Cabos | I Love My Dad, sin manual de paternidad

Franklin (James Morosini) es incapaz de recordar un momento feliz junto a su padre. Su relación, al menos en lo que corresponde a sus memorias, está llena –como podemos escuchar a lo largo de los créditos iniciales– de fallos, errores, mentiras y muchas otras artimañas empleadas por Chuck (Patton Oswalt) para justificar sus incapacidades como figura paterna. Ante cada excusa, se presenta un pretexto cada vez más elaborado.

Por eso al inicio de I Love My Dad (2022), el hijo ha decidido cortar todo contacto con su progenitor, incluyendo las redes sociales, su último resquicio. Sin embargo, Chuck encontrará una nueva avenida para mantenerse cerca de su muchacho: inspirado por la amabilidad de una mesera, Becca (Claudia Sulewski), crea un perfil falso robándose unas cuantas fotografías y consigue iniciar una “amistad” con Franklin. ¿Qué podría salir mal?

La anécdota de la que parte el segundo largometraje de Morosini –después de Threesomething (2018) y tomando como base su propia historia familiar– hace eco de otras narrativas similares, en las que uno de los padres busca redimirse tras años de complicaciones, y que van desde productos cargados de melodrama, a la Kramer vs. Kramer (1979), hasta la acción casi proletaria, como lo intentó Sylvester Stallone de la mano de Menahem Golan –el de la legendaria Cannon– en Over the Top (1987).

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Se podría decir que I Love My Dad es la versión más freudiana de Mrs. Doubtfire (1983). Si en aquella Robin Williams se transformaba en una adorable anciana para mantener la relación con sus hijos, aquí la reprobable figura paterna se sublima en una atractiva joven digital creando una serie de perturbadores dilemas –emocionales/sexuales– propios de nuestra frenética modernidad a los que Morisini no teme acercarse y empujan a esta comedia a un muy particular –en ocasiones incómodo– humor negro.

El resultado evitar ser un capítulo más de Catfish: The TV Show (2012-) –el programa de televisión derivado del documental homónimo del 2010– o la secuela de The Tinder Swindler (2012) gracias a la actuación de Oswalt, quien pone en primer plano las carencias afectivas y los rasgos más desagradables de Chuck sin excusarlo, terminando por convertir dichas características negativas en una fuente de empatía para la audiencia.

Vaya, la vida no incluye manuales de paternidad.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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