El clóset imperfecto: ‘El lugar sin límites’ de Ripstein

Resulta curioso ver cómo a lo largo de su carrera cinematográfica, Arturo Ripstein es uno de los directores mexicanos que mayor polarización despierta. Sus detractores siempre arguyen un estilo cansado y repetitivo o se quejan de su visión particular de México, entre otras cosas. También hay acólitos de casi todo el cine del director de El imperio de la fortuna (1987).

Sin embargo, el cine de Ripstein es inevitable, a veces insufrible, otras tantas bastante regular, y en ciertos casos, realmente sublime, como lo es El lugar sin límites, una de sus grandes, obras estrenada el 28 de abril de 1978.

Traigo a colación la polarización que genera Ripstein, siendo que en su amplísima filmografía se encuentran personajes llenos de matices, historias diversas y polifórmicas dentro del cosmos estético del autor de Principio y fin (1993), que inevitablemente, en una carrera de cerca de 40 películas, resulta hasta saludable que no todas sean geniales y muchas otras figuren como innecesarias. Pero apreciar el cine de esa manera resulta un tanto baladí. Lo que nos trae aquí es una película que, a la distancia, parece mentira que haya sido transgresora en su momento.

El lugar sin límites tiene muchos puntos a favor para ser considerada una de las cinco mejores películas de Ripstein. Es, a mi ver, una obra sólida, casi redonda, en donde los elementos se encuentran funcionando de forma unificada, como posteriormente veríamos con menor eficacia en otras cintas. El lugar sin límites es grande por varias cosas:

La historia es original del libro del escritor chileno José Donoso, quien fuera considerado en su momento el narrador chileno más trascendente en Hispanoamérica (claro, antes que Roberto Bolaño existiera en el mapa), en buena medida por esa maravilla de texto que es El obsceno pájaro de la noche. Sin embargo, El lugar sin límites, novela publicada en 1967, es considerada como un trabajo menor del autor, hecho que no impidió despertar la curiosidad de Ripstein para filmarla.

El guión lo escribió Ripstein a cuatro manos, con la ayuda de José Emilio Pacheco, quien colaboró con el director de La viuda negra (1977) en muchas de sus mejores películas: El castillo de la pureza (1972), El santo oficio (1973), Foxtrot (1975) y ésta.

La historia entraña simbolismos bíblicos a lo sórdido, de esos que le fascinan al autor de El jardín del evangelio de las maravillas (1998), incluso las alegorías en la obra de Donoso son más claras en cuanto a una desconfguración dantesca del infierno en la Tierra, a través de la historia central: Pancho (un estupendo Gonzalo Vega en plena forma y versatilidad actoral) es un machito pueblerino, ex consentido de un hacendado venido a menos y cliente frecuente del prostíbulo en donde trabajan La Japonesa (Lucha Villa), La Japonesita (una muy bonita Ana Martín) y La Manuela (grandioso Roberto Cobo, de travesti perfectamente ambiguo), quien está ligeramente encandilado con el Pancho, fortachón violento del pueblo del Olivo (en realidad es Querétaro).

La cinta también tiene buenos gags de Carmen Salinas (antes de cansar el chiste) y Fernando Soler. Si bien hay elementos que conformaron el estilo reiterativo de Ripstein (tono parco y momentos sexuales dramáticos), también vemos una naturalidad y comunicación muy definida entre los dos personajes principales que son el centro de la acción y la controversia: Cobo y Vega.

En apariencia vemos una historia sencilla con una crítica al machismo bastante clara: Pancho muestra sus dudas sexuales con la Manuela cuando se alcoholiza, y lo que es rabia, venganza y falo erecto en un principio, de a poco se revela evidentemente como vitrina de la inseguridad, el miedo y la frustración. El asunto, en realidad, es más complejo de lo que parece: a Pancho no le calienta el hecho de haber perdido buena relación con Don Alejo, el hacendado del pueblo, derivado de sus impagos de la camioneta, sino que éste fue patrón de su padre en el pasado. Don Alejo obligaba a Pancho a acompañar a su hija-ya muerta en sus prácticas y juegos de niña. Ante la humillada por parte de su cuñado, su sentimiento constante de fracaso y su gusto genuino por Manuelita, quien baila y se atavía como las grandes, revientan de forma terrible cuando se mezclan con el alcohol, derivando en un terrible desenlace.

La película fue galardonada con tres premios: un Ariel de Oro como mejor película, uno de Plata a Roberto Cobo como mejor actor, y el Premio Especial del Jurado para Ripstein en el Festival de San Sebastián.

Quizás El lugar sin límites da al traste con ese México que no le gusta ver en el cine a los modernos: triste, pobre, jodido en muchos sentidos, con los nacionalismos inevitables (canción ranchera, incluida) y con ese tufo a provincia que resulta insufrible para muchos. Lo que tal vez no gusta es que el tráfico de influencias, impunidad, homofobia y la presión social sobre los roles que cada individuo debe asumir parecen vigentes aún. El lugar sin límites es una película que ofrece diálogos y lecturas vigentes sobre muchos aspectos del cosmos mexicano, aun a 37 años de distancia.

Un travesti muy macho, un macho que se deleita poniendo en duda su propia hombría, una Japonesa triste y enamorada, un pueblo que bien puede ser un país y una de las mejores películas mexicanas jamás filmadas.

Por Ricardo Pineda (@Raika83)

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