El cine como se ve hoy en el CCU

Foto: Mariana Mier (@marianayayaya)

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Entre 1976 y 1980, bajo la dirección de los arquitectos Arcadio Artis Espriú y Orso Núñez Ruiz-Velasco, se llevó a cabo la construcción del Centro Cultural Universitario de la UNAM. Con el paso del tiempo, este espacio (sede, entre otras, de la reconocida sala de conciertos Nezahualcóyotl), en el que convergen las más variadas manifestaciones artísticas (dígase conciertos, exposiciones, obras de teatro, danza, talleres, cursos…y cine, (of course!) , se ha convertido en uno de los puntos de referencia más importantes del quehacer cultural en la Ciudad de México.

Para el caso que nos ocupa, las salas de cine José Revueltas y Julio Bracho (inauguradas en 1980) se han caracterizado, desde siempre, tanto por el equilibrado balance en su programación entre las obras del llamado cine de autor más reconocidas y las propuestas más vanguardistas, como por los, a veces, no tan estimulantes senderos por los que estos recintos han transitado a lo largo de su historia.

Y es que, tal como era el común denominador en prácticamente todas las salas de cine del país durante esos años, la experiencia de ir a ver una pinche película en las salas del CCU, si bien por un lado resultaba muy enriquecedora intelectualmente, por el otro, terminaba siendo lo más cercano a un ejercicio de masoquismo en estado puro para todos aquellos espectadores deseosos de encontrarse con una opción diferente a la de las salas comerciales, esto debido a lo mucho que dejaban que desear estos recintos en el aspecto técnico, gracias a la notable falta de pericia de los cácaros en turno (quienes tiro por viaje la cagaban a la hora de ajustar las lentes del proyector, lo que daba como resultado que no hubiera una sola película que no pareciese llamarse Cabezas Cortadas), el pésimo sonido, las continuas fallas del sistema de proyección, y la metálica incomodidad de las butacas.

La cosa pareció mejorar un poco a mediados de los 90, cuando las salas fueron remodeladas con nuevos asientos un par de grados menos incómodos que los anteriores y la incorporación del sistema de sonido Dolby Stereo, aunque, eso sí, salvo ese par de detalles, la incompetencia de los chingados operadores continuó haciéndose evidente en cada función.

A principios del año 2010, con motivo del 50 aniversario de la Filmoteca de la UNAM, se hizo el anuncio de una nueva remodelación tanto de las instalaciones que albergan la propia Filmoteca, como de las salas de cine del CCU. Con un presupuesto inicial aproximado de 17 millones de pesos, las obras dieron inicio a mediados del 2010 con miras a quedar finalizadas al termino de ese mismo año. Pronto se hizo patente que el proyecto no quedaría concluido en el plazo anunciado inicialmente, por lo que se fijó una nueva fecha, durante las festividades (en abril del 2011) del libro y la rosa. Sin embargo, comenzaron a darse aún mas retrasos, según señala Guadalupe Ferrer (la actual directora de la Filmoteca de la UNAM) debido a problemas de audio y con el alcantarillado del lugar. (Con todas las apestosas consecuencias que esto implica.) A las dos salas ya existentes se sumó una tercera, la Carlos Monsiváis. Por fin, tras un año y medio de remodelaciones y un costo final de 23 millones de pesos, las instalaciones quedaron listas, reiniciándose las actividades paralelamente con la segunda edición del FICUNAM.

Desde el punto de vista tecnológico, el resultado no es ninguna decepción; las tres salas, sobriamente decoradas, lucen ahora con butacas nuevas tipo avión (bastante cómodas, por cierto) una pequeña área para conferencistas, elevadores para sillas de ruedas, sistema de sonido envolvente digital con certificación THX, salidas de emergencia, así como puertas aisladoras de audio y sistema de subtitulaje electrónico, no teniendo nada que envidiarles a los complejos Multiplex.

Los recintos están unidos por un lobby común (pintado de un color indigo muy pinche coqueto) el cual servirá para futuras exposiciones, en el que se pueden apreciar, entre otras curiosidades, una copia de la certificación otorgada por la UNESCO a Los Olvidados de Buñuel, así como una muestra de souvenirs (camisetas, encendedores, morrales, tazas, DVDs, étcetera), además de una pequeña cafetería. (Algo que no deja de llamar la atención, debido a que, como siempre en este lugar, se encuentra terminantemente prohibido introducir alimentos y bebidas al interior de las salas, con todo y que las butacas cuentan con porta vasos para tal propósito.)

Foto: Mariana Mier (@marianayayaya)

Foto: Mariana Mier (@marianayayaya)

En este caso, la cereza en el pastel es la sala Julio Bracho. Con un aforo para 161 espectadores, es la más grande del complejo. La José Revueltas y la Carlos Monsiváis cuentan con 60 y 54 butacas respectivamente, ofreciendo proyecciones en 35 y 16 mm y video digital HD, mientras que la Julio Bracho cuenta con una pantalla de plata y el equipo necesario que no solo permitirá la exhibición en todos esos formatos, sino hasta se darán el lujo de entrarle a la moda de las proyecciones en 3D.

Sin embargo, el asunto también tiene su contraparte pinche. A pesar de las evidentes mejoras en las instalaciones, es posible percatarse de cierta desorganización en lo que se refiere a los horarios de las proyecciones y en el acceso a las salas, además del desempeño de algunos de los proyeccionistas. Si bien los operadores de la Bracho y la pequeña Monsiváis parecen entender la importancia de ofrecer un servicio de vanguardia, uno se queda con la impresión de que el cácaro de la Revueltas sigue siendo el mismo pendejo de toda la vida que se sale a platicar o se queda dormido a media proyección mientras la cinta sigue corriendo fuera de foco, olvidándose además de sincronizar adecuadamente el subtitulaje electrónico.

Por otra parte, la isóptica de las salas, a pesar del diseño tipo estadio, padece de las mismas molestias que aqueja a complejos tipo el Cinépolis Diana, esto debido a la muy elevada posición de las pantallas (particularmente en la Carlos Monsiváis), por lo que si no se procura apañar un asiento lo más lejano posible, se corre el riesgo de salir con una torcedura de cuello bastante cabrona. Pero fuera de estos pequeños “detalles”, al termino de cada proyección, uno abandona el lugar con la certeza de haber empleado satisfactoriamente su tiempo.

Por Venimos, los jodimos y nos fuimos (@venimosjodimos)

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