La familia necesita enemigos para reafirmar su fuerza como la más poderosa institución social y, cuando menos en el imaginario del melodrama mexicano, el deseo sexual es uno de los preferidos para probar, de la forma más ruin, que no existe amenaza para su incuestionable poder. Todo lo que pretenda vivir fuera de sus alcances representa un peligro, como la presencia de un insecto parece ser la promesa de una plaga. Así perciben a Susana (Rosita Quintana) las mujeres del rancho al que llega a pedir posada una lluviosa noche, recibida por los hombres, no como un acto de caridad, sino de rampante lujuria. Su llegada viene acompañada de signos de mal agüero, como una yegua que cae enferma.
Luis Buñuel inicia Susana: carne y demonio (1951) con una escena que podría ser el final: una joven mujer es llevada, entre forcejeos y gritos, a una celda de castigo ubicada en el sótano del reformatorio estatal. Desconocemos su crimen, pero lo intuimos únicamente por su belleza y fiereza. Una vez dentro, la mujer llora desconsoladamente al tiempo que una torrencial lluvia cae fuera. La mujer se arrodilla ante las sombras de los barrotes que forman una cruz y pide a Dios que su naturaleza, semejante a la del alacrán o la víbora, pueda habitar el mundo con la misma libertad que dichas criaturas. Los mismos barrotes con los que invocó una fuerza divina son los que le permiten a la mujer escapar del reformatorio. Este escape de los avernos es un designio divino, una especie de milagro que se verá truncado por una peculiar pesadilla: los valores que defendía el melodrama mexicano.
Más que denunciar una “doble moral” anclada en la noble institución familiar, Susana se ostenta como una apasionada defensa de la amoralidad de la naturaleza. Los insectos, sin dejo de connotaciones negativas, desconocen todo precepto moral y se constituyen como criaturas completamente libres, quizás uno de los rasgos que atrajeron a Buñuel a la entomología amateur. En ese sentido, Susana (Rosita Quintana) es el personaje más libre de la película, y por lo tanto, el que está condenado a ser tan anhelado como castigado, no muy distante de la divinidad misterioso visitante de Teorema (Pier Paolo Pasolini, 1968).
Tomando cierta distancia de la película original The Squall (1929), dirigida por el prestigioso productor británico Alexander Korda, Buñuel reafirma la noción burguesa de la familia que sobrevive en la supresión del deseo, que aquí toma la forma de la tersa piel de Susana, que constantemente busca mostrarla para seducir a los hombres, particularmente al patriarca con nombre de matriarca, Don Guadalupe (Fernando Soler). De una ambigüedad velada, la película de Buñuel resulta aún más incisiva considerando que fue el proyecto que siguió al éxito y controversia de Los Olvidados (1950), obra por la que muchos pidieron la expulsión del cineasta aragonés de México, voces inquisitivas que encuentran eco en el personaje de Felisa (una estupenda María Gentil Arcos) cuya necesidad de ver a Susana castigada es llevada al punto de la brutalidad en su faceta más fetichista: latigazos propiciados de una devota madre (Matilde Palou) a la seductora.
Susana: carne y demonio finaliza con una secuencia que podría verse en un tono irónico y, quizás, hasta fársico. Después de la lluvia y la noche con sus altos contrastes que poblaron casi toda la película, la escena final abre con un resplandeciente sol entre dos nubarrones. La escena siguiente anuncia la partida del padre, avergonzado por su “crimen” y posteriormente redimido por la costumbre. Doña Carmen (Palou) pregunta a su hijo (Luis López Somoza) si no esperará a su padre a desayunar, invitándolo a sentarse a la mesa. La fractura del deseo se repara en un acto de poder y la vergüenza se convierte en vigor, acentuado por los comentarios de Felisa: “Hay que ver qué gloria de mañana, parece un baño de cielo. No hay ni moscas”. Hasta la yegua que hace un día agonizaba, esa mañana amanece rozagante.
Buñuel parece estar consciente de que el melodrama procura una dicha perversa sin necesidad de subvertir sus reglas y códigos y como buen entomólogo aficionado, lo único que tiene que hacer es observar y registrar. Ponzoñosa desde su génesis, como los alacranes o las víboras que Susana invoca al inicio de la película, la familia se mantiene unida en el castigo, no de las víctimas del deseo, sino de la libertad de sus agentes. El miembro más importante de la familia es el que no se ve.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)