De churros, cines y Tacubaya

La promesa de aquella visita alimentaba mis ilusiones infantiles. Conocía de memoria el camino lleno de puestos ambulantes, calles estrechas, un par de pulcatas, grandes avenidas y puentes peatonales. No exagero al decir que el espectáculo iniciaba desde la calle, donde hacíamos largas filas para poder ingresar y contemplar, churros y palomitas en mano, alguno de los estrenos del momento.

Desde afuera se observaban las carteleras con elocuentes imágenes de la película que estaríamos por disfrutar y los comerciantes ambulantes hacían ya desde entonces gala de su ingenio para vender baratijas chinas que no duraban ni para el arranque. Sin embargo, aquél día no veríamos una película de dibujos animados o aventuras; mi incipiente gusto por el terror, alimentado por las escenas sangrientas y oníricas de la saga Pesadilla en la calle del infierno había llevado casi a rastras a mi familia para ver la más reciente creación del cine mexicano de sustos, protagonizada ni más ni menos que por la estrella juvenil del momento, Pedro Fernández. Sí, me refiero al churrazo mexicano Vacaciones de terror, dirgida por René Cardona III.

Es el año 1989 y es el cine Hipódromo, emblema de la colonia Tacubaya, por aquél entonces famosa por ser territorio de Los Panchitos y otras bandas juveniles conocidas por sus sanguinarias peleas, inhalar churro y fumar chemo (¿o era al revés?); por ser el barrio que acunó a Javier Solís; y claro, por el cine Hipódromo, ubicado en el edificio Ermita. Este lugar, conocido como “el triángulo de Tacubaya” por la forma de su terreno, fue alguna vez ocupado por la casona de descanso de una familia adineradísima: los Mier y Pesado, pero en 1936 y en aras de dar paso al avance de la modernidad, la mansión fue demolida con todo y sus jardines y dividida en dos manzanas, la primera destinada al edificio Ermita y la segunda, al edificio Isabel, ambos obra del arquitecto Juan Segura.

Originalmente, el cine llevaría el mismo nombre del edificio, incluso su marquesina lo anunciaba así a punto de su inauguración, pero finalmente se decidió el cambio a Hipódromo, quizá por la cercanía con el antiguo y bien pipirisnáis club hípico de la colonia Condechi.

De estilo Art Decó, sobrio y elegante, este lugar fue el corazón del rumbo por muchos años, sitio de reunión de jóvenes, viejos y niños que, asegún su presupuesto, podían acceder a un mejor lugar para ver la película. Este es el primer caso en México donde se planeó todo un conjunto arquitectónico: vivienda, comercio y cine, lo que con toda seguridad ha permitido que no haya sido demolido, como ha ocurrido con la mayoría de los viejos cines capitalinos. Sin embargo, de su esplendor hoy nada queda, pues durante algunos años permaneció cerrado y en estado de abandono hasta que la empresa Lumiére la convirtió en multisalas, dándole totalmente en la torre al diseño original, para luego volver a cerrar y reabrir como teatro de segundísima categoría, donde se presentan algunas obras.

tacubayaw

Pero, aunque es el más famoso, el Hipódromo no fue el único cine en Tacubaya. En esas calles también habitaron el cine Barragán, inaugurado en 1927 y del que poca gente se acuerda. El Cartagena, llamado así por su cercanía con el famoso portal, hoy en día también inexistente. En este cine, la comodidad dependía de qué tan acolchonadito estuviera el almohadón que cada quién llevaba para las asentaderas y donde era posible casi casi sacar el comal para preparar ahí dentro las tortillas y frijoles. Sobrevivió así por unos buenos años hasta que se transformó en el Marilyn Monroe, de corte pornochero, rincón de adolescentes calenturientos y almas solitarias y vouyeristas. Hoy en día es una tristona tienda de electrodomésticos (sí, la de los “abonos chiquitos” que no es lo mismo que “abóname el chiquito” como en sus tiempos antaños).

También tenemos el cine Tacubaya, abierto en 1948, aunque la mayoría lo ubica mejor cuando cambió su nombre a Carrusel y luego a Carrusel 70, con proyección de 70 mm. Hoy en día en su lugar se ubica otra tienda departamental igual de aburrida que la de los abonos chiquitos.

Otro cine fue el Jalisco, ubicado en la avenida homónima y cuya inauguración data de 1954. Cinito de barrio más bien piojosón, accesible y con una buena capacidad, como cualquier cine respetable de aquélla época: 2733 butacas. Hoy en día sobrevive la estructura original pero con un tristísimo destino, es la iglesia principal de los de “Pague por sufrir”, que diga, “Pare de sufrir”; lo único rescatable son los tacos del Borrego Viudo que dan servicio nocturno a un ladito y que hacen el paro luego de alguna buena fiesta.

En esta imagen, podemos apreciar el galerón en diagonal del Cartagena, a la derecha de la foto. La construcción todavía existe, pues albergó después al cine Marilyn Monroe y actualmente es una tienda Elektra, sobre la calle José Martí.

Finalmente, esta breve lista no quedaría completa sin hacer mención al último gran guerrero de la Tacubaya: el cine Ermita. Obra del arquitecto Juan Sordo Madaleno (autor de otro renombrado cine, el París), abrió sus puertas en 1950 y se mantuvo en funciones prácticamente intacto hasta el año 2012, cuando finalmente cedió ante los embates de las grandes cadenas cinematográficas. Fue modificado y transformado en 6 salas llamadas Ecocinemas Ermita, pero mantuvo su estructura muy parecida la original, además de que era de los pocos si no el único que todavía ofrecía permanencia voluntaria y precios más que amigables al bolsillo de cualquiera, y aún así, en sus últimas fechas se percibía muy solitario.

De todos estos recintos, hoy no queda más que el recuerdo manoseado por la nostalgia y la idealización de un pasado que, solemos creer, fue mejor.

Por Nelly Rodríguez Tobón

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