Fundado por el Sr. Guillermo de Teresa, quien, aparte de pertenecer a una antigua familia de hacendados y terratenientes, parecía tener una rara (pero afortunada) fijación por crear salas de cine (como lo atestiguaron también los edificios, también de su propiedad, que albergaban los famosos cines Cosmos y Goya) el enorme cine Teresa inició sus actividades en el año de 1926. Ubicado en la entonces avenida San Juan de Letrán, actualmente el Eje Central Lázaro Cárdenas, en la Ciudad de México, el gigantesco recinto contaba con una capacidad inicial para más de 6,000 espectadores. (Para darse una clara idea de las exorbitantes dimensiones que tenia esta madre, basta comparar el aforo que ostentaba el Teresa con el de las salas IMAX de Cinépolis Perisur y Universidad, las cuales parecen lucir impresionantes, pero cuya capacidad es apenas para poco más de 350 espectadores cada una.)

El asunto dio un dramático giro con la ampliación y transformación de la calle de San Juan de Letrán en avenida hacia finales de la década de los 30. Para ese entonces, la situación económica del emprendedor amante del cine que era Don Guillermo no transitaba por muy buenos rumbos, por lo que se vio obligado a vender el inmueble, el cual terminó siendo cercenado en poco más de la mitad y prácticamente demolido debido a las obras de construcción y vialidad llevadas a cabo en la zona, sin embargo, en un gesto de reconocimiento a la labor del viejo (quien, por cierto, además de estar unido por la cinefilia, también fue como calzón y caca de Don Porfirio Díaz) el recinto conservó su nombre.

El 8 de junio de 1942 comenzó la segunda etapa del cine Teresa que fue inaugurado, tras haber sido diseñado en 1939 por el arquitecto Francisco J. Serrano (1900-1982), con la proyección de la película El hijo de la furia, dirigida por John Cromwell. Con 3,105 butacas acojinadas, acabados de lujo por dentro y por fuera estilo art decó, el recinto se convirtió en “un cine dedicado a las damas metropolitanas” donde se podía convivir con las esculturas que representaban a las nueve musas y a las tres gracias, las cuales, debido a un efecto de luz, podían volar sobre la pantalla, según narran las crónicas de la época, iniciando con ello su periodo de mayor gloria por alcanzar rápidamente el merecido estatus de la sala de cine número uno del país, gracias al esplendido nivel de su servicio y por ser, además, una de las primeras salas con tecnología Cinemascope en Centroamérica.

No obstante, al infortunado coloso aún le faltaba transitar (o más bien, descender) por otras tres etapas. La tercera, que comprendió las décadas de los años 70 hasta los 80, durante la cual el Teresa paulatinamente dejó de ser un cine de primer nivel para transformarse en uno más familiar y populachero, cuya programación estaba compuesta por cintas comerciales de segunda corrida y con permanencia voluntaria por el mismo boleto. En ese sentido, después del cierre del cine Estadio tras los temblores del 85, era muy placentero acudir a este lugar para reventarse los programas dobles o hasta triples que se ofrecían para después, salir y rematar con unos buenos churros y chocolate caliente en El Moro.

Pero la debacle le llegó también a este cine a principios de los 90, con la dura competencia del video y la tecnología de punta de las modernas cadenas cinematográficas. El cine cambió de dueños (se dice que uno de los nuevos propietarios fue la nefasta Irma Serrano), quienes le compraron a precio de risa a Carlos Amador un enorme stock de películas pornográficas, las cuales si bien salvaron al establecimiento de la quiebra durante un tiempo considerable, también crearon una reputación alrededor del cine Teresa que jamás podría ser revertida, siendo etiquetado a partir de entonces el otrora elegante recinto cinematográfico como un lugar “de mala muerte”, no sólo por exhibir películas de sexo explicito (algunos, los más “romanticones”, consideraban a este recinto como el mas hermoso cine XXX del mundo), sino porque, para acabarla de joder, a pesar de la temática claramente heterosexual de las “joyitas” exhibidas en el cine, éste no tardó en convertirse en un conocido punto de encuentro entre homosexuales. Así, la catedral cinematográfica pensada inicialmente para el sano esparcimiento de las “damas metropolitanas” terminó convirtiéndose en un nauseabundo refugio de ligues, pellizquitos, fajes en los baños, chaquetas y mamadas.

A principios del año 2010, considerado ya por el actual dueño como poco rentable económicamente, éste decidió cerrar sus puertas y el lugar se transformó en otra más de tantas plazas comerciales con artículos electrónicos y de computación que atiborran las calles del centro histórico. La remodelación del inmueble duró año y medio; se invirtieron cerca de 40 millones de pesos para transformar el espacio que una vez albergó más de 3,000 butacas en un mall de tres pisos, dos de los cuales albergan los locales que en su mayoría se dedican a los servicios de telefonía y computación; y en menor medida, a la perfumería, ropa y abarrotes, incluyendo una Sex shop y, en el tercero, se anunciaba la próxima apertura de un complejo de dos pequeñas salas de cine con capacidad para 600 espectadores (siendo el aforo real de menos de la mitad de esa cantidad), según se rumoreaba, por cortesía de la cadena cinematográfica Lumiere (una de las más pinchurrientas del país y que, por cierto, terminó siendo absorbida por Cinemex) manteniendo el nombre de Teresa, por eso de complacer al cinéfilo nostálgico. Eso sí (qué detallazo al momento), los del INAH se “encargaron” de supervisar que no se modificara el estilo art decó de la antigua fachada, tampoco el del interior del recinto y mucho menos que nadie se atreviese a poner las manos sobre la tradicional taquilla del establecimiento, la cual se mantiene intacta y cerrada.

A principios del 2011, las dos nuevas (y pequeñas) salas reabrieron sus puertas como parte de la plaza comercial, ofreciendo (como era de esperarse) una programación similar a la de otros cines comerciales, las cuales no dejaron de tener sus altibajos debido al no demasiado prominente interés del público por acudir a éstas, a pesar de lo económico de los boletos (con un costo entre los $ 25 y $30 pesos) viéndose la actual administración en la necesidad de suspender las actividades en al menos un par de ocasiones.

Sin embargo, en medio de las reacciones de sorpresa por la detención de la “maistra” Elba Esther Gordillo, el 1 de marzo del 2013 nos desayunamos con la no menos inesperada noticia de que una de las salas del cinema Teresa se convierte también en una de las sedes alternas de la Cineteca Nacional. Sin duda, se trata de una insólita (pero muy interesante) maniobra por parte de la actual administración del Conaculta por restituirle algo de su pasada dignidad al inmueble. Así, en lugar de proyectar cosas como La saliva del mono, Duro y grueso o ser una versión pa’ los pobres de cualquier chingado complejo de Cinépolis, la oferta cultural de la remodelada Cineteca se extenderá a la zona centro de la capital, convirtiéndose en una opción más para la bola de hipsters y conocedores que atiborran la sede principal en Av. Coyoacán.

Ahora que, poniéndonos suspicaces, cabe preguntarse si estamos atestiguando una mera llamarada de petate, o el inicio de una nueva política de restauración y preservación de antiguos espacios cinematográficos. Lugares que rescatar de la joda y el olvido hay un por montones, pero los primeros que me vienen a la mente son el Ópera, el Variedades, el Continental, la sala Revolución, el Pecime, el Manacar, etcetéra. ¿Puro pinche sueño guajiro?

Habrá que ver. Por el momento, lo único que se me ocurre decir es: Enhorabuena, Don Rafael Tovar…y de Teresa.

Por Venimos, los jodimos y nos fuimos (@venimosjodimos)

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