proceso colaborativo sin excepción, sea con medios materiales o humanos, y aún con todo su avasallador talento, ni Lydia Tár ni Cate Blanchett pueden hacer que una película sea excepcional por sí solas. No es casualidad que en una orquesta el instrumento más poderoso sea el más silente: la batuta.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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