Teatro mágico sólo para locos, o ese palimpsesto llamado cine Ópera

Sexagenario, cacarizo, sin techo y vacío en su interior. No, no me refiero a cualquier politiquillo mexicano, estoy hablando del cine Ópera, esa mole imponente que se asoma por la estrecha calle de Serapio Rendón, en la colonia San Rafael. Como todo anciano que se respete, puede contar, a quien se anime a escucharlo, cientos de historias y, como sucede también con quienes llegan a tal edad, son pocos a quienes les importan.

Con voz apergaminada, nos contaría cómo su gestación tomó más de siete años, en un tiempo cuando valía la pena esperar y se ponía atención a los detalles. En aquel 1949 su apertura causó revuelo y largas filas se formaron para conocerlo y, como es costumbre al llegar un recién nacido, felicitaron al artífice de sus días, el arquitecto Félix T. Nuncio, y al responsable de su sobria elegancia interior, el decorador Manuel Fontanals. Pero, sin lugar a dudas, lo que mayor admiración causaba eran las imponentes musas que coronaban su luminosa fachada: Thalía y Melpómene, pétreas guardianas encargadas de vigilar la integridad del vástago, labor que celosamente han continuado hasta nuestros días. Ellas son ahora sus únicas confidentes y compañeras; permanecieron a su lado en los difíciles años posteriores al infame TLC, que dio al traste con los negocios nacionales y que llevó a la ruina a COTSA, empresa encargada de administrar muchos de los cines de la ciudad.

Fueron ellas, quizá, quienes le alentaron a renovarse y adecuarse a los tiempos modernos para permitir que, cuando ya no era rentable su funcionamiento como cine, se presentaran bandas de rock y música alternativa, atrayendo hordas de jóvenes dispuestos a la chela, la mota, el baile y la sensualidad emanada de los tatuajes, perforaciones y ropas extravagantes, alejadas de aquel público emperifollado en sus mejores garras que colmó sus butacas durante las décadas anteriores. Así, sus entrañas se cimbraron al ritmo del slam, de la poderosa voz de Rita Guerrero y los ritmos duales de su Santa Sabina (santa ella ahora, como la primer película sonora del cine mexicano, como el nombre de aquella bruja mística y viajera), el chocante tono de Bunbury cuando Los Héroes del Silencio no opacaban su deslumbrante ego, las evocaciones dementes y guturales de Salvador y su manicomio musical llamado La Castañeda, o cuando se volvió internacional y su escenario fue marco perfecto para lo que se pensaba imposible: revivir a los muertos y escuchar primero a Love and Rockets, y después al vampiro gótico mayor, Peter Murphy junto al resto de Bauhaus, concierto alguna vez impensable y el primero de todos los revivals que sucedieron después. Quién diría que, irónicamente, éste colocaría el último clavo en su ataúd, pues los desmadres ocasionados por toda la banda emocionada que aplicó el clásico “portazo”, provocaron que la autoridad hiciera acto de presencia y colocara los consabidos sellos de “Clausurado” en la desvencijada cortina de metal, en aquel año de 1998.

CO2

La incertidumbre luego de aquella vorágine, trágica y mágica a la vez, se tornó al paso de los años en indiferencia, en polvo acumulado, en madera enmohecida y apolillada. El color rosa pepto-bismol, irónicamente nauseabundo, que pintaba su vestíbulo, comenzó a descarapelarse en caprichosos modos, otorgándole a las paredes marcas únicas, cicatrices de las batallas libradas silenciosamente contra los segundos apilados uno a uno hasta hacerlo prácticamente insostenible.

El tiempo, entonces le otorgó el encanto del misterio; sus canas lo convirtieron en aquel anciano interesante al que todavía se le puede sacar jugo debido a su experiencia. Pasó de ser el escenario donde otros lucen, a ser el protagonista. La gente no iba ahora a ver algo o a alguien más; ahora van a verlo a él, a sus cicatrices, a sus musas. Auscultan su interior ojos morbosos con cámaras touch en busca de la aventura urbana; acuden modelos para ser fotografiadas en catálogos de ropa y pasarelas fashion, lo rodean cámaras y claquetas para filmar comerciales, películas y videos de grupillos pop. Lo buscan por ser lo que es: un lugar abandonado.

No podemos dejar de pensar en su historia, en los datos “duros” o en su valor arquitectónico, pero tampoco podemos dejar de lado ese palimpsesto urbano en que ahora se ha convertido, donde los rasgos de escrituras añejas permanecen como trazos primitivos y donde sólo una frase aparecida originalmente en El lobo estepario y transcrita infantilmente bajo la marquesina, condensa no sólo su pasado, sino su presente y ese futuro que no sabemos hasta dónde llegará: “Teatro mágico sólo para locos”.

Por Nelly Rodríguez Tobón

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