‘El expreso del miedo’: Lucha de clases en un riel

El cine ha retratado constantemente la lucha de clases sociales en varias de sus historias. Desde ejemplos comerciales como las distópicas Elysium (2013) o Los juegos del hambre (The Hunger Games, 2012-15), donde los sectores más marginados se rebelan ante la ostentosa vida que llevan los más privilegiadas, hasta títulos más clásicos como ¡Qué verde era mi valle! (How Green Was My Valley, 1941) o El cuidadano Kane (Citizen Kane, 1941); el cine ha procurado crear una reflexión sobre la desigualdad que existe en el mundo. Incluso Titanic (1999) bien podría servir como un ejemplo más azucarado en la secuencia del hundimiento, en que los botes salvavidas están reservados únicamente para la gente más adinerada.

Algunas de las películas apuestan más por la reflexión y el guión, otras lo hacen por el aspecto visual y hay unas cuantas que logran un acertado balance. El expreso del miedo (Snowpiercer, 2013) consigue un casi logrado equilibrio entre ambas al ofrecer un despliegue visual elegante y a la altura de las mejores producciones cinematográficas contemporáneas, pero a la vez posee un acertado guion que, si bien no es del todo contundente y pierde fuerza en ciertos momentos, también contiene elementos muy destacados que despiertan una reflexión profunda en la audiencia mientras visualiza la historia.

La premisa es simple: una glaciación (acertado incluir el componente apocalíptico) obliga a los habitantes sobrevivientes a pasar el resto de sus días en un tren en movimiento, el cual alberga las distintas clases sociales divididas en diferentes secciones. Los que se ubiquen pegados a la cabina del conductor gozarán de más privilegios, mientras que las próximas a la cola del tren vivirán en las condiciones más marginadas, sin mencionar que serán constantemente abusados por la burguesía sobre ruedas para que estos últimos puedan seguir llevando una vida de lujos.

El aspecto técnico de la película es sumamente destacable, desde la fotografía hasta el montaje, pasando por la cuidada edición, la banda sonora también acompaña acertadamente lo que se despliega ante nuestros ojos en pantalla. Asimismo, la acción de la película es bastante mesurada, de modo que pueda haber espacio para que el guión despliegue los momentos de reflexión, pero cuando la acción se presenta lo hace de un modo bastante elegante y enérgico, regalándonos escenas bastante bien ejecutadas que no tienen desperdicio, alejando el filme de la categoría de “película palomera del montón”.

Su debilidad se encuentra en que a pesar de que el filme pone varias reflexiones y temas pertinentes sobre la mesa, no ahonda en ellos y no le saca jugo al gran potencial que tienen los temas que abordan, quedándose en un filme que no quiere cruzar la línea del entretenimiento y se queda con las ganas de ser una película más sustanciosa como en su momento lo fueron Matrix (1999-2003) o Inception (2010). Su final, aunque acertado y con ciertas dosis de emoción, carece de la energía presente en el arranque y cuerpo del filme (además de que esa imagen del oso polar parece financiada por Coca Cola), por lo que a algunos no les dejará el mejor sabor de boca.

El expreso del terror es una dosis de adrenalina con la que el público podrá reflexionar algunas cuestiones mientras acompaña a un destacado ensamble de actores en una lucha de cases sociales en movimiento y a una velocidad vertiginosa.

Por Víctor López Velarde Santibáñez (@VictorVSant)

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